La ciénaga (Argentina/Francia/España/Japón, 2001). Con: Mercedes Morán, Graciela Borges. 103 minutos.

Lucrecia Martel se presenta al gran público luego de sorprender a los más avezados en el mundo del cine con el cortometraje que formó parte de Historias Breves I. A su mirada, Salta la linda es más linda: porque es más compleja, contradictoria, incierta y esperanzada que la imagen de armonía Barbie que le quiere dar la propaganda oficial. Y lo de Barbie no es arbitrario. Si bien La ciénaga se ocupa más desde las relaciones sociales en general en su Salta natal, lo hace desde una mirada femenina que el cine argentino desconocía hasta el momento.

Bajo su mirada están Mecha (Graciela Borges), pasada de alcohol, recluida cada vez más su finca La Mandrágora; del otro lado, Tali (Mercedes Morán), prima de Mecha, trabajadora que sabe cómo sacarle un mango (ahorrando o produciendo) a cualquier acción que la vida cotidiana exige. Una con preocupada por los hijos, pero dejándolos al cuidado ajeno; la otra viendo cómo hacer su vida lo más agradable posible: una especie de conciencia incofesa de que el futuro para ellos será sólo trabajo, y si lo tienen.

Sin hacer una cuestión de género en ninguna de sus partes, esa nueva mirada sobre esas dos mujeres y sus temas consigue no sólo llamar la atención, sino poner en escena, sin explicitarlo, que la realidad es una construcción social diaria y una cultural de siglos que naturalizan lo que nunca es natural. En este caso, ni la clase social a la que se pertenece, ni el lugar que ocupan en ellas las mujeres.

La niña santa (Argentina/Italia/Holanda/España, 2004). Con: Mercedes Morán, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta.

Martel profundiza con su disección de la feminidad en Salta. Si en La ciénaga dominaban las madres, aquí lo hacen las hijas (precisamente las que cierran La ciénaga). Esas chicas, ya crecidas, ya adolescentes y con ganas de registrar en su cuerpo eso que registran en el palpitar del corazón, encuentran las formas de hacer uso de su sexualidad en el medio de la férrea educación religiosa a la que una sociedad como la salteña somete a sus adolescentes (y a sus mujeres en general).

Y el ritmo de su film es adolescente. No porque adolezca de algo, sino por la mimetización narrativa con esa forma de hablar: el diálogo trunco que se disfraza de sobreentendido es una constante, lo que está bien y lo que está mal no es un problema para ellas porque ellas no repetirán la vida de los adultos, ellas se guiarán por el deseo, sin sospechar que, como lo devela esa primera escena del film, el deseo tampoco es algo atávico y natural. Es en la ampliación por los límites que esa construcción impone y la exploración de los caminos que obstruye que el deseo debe dar sus batallas.

La mujer sin cabeza (Argentina/Francia/Italia/España, 2008). Con: María Onetto, Claudia Cantero, Inés Efron.

O la tercera mujer, podría decirse. Si antes fueron progenitoras y adolescentes -dos referencias con las que Martel tenía perspectiva- ahora se mete casi con ella misma (y no porque le haya pasado algo similar): mujer en la mediana edad a la que una accidente la lleva a perder totalmente el eje de sí.

Una vez más Martel hurga en el mundo a partir de una subjetividad. En este caso, la de una mujer que parece tener la vida resuelta para siempre y descubre que lo único que tiene seguro es incertidumbre. En esa subjetividad Martel registra un momento importante de lo femenino y su evolución en los últimos años: la pelea por un lugar de igualdad es respondida -por los hombres, que por lo general manejan la estructura- con un aumento del nivel de violencia, simbólica y física, sobre las mujeres. En ese paralelismo, el desconcierto de María Onetto en el film es similar al de las mujeres que ven cómo a medida que piden por sus derechos encuentran un creciente maltrato: desde elegir la ropa para salir a bailar hasta la cuota alimenticia, cualquier cosa es motivo para ejercer violencia sobre ellas. La mujer sin cabeza es un recorrido por el desconcierto previo a la acción que se emprende para sortear una situación desfavorable.

Y también en ese sentido es tal vez su película más optimista: la Onetto que termina el film es una mujer no sólo más resuelta, sino más aplomada en una edad en la que antes, las mujeres, parecían tener la vida definida. Ella ya no es joven pero igual es una nueva mujer. Y esa nueva subjetividad que Martel ubica en un episodio de la vida del personaje es producto de un nuevo paradigma social y cultural.