El director artístico del actual Festival de Venecia, Alberto Barbera, puede declararse satisfecho por su selección de filmes, no sólo por los títulos, que son seguros aspirantes a los Oscar del año próximo, como ha ocurrido desde el inicio de su contrato hace cinco años, sino también por la calidad de las películas presentadas.

Se puede decir que este año no ha habido títulos deleznables, ningún silbido, ningún abucheo, nadie que se haya levantado de su asiento antes de terminada la proyección ya que aún los menos apreciados fueron apreciados por algún valor. Sobre todo han descollado un Roman Polanski que, a sus 83 años, sigue demostrando su garra de director con J’accuse, reconstrucción del sonado caso Dreyfus, condenado por espionaje a la perdida la isla del Diablo, y cuyo único “delito” fue la de ser judío. Todd Phillips ha representado el personaje del Joker, el retrato de un payaso que no sabe hacer reír y cuyo fracaso lo lleva a la locura y al crimen.

En ambos casos, dos interpretaciones de primer orden, respectivamente, la de Jean Dujardin, el oficial que primero acusó a Dreyfus y luego luchó solitariamente para rehabilitarlo, y el de un mayúsculo Joaquin Phoenix, lanzado con este film al firmamento de los premio Oscar.

Extraordinarios también los muy diferentes The Painted Bird del checo Václav Marhoul o como acumular sobre un niño judío de diez años un catálogo de crueldades, no solo nazis, sino también humanas, y The Laundromat de Steven Soderbergh, o cómo explicar la corrupción y el egoísmo de las clases pudientes, reveladas en el escándalo de los Panama Papers, en tono de comedia negra con alegato final de Meryl Streep para acabar con los paraísos fiscales.

Con La vérité, el maestro japonés Koreeda Hirokazu demuestra que aun filmando en un idioma que no domina, el francés, puede proseguir su pesquisa del ámbito familiar y de paso brindar el rol de su vida a la veterana Catherine Deneuve. Otro director consecuente con su obra, el marsellés Robert Guédiguian, puede seguir denunciando la opresión de los humildes, agudizada por la globalización con su vigésimo primer film, Gloria Mundi.

Párrafo aparte merece el cine italiano que desde hacía años no presentaba una selección de candidatos a los Leones de Oro y Plata de tan alta calidad y de tanta variedad de estilos. Martin Edén, del eximio documentalista Pietro Marcello, cuyo debut en el largometraje de ficción corría peligro de ir al desastre al adaptar a la Italia de la primera mitad del siglo XX el relato autobiográfico de Jack London, sin embargo, logró elevar a paradigma mundial el personaje del escritor autodidacta que con su éxito se distancia de su clase social.

Il sindaco del rione Sanità de Mario Martone es un magnífico ejemplo de teatro filmado que se hace cine, adapta su propia puesta de una pieza menor de Eduardo De Filippo, dándole una actualidad que faltaba en la obra original. Mientras que en La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco traza un retrato desesperanzado de la sociedad siciliana que dice rechazar a la mafia mientras le sigue rindiendo pleitesía.

Grandes interpretaciones masculinas de parte de Luca Marinelli en Martin Eden y Francesco Di Leva como el alcalde y Massimiliano Gallo como su alter ego, engalanan los dos primeros films.

Noah Baumbach confirma con Marriage Story que es el heredero de Woody Allen, el portugués Tiaro Guedes transporta en clima de telenovela medio siglo de historia de su país, el chileno Pablo Larraín trata de escapar a su fama de realizador comprometido políticamente con un irresuelto Ema, James Gray afronta la ciencia ficción con Ad Astra que adolece de un final decepcionante, el francés Olivier Assayas revela una red clandestina cubana en la Miami anticastrista con Wasp Network y el colombiano Ciro Guerra debuta en idioma inglés con Waiting for the Barbarians, en compañía nada menos que de Johnny Depp, Robert Pattinson y Mark Rylance, sobre la profética novela del premio Nobel J. M. Coetzee.