La identidad de género de sus personajes fue durante décadas un tópico esquivo para el cine y, en general, para el entretenimiento de masas, pero tímidamente a partir de los años ‘60 y con abordajes que se han ido despojando de prejuicios y se muestran cada vez más comprometidos con la agenda de la diversidad, las industrias audiovisuales acompañan con sus producciones, a veces controversiales, nunca indiferentes, las transformaciones del viejo paradigma de la binariedad. Motor global de la cultura, el repaso de un puñado de guiones cinematográficos permite observar cómo la pantalla grande, en particular la de Hollywood, dio visibilidad a la necesidad de desafiar las convenciones culturales fundadas en la heteronorma.

Los hechos relatados en Tarde de perros (1975), el clásico dirigido por Sidney Lumet, son reales, ocurridos apenas tres años antes del estreno. En el film, Sonny Wortzik, interpretado por Al Pacino, roba un banco neoyorquino para conseguir el dinero para pagar la operación de cambio de sexo de su pareja. Con seis nominaciones al Oscar, la película mostró al gran público la angustia de un joven trans que busca adecuar su cuerpo a su identidad autopercibida.

Ya en los ‘80, Tootsie (1982) pude generar risas pero desnudó la cruda realidad del sexismo. Dustin Hoffman interpreta a un actor desempleado que se disfraza de mujer para obtener un papel con el que logra un notable éxito, pero tras enamorarse de una colega (Jessica Lange) en el set de filmación, se ve ante una disyuntiva: si sigue con el engaño, pierde a la chica. La trama es quizás un paradigma del modo en que el cine explotó todos los estereotipos de género aceptados, el machismo y aún el acoso laboral.

Diez años más tarde, la diversidad sexual se hizo más notoria en la celebrada El juego de las lágrimas (1992). Confinado por un comando del IRA, un soldado británico le hace prometer a su secuestrador que, tras su muerte, se ocupará de Dil, su novia. El secuestrador se enamorará de ella, pero sólo en su primer encuentro íntimo sabrá que es una transexual.

En 1999, una película que trataba de manera explícita las cuestiones de género sacudió Hollywood como muy pocas lo habían hecho. Los chicos no lloran, protagonizada por la actriz Hilary Swank, hacía foco en la historia real de Brandon Teena, un varón transgénero estadounidense que fue golpeado, violado y asesinado el último día de 1993, cuando sus amigos descubrieron su oculta anatomía. Con nominaciones a múltiples premios y el Oscar para Swank por su gran interpretación, la película desnudó en toda su magnitud la ignominia de la transfobia.

Estrenada también en el último año del milenio pasado, fue en Todo sobre mi madre que Pedro Almodóvar puso el foco en la vida de una persona transgénero. Narró la vida de Manuela, una madre soltera que ve cómo su hijo único muere el día de su cumpleaños número 17 por correr tras el autógrafo de su actriz favorita. Tiempo después, ella viaja para encontrar al padre de su hijo, Lola, una travesti que tiene Sida e ignoraba que tenía descendencia. Siete premios Goya y el de la Academia estadounidense a la mejor película extranjera signaron un éxito que volvió a visibilizar la discriminación que sufrían las travestis.

Más acá en el tiempo, y ya con leyes que otorgan en varios países el derecho a la identidad de género autopercibida, la producción chilena Una mujer fantástica (2017), protagonizada por la actriz transgénero Daniela Vega (en el rol de Marina), se llevó el mismo Oscar este año, con una propuesta que hace foco en la cotidianidad de una joven mesera transexual que también es cantante. Al morir, Orlando, su pareja, un hombre veinte años mayor, Marina deberá enfrentar la segregación de la familia de Orlando. Una mujer fantástica da en el blanco cuando trata de entender el desafío que significa la vida en sociedad para las personas transgénero, al tiempo que videncia la necesidad de visibilizar la valentía de esas identidades no hegemónicas que se atreven a desafiar los estándares binarios. 