A bordo de un crucero con destino a Sudáfrica, la familia Beilinson comprobó que uno de sus integrantes no sólo tocaba bien la guitarra, sino que además era capaz de ganar un concurso para nuevos talentos. Eduardo Federico Beilinson, de tan solo 15 años, sorprendió a todos y se llevó el premio estelar: un pasaje en barco para conocer Europa. Justo cuando el Mayo Francés empezaba a apagarse en las barricadas de La Sorbona, el guitarrista precoz y su hermano mayor, Guillermo, llegaban a París como turistas accidentales. La recorrida derivó en la solidaridad con esos bravos estudiantes que intentaban cambiar el estado de las cosas. La experiencia terminó con la detención de los hermanos argentinos, sumó una orden de deportación y la ruta obligada camino a Londres. En plena transformación psicodélica de la era Swinging London, los Beilinson vieron en vivo a Cream y a Soft Machine, y quedaron totalmente flasheados frente al magma eléctrico de Jimi Hendrix producido en el mítico Royal Albert Hall. El chico flaquito y su hermano protector retomarían una y otra vez a esas marcas de asombro y liberación.  

De regreso a la casa natal, el guitarrista en ciernes ya tenía múltiples discos que había recolectado en su viaje y mucha información. Su ciudad, La Plata, se había convertido en un foco de resistencia estudiantil a la dictadura de Onganía. Cómo olvidar a la policía ingresando a garrotazos limpios en las facultades de todo el país: profesores expulsados, reducción del presupuesto educativo y la disolución de los centros de estudiantes provocaron la reacción. En la ciudad fundada por Dardo Rocha empieza a funcionar una institución paralela con los profesores cesanteados de la escuela de Bellas Artes, un estudiante llamado Ricardo Cohen (Rocambole) dirige las acciones. De ahí a fundar la vida en comunidad había un solo un paso. De esos encuentros surgirá La Cofradía de La Flor Solar, una banda psicodélica que no se parecía a nada y que desde su debut en 1968 sorprendió por originalidad y experimentación. El menor de los Beilinson será parte de ese maravilloso caldo de cultivo como guitarrista de Diplodocum Red & Brown, otra banda seminal de rock platense.

Cófrades comunitarios

Todo es cuestión de cruzarse en la ciudad universitaria. Una estudiante de teatro llamada Carmen Poli Castro frecuentaba la casa comunitaria de los cófrades y no tardó mucho en ocupar un rol importante dentro de esos grupos de resistencia juvenil. También en esos días de final de década, la artista Marta Minujín será la autora intelectual de uno de los apodos más populares del rock argentino: primero fue Sky y luego el guitarrista lo acriolló. El 5 de noviembre de 1969, La Cofradía y Diplodocum tocaron en el teatro Ópera de calle 58, ese día se conocieron Poli y Skay, flechazo instantáneo que perdura hasta hoy.

Carlos Indio Solari andaba por ahí. Estudiante fallido de Bellas Artes con un talento innato para el dibujo y las artesanías en metal, el futuro cantor empezó a conectarse con La Cofradía y sus derivados. Pero el verdadero nexo entre Skay y Daddy, así lo llamaban al Indio en los tempranos ‘70, fue Guillermo Beilinson, el gran hacedor de ideas para la etapa inicial de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. Reconocido bajo el apodo de El Boss, Guillermo fue el imán que agrupó a Los delirantes, un colectivo integrado por músicos, escenógrafos, actores y pintores, gente rara para el resto de los platenses bienpensantes. La historia cuenta que Solari, El Boss, Skay y una banda de inadaptados comenzaron a hacer canciones para musicalizar un film en súper 8. En esos primeros ensayos, Skay era el director musical. En noviembre de 1977, el Teatro Lozano de La Plata será la sede elegida para el debut multidisciplinario de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. 

Un estilo inusual

Todas esas vidas underground forman a Skay Beilinson, el guitarrista inusual que este 15 de enero cumplirá 70 años. Dueño absoluto de algunos de los mejores riffs del rock del Cono Sur, su técnica es un maravilloso misterio de ingenio y dedicación: nunca pirotécnico y siempre perseverante en la búsqueda de la frase exacta. Al frente de la orquestación de Los Redondos expone variedad de recursos que siguen escuelas diversas: Hendrix es el faro, pero no hay dudas de que está más cerca de guitarristas como Ry Cooder o Tom Verlaine.

Casi cuando comenzó el año sabático de su banda madre, Skay salió a la cancha con un disco valiente: A través del mar de sargazos (2002) inició una saga de producciones cargadas de un misticismo beatnik y una naturalidad rockera ajena a cualquier sofisticación de temporada. Con shows para audiencias que nunca alcanzan el grado de multitud, el guitarrista parece restaurar la vida secreta de Patricio Rey cuando todavía era posible mirar a los ojos desde un escenario. Puede ser como líder de Los Seguidores de La Diosa Kali o como capo de Los Fakires, el violero descubrió al cantante que busca vencer tanta timidez con un tono robado a la galaxia Tom Waits.

La diáspora ricotera ya lleva dos décadas de vida y ofrece un heterogéneo stock de rock clásico sin fecha de vencimiento. La mitad más silenciosa de Los Redondos es una usina activa que hace rato dejó el plano de las comparaciones para instalarse como el guitarrista errante que ya editó siete discos solista y expone en vivo todas esas marcas que el tiempo transformó en himnos épicos, rock para los dientes y artillería cultural contra todos los males del mundo.