Concluyó la tercera temporada de Billions, la serie creada por Showtime que se ocupa de dos de los puntales en los que se sostiene el poder actual: finanzas y poder judicial. En lo que terminó como un viraje de la historia hacia la inclusión de una tercera en discordia (impecable como Taylor Mason la actriz de género no binario Asia Kate Dillon), Billions abandona los corset que siempre impone la búsqueda de aceptación popular de los inicios, para comenzar a especular sobre qué es lo que sostiene a los poderosos de hoy.

Para quien no está al tanto: la trama arrancó como una lucha entre el fiscal federal por el distrito sur de Nueva York, Chuck Rhoades, y el tan arriesgado como poco escrupuloso gestor de fondos financieros, Bobby ‘Axe’ Axelrod. Rhoades, en cuyo horizonte se ve como candidato a la Fiscalía General de Estados Unidos (“el abogado en jefe” del Gobierno Federal, nombrado por el Presidente y ratificado por el Senado), uno de los puestos de poder con mayor autonomía frente al poder económico y político, necesita un caso que ponga su nombre entre los competidores por el puesto; el pendenciero Axelrod es el target indicado.

Con la distancia que da el hoy, se puede decir que con la segunda temporada concluyó esa lucha tipo gato y ratón que protagonizaron casi en exclusiva Paul Giamatti ( Rhoades)  y Damian Lewis (Axelrod, o sencillamente Bobby Axe).

Un triunfo con sabor a pírrico del primero sobre el segundo, que no dejó del todo conforme no sólo a las partes, sino tampoco a los espectadores (según declaró Lewis en la presentación de la tercera temporada, en Estados Unidos consideraban a su personaje como el héroe, y en el resto del mundo como villano).

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De alguna manera, Billions se desprende de lo que le dio éxito: esa meticulosa y calculada acción de sus personajes principales que explica su éxito continuo; una especie manipulación al palo, o el lema neoliberal de que los éxitos y fracasos sólo dependen de la habilidad personal para conseguirlos (ambos). La introducción del personaje de Taylor Mason en la segunda temporada abrió el campo no sólo a una tercera mirada, sino a una que aún no está explotada en la narrativa audiovisual: la de las personas de género no binario. Una verdadera nueva dimensión, que como tal, permite hipótesis de otras características.

Con el ingreso de Taylor los personajes secundarios y terciarios empiezan toman otra relevancia en la trama, algo que le permite a los autores -Brian Koppelman, David Levien y Andrew Ross Sorkin- especular sobre ciertos asuntos de las relaciones sociales. Por ejemplo, que la idea de los titiriteros que manipulan todo a piaccere cual Matrix es tan ilusoria como que el azar gobierna el mundo: la buena voluntad de un empleado de Axe Capital por salvar a su dueño de la cárcel en el inminente juicio, lo lleva a involucrar indebidamente a Wendy, la extraordinaria psicóloga legalmente casada con Rhoades que oficia de consejera en la empresa de Axe.

El favor no pedido al empleado conduce a una encerrona que produce una alianza inesperada, que puede leerse como: el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones, cuya motivación, la mayoría de las veces, persigue un beneficio personal. Pero eso, que las partes salvajemente enfrentadas -al igual que respetadas, el personaje de Wendy es un cabal ejemplo de que lo cortés no quita lo valiente-, no es la jugada más osada de la tercera temporada de Billions.

En el garage en el Taylor va a cruzar a Wendy para sumarla a su nueva causa, se produce un diálogo que dice más o menos así.

W: Eres joven y extremadamente inteligente. Pero todavía te falta aprender muchas cosas. Esto (el negocio que hacen) no sólo tiene que ver con el dinero. Tiene que ver con lo real, la lealtad, las relaciones perdurables.

T: No. Estoy bastante segura de que sólo se trata de dinero, y que puedo comprar todas esas cosas con él, o al menos tener los mismos resultados. Eso fue lo que vos y Axe me enseñaron.

Las líneas sintetizan la hipótesis más osada de Billions: ya no sólo se trata del conocido trasvasamiento generacional. Es algo más que la lucha entre la vieja y la nueva escuela (con su tiempo de emociones más fuertes, representadas en los temas y las citas musicales rockeras permanentes de Axe y su coequiper Mike ‘Wags’ Wagner -David Costabile-, frente a uno de emociones más lábiles, como las de Taylor y su pasión por los juegos de rol); la productividad placentera del fiscal y el broker (que cada triunfo lo festejan con una copa al final de la jornada) frente a la aplanadora de la productividad a secas, que representa el personaje de Asia Kate Dillon. Taylor es el algoritmo de la app, la que nunca se equivoca, apenas si recalcula. Puede provocar admiración, difícilmente empatía. Y a diferencia del digital, es el algoritmo generado a partir de las relaciones sociales.

Si las trapisondas financieras y judiciales -y los abusos de poder en general- son festejadas cual El Lobo de Wall Street o se presentan sólo como un “desafío” más para hombres y mujeres que sólo se excitan con el poder -o que lo tienen como única meta porque asocian la libertad a hacer lo que se viene en gana, sin importar las consecuencias-, parece entonces que sólo habrá espacio para las Taylor. Todo será igual de cruel, pero más ascético.