Hay un poema de Baudelaire que se titula «Los ojos de los pobres». Una pareja come en un lujoso restaurante de la París de mediados del siglo XIX, mientras a través de la vidriera una familia en situación de calle mira fijamente. El hombre, incómodo, piensa para sí en la injusticia y en la culpa que le genera la situación. Por su parte la mujer, molesta, expresa el deseo de que alguien eche a esas personas que interrumpen su tranquilidad.

Esa vidriera es una metáfora de la sociedad del espectáculo, y el ostentoso restaurante la televisión donde ya sea a modo de tutorial, de competencia o de tertulia, la comida participa como signo de época necesario para ciertas narrativas de clase. Esto toma mayor relevancia en el contexto actual de crisis económica y social, donde por ejemplo el periodismo oficialista «milita el ajuste» con notas que invitan a dejar de desayunar, hacer dieta o valorizar alimentos de baja calidad.

La relación de todo sujeto social con los alimentos constituye una dimensión privilegiada de la cultura, y por lo tanto, un signo que interviene en la construcción de gustos y dinámicas de pertenencia. Desde allí la súper exposición de alimentos en televisión sirve para otorgar estatus social en Mirtha Legrand, intimismo en PH, diversión en Morfi.

A su vez se usa para interpelar –quizás de modo inconsciente– a audiencias desde una necesidad tan incorporada como ritualizada, borrando los porosos límites entre naturaleza y cultura. La comida está allí como parte del escenario, como excusa, pero a la vez es ineludible como signo que determina un clima donde vivir juntos es comer juntos.

Finalmente, en el mismo sentido, la comida excede a la televisión y deviene en narrativa de otros medios como Instagram, donde el plato previo a comer habla tanto de los sujetos como su propia selfie. «

*Director de la Licenciatura en
Comunicación Social UNQ.