Llegado a último momento goteando del laboratorio, Ahlat Agaci (El peral silvestre) proyectó su sombra definitiva sobre los premios que se anunciarán esta noche en el 71º Festival de Cannes, gracias al tema inédito en cine de la aceptación de la propia mediocridad, postulado por el maestro turco Nuri Bilge Ceylan.

Los últimos tres días del encuentro no han dejado solo a Ceylan en la carrera hacia los premios finales que decidirá el jurado internacional presidido por la actriz australiana Cate Blanchett. Entre estos está Capharnaum de la libanesa Nadine Labaki, cuyo título no tiene nada que ver con la ciudad bíblica donde predicó Jesús sino con la acepción francesa que define un lugar caótico como lo es la ciudad libanesa donde se desarrolla el drama de un niño que pide procesar a sus padres por haberlo traído al mundo sin su consentimiento.

También convencieron Dogman del italiano Matteo Garrone con su historia de miseria, aberración y venganza y el ruso Ayka de Serguiei Dvortsevoy sobre una joven kirguisa clandestina en Moscú que lucha denodadamente para salir de su miseria y recuperar su sentido de maternidad.

Ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2014 por Winter Sleep, Bilge Ceylan, a su sexta aparición en concurso desde 1995, es un realizador de pausada filmografía que precisa siempre más de tres horas de película para poner a punto su mensaje que toca temas filosóficos y personales que llegan directo a la mente y el corazón de cualquier espectador.

El tema tratado esta vez es el de la aceptación de la propia mediocridad que acomuna al 99 por ciento de la población mundial. Sinan, un joven lleno de esperanzas que vuelve a su ciudad natal tras recibirse de profesor, con un manuscrito bajo el brazo que debería asegurarle gloria y notoriedad, nutre unodio profundo por su padre, jugador empedernido que ha arruinado a su familia y que ha renunciado a toda ambición para conformarse con ser un humilde campesino.

Pero Sinan, que ve como las presuntas puertas de la gloria se van cerrando una tras otra, no tendrá más remedio que aceptar su propia mediocridad o morir en el intento.

Bordado con planos secuencias en los que alterna con un amor de juventud que se casa con un rico joyero para escapar de la pobreza, con un alcalde y un empresario que le rehúsan la ayuda necesaria para publicar su libro, con un novelista exitoso que lo disuade de ser escritor y con un muftí que no lo convence de las bondades de la religión, Sinan se reconciliará al final con su padre que será el único lector de su libro.

La libanesa Labaki abandona el optimismo de su ópera prima Caramel con sus alegres mujeres que pueblan una peluquería de Beirut y la alegoría de Et maintenant on va oú? para narrar la desoladora historia de Zein, un niño de 12 años que pide a un juez que impida a sus padres traer más hijos el mundo cuando no son capaces de otra cosa que vender sus hijas al mejor postor.

Protagonizada por un jovencísimo Zain Alrafeea con un rostro rabioso que se convierte en sonrisa solo al final de la película, Capharnaum habla de la necesidad de asumir la paternidad con responsabilidad, tema tabú de la sociedad musulmana (y no solo) que pide aceptar todos los hijos que manda Dios, sean o no capaces de cuidar apropiadamente de ellos.

Junto con la italiana Alice Rohrwacher pór Lazzaro felice, Nadine Labaki debería ser la principal candidata a los premios mayores, favorecida por un jurado por primera vez en 71 años de Cannes con mayoría femenina.

Otro drama de la marginación con una fuerte figura, esta vez femenina, es el ruso Ayka donde una joven kirguiza con permiso de trabajo vencido abandona a su bebé recién nacido en Moscú para poder cumplir su sueño de salir de la pobreza y de la dependencia de un marido a la que la destinaba su país natal.

Pero la desesperada búsqueda de un empleo, unida a la necesidad de pagar una deuda a un usurero y de curarse de una hemorragia post-parto, la obligarán a tratar de recuperar a su bebé para venderlo pero su recobrado sentido de maternidad la hacen arrepentirse y la cámara de Dvortsevoy la abandona poco antes de afrontar el momento más decisivo de su vida.

Inspirándose de un hecho delictuoso ocurrido en Roma en los años ochenta del siglo pasado, cuando un pusilánime peluquero de perros termina por vengarse de los abusos a los que lo somete un prepotente del barrio, Garrone recupera el ambiente del sórdido suburbio romano del film que lo lanzó a la atención del mundo entero en 2002 con L’imbalsamatore, abandonando el mundo de fantasía de su precedente The Tale of Tales.

Interpretado por ese tipo de actores de reparto que Garrone suele impulsar al estrellato, como Marcello Fonte y Edoardo Pesce, el film es el retrato de un mundo marginado donde prevalece la voluntad del más fuerte pero en el que a veces los débiles encuentran la fuerza necesaria para revertir el juego a su favor.