Aún David Coco Blaustein no sabe por qué estrena recién ahora una película que estaba lista para ser lanzada en 2010. Se adjudica el mérito de lo que supone un error. Más secretamente, según dice, piensa que a juzgar por la repercusión y los comentarios que está teniendo la cinta, debería revisar el calificativo de error para aquella decisión. Fragmentos rebelados es toda una revelación. No sólo por lo que muestra que encuentra (rollos de Tiempo de violencia, la película de Enrique Juárez, militante y cineasta desaparecido en 1976), sino por todo lo que, con amabilidad envidiable, Blaustein logra revelar de aquellos años y de sus protagonistas. 

«Hasta el día de hoy me cruzo con gente que conoció al Enrique Juárez cineasta o al Enrique Juárez militante de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) y de Montoneros, pero nunca a los dos a la vez», dice Blaustein. «Incluso yo –agrega mostrando que no se trata sólo de una cuestión de estar atento– recién en mi exilio en México pude asociar a las dos figuras».

Unir lo que la violencia política institucional se encargó de destruir para luego desperdigar sus rastros con la voluntad de volverlos irreconocibles es una de las tareas a las que se dedicó casi desde siempre el cine de Blaustein. «A mí el tema de la memoria me interesa muchísimo, me fascinan los personajes anónimos, y a esta altura me resulta importantísimo poder emocionar y conmover más que la ideología o la política, que siempre están implícitas». No es que Enrique Juárez haya sido un personaje anónimo. Además de un reconocido cineasta fue un dirigente relevante de la JTP. Lo que consigue Blaustein en Fragmentos rebelados es, precisamente, unir esos fragmentos. Que no son sólo fílmicos: en el relato de un hijo recordando cómo descubrió que su padre era un dirigente importante porque fue a un acto político llevado por familiares y de repente vio a su papá dirigirse a la multitud, en el cierre emocionado de hijos y hermano hablándole a «Quique» un mensaje a la distancia, en la honestidad brutal (y por eso todavía comprometida y sentida) de sus excompañeros para hablar del pasado que compartieron, hay todo un trabajo de reconstrucción de afectos, sentires y reflexiones que la mano de Blaustein consigue unir en un film que descubre y emociona.

–Las cosas que se llegan a decir en el documental –y cómo se dicen– son realmente sorprendentes.

–Creo que hay un salto cualitativo respecto a Cazadores de utopías. El cuchillo llega un poquito más hondo en cuanto a la crítica específica. Con la crítica de los jetones por ejemplo (tipos de cierta fama que se decían montoneros y que la organización no desmentía para acrecentar su fama y prestigio, mientras que a esos les servía para mostrar sintonía con los tiempos). Lo que dice (Horacio) Verbitsky a mí me parece que echa mucha luz (se refiera a militantes que se cambiaban la vestimenta y hacían más de un operativo –como pintadas o bombas panfletarias– para dar la imagen de una gran y afiatada organización). Me agrada mucho, en el discurso de (Guillermo) Greco –para mí es uno de los grandes personajes de la película–, la brutalidad y la franqueza con la que plantea la pelea y la discusión con Quique, que pese a esas diferencias terminaron grandes amigos. Es el afecto que vuelve a imponerse sobre la ideología. Y eso me agrada mucho. De la misma manera el tema del sacrificio, dar la vida. Lo veo en mis compañeros, en el hecho de que uno zafó. Ahí, cuando se junta el afecto con la ideología, con el cine, todo junto, me parece fabuloso. Y agradezco al oficio.

–En muchos sentidos los debates que se ven parecen los de hoy.

–Me parece que no está saldada la frase que dice Pino (Solanas) que le adjudica a Perón: «Para mí es demasiado tarde y para ustedes es muy temprano». Eso también está pendiente. Envidio terriblemente las mateadas tupamaras: vamos a discutir, puteame todo lo que quieras, pero vamos a encontrar una manera de saldarlo. La sociedad latinoamericana no discutió la Caída del Muro, qué significa el fracaso del proyecto socialista. Hay montón de cosas que están muy pendientes, de la misma manera que hay otras que siguen vigentes con matices. «

Democracia y cuentas pendientes

Pese a la historia, cada dos por tres, y con y sin violencia, los gobiernos populares terminan siendo suplantados. «Todavía ni siquiera queremos saber por qué perdimos, no tenemos ganas de enterarnos –reflexiona Blaustein–. Aquella vez fue más dramática, porque implicó vidas humanas, y hoy no está de por medio la vida, lo cual me parece central. Esta discusión es menos dramática y tenemos tiempo para ponernos de acuerdo, aunque la sociedad argentina no terminó de saldar un tema central como es la lucha armada. Y nosotros no terminamos de discutir el valor de la democracia. Para mí el tema de lucha armada y democracia está implícito en un montón de discusiones. Esa búsqueda de síntesis y de saldar esa historia se va a volver a plantear ahora por el tema de Lula: qué tipo de democracia, y qué es lo que pasa con la violencia. Me doy cuenta en la pregunta de un montón de jóvenes. Ojalá en algún momento exista esa síntesis. Por eso tenemos que sentamos a una mesa para ponernos de acuerdo. Quiero confiar que estamos en camino.»