El próximo 4 de junio llega a su fin The Leftovers, la serie de HBO que arrancó en 2015 y suscitó tantas esperanzas en sus inicios como desazón en su derrotero. Luego de una segunda temporada en la que levantó cabeza tras una primera que llenó de incertidumbre a sus seguidores por sus irregularidades -en especial su indeterminación para dirigirse hacia algún lado-, sus creadores Damon Lindelof y Tom Perrotta no cayeron en la tentación de prolongar la historia y decidieron darle fin, pese a las buena oferta de HBO para una nueva (y hasta una quinta) temporada.

Palabras como esperanza, desazón, incertidumbre y tentación son bien caras a la trama de Leftovers, surgida de un libro del mismo Perrota que la cadena capturó casi al toque de salir (2011) junto con la contratación de Perrota para que se convirtiera en guionista y productor ejecutivo de lo que sería la serie. Y no lo son porque la historia de Leftovers arranca tres años después del 14 de octubre de 2011, día en el que de un momento para otro y sin indicio previo, desaparece un dos por ciento de la población mundial -unas 140 millones de personas- sin dejar rastro. Y entonces aparecen en catarata las preguntas sobre si fueron extraterrestres, se trata de una señal divina, es simple “selección natural” o lo que sea que la imaginación del público aporte. No hay explicación. Como en Lost, de la que Damon Lindelof fue uno de sus creadores y responsables de ese final que dejó a tantos inconformes, acá no hay explicación para los hechos.

Algo que de por sí no está mal, pero en la primera temporada pareciera como que Lindelof estuviera todo el tiempo tratándose de desmarcar del estigma que le dejó el final de Lost (no así toda la serie) y la irregularidad gobierna soberana. En la segunda hay ajustes profundos y la serie gana en interés, pasando la historia de Mapleton, el pueblito en el que el protagonista, Kevin Garvey Jr. (Justin Theroux) es el jefe de la policía, a Miracle, Texas, única localidad del planeta en la que no hubo desapariciones.

Pero parece que para la dupla Perrotta-Lindelof ya era tarde: un acuerdo con HBO para cerrar todo en tres temporadas fue a lo mejor que arribaron. HBO esperaba que el reconocimiento de algún premio al menos hiciera dudar de su decisión a los creadores, pero eso no sucedió: Leftovers había quedado fuera de toda consideración en las premiaciones que realmente importan en la industria. Sólo faltaba que el final fuera decoroso.

Y la historia que se traslada a Australia en la última temporada y comienza unos días antes del séptimo aniversario de aquel 14 de octubre, por lo visto a dos capítulos del final, lo consigue. Y eso pese a que, por momentos, se le nota el esfuerzo por no dar respuestas. Pero esta vez, de antemano, Lindelof fue claro al respecto: «Me gustaría decir que la ciencia es la respuesta porque me considero alguien razonable, pero a veces me siento triste y asustado cuando miro directamente a la muerte y quiero confiar en que hay algo después, algo mágico. Imagino que soy un hombre de ciencia deseando convertirse en un hombre de fe».

Para los amantes de fantástico con tintes humanos -qué pasa con las relaciones cuando algo del orden de los sobrenatural altera la existencia propia y de los seres queridos- la serie cumplió con creces. Para los que buscaban un atracón de series como el que había suscitado Lost, quedó desechada pronto. En este caso no hubo ancha avenida del medio: la serie prefirió incrementar la intriga y el misterio en la vida de sus personajes para quedarse más cerca de la denominación “de culto” que de la de “popular”.