El avance de los feminismos argentinos es innegable. Desde conquistas legislativas, como el aborto legal, hasta conquistas culturales y sociales se evidencian en campañas, eventos y hasta en discusiones familiares. En el mismo sentido, la reacción conservadora a este movimiento emancipatorio es una realidad cada vez más concreta. Lejos de la opinión, los límites que encontró la agenda feminista en un gobierno que abría su primera sesión legislativa proponiendo “comenzar por los últimos para llegar a todos” se concentran en el eje económico. Tal vez nunca quedó claro para los hacedores de políticas que para comenzar por los últimos debían comenzar por las mujeres así que lo vamos a volver a explicar.

La feminización de la pobreza en nuestro país es dolorosamente estable: casi 7 de cada 10 personas del grupo de menores ingresos son mujeres. También son más altas las tasas de desempleo e informalidad en las trabajadoras y se evidencia una brecha salarial y de ingresos en el mercado laboral. La fuente principal de la desigualdad de género en términos económicos se explica por la distribución asimétrica de los trabajos de cuidados, tanto pagos como no pagos.

En el segmento no remunerado, las tareas del hogar, el cuidado de las infancias, los adultos mayores y las personas con discapacidad recae principalmente en el tiempo de las mujeres de las familias, mientras que se reproduce la idea de que los varones “ayudan” con dichas tareas. Lo mismo se replica comunitariamente, donde son las mujeres las principales encargadas de la organización y gestión de los comedores, cooperativas escolares y centros de cuidados que nacen ante la falta de políticas públicas acordes a las necesidades de la población.

Esta mayor carga de trabajos no pagados deja a las mujeres con menos tiempo para destinar a un trabajo pago, formarse o incluso disfrutar de tiempo libre. El tiempo de las mujeres termina siendo el tiempo de la sociedad en su conjunto y la libertad de acción se desvanece ante un reloj que se destina a la familia y la comunidad.

Cuando vamos al segmento pago de los trabajos de cuidados, como la docencia, la enfermería o el empleo de casa particular, vemos salarios promedio bajos y pobres condiciones laborales. El caso de la docencia, por su largo trayecto sindical, es el que enfrenta las mejores condiciones dentro del mundo de los cuidados. En el otro extremo, las trabajadoras de casas particulares concentran la mayor cantidad de empleo precario, no registrado y peor pago.

Desde Ecofeminita visibilizamos esta realidad hace casi ocho años y sabemos que por momentos parece repetitivo gritar que sin nosotras no se puede. Y que gracias a nuestro trabajo, gratuito o mal pago, el aparato productivo se mueve. Situación que quedó en evidencia en la cuarentena aunque ahora pareciera un tiempo que preferimos no recordar. De creer que “salimos mejores” a hacer campaña electoral diciendo que van a cerrar el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad pasó muy poco tiempo. Es por eso que no estamos dispuestas a dejar correr el eje de discusión cuando son las mujeres, lesbianas, travestis y trans quienes dejan sus horas y sus vidas en la reproducción de esta organización social injusta.

En un año electoral que enfrenta grandes tensiones económicas, en el marco de un programa con el Fondo Monetario Internacional y en una coyuntura geopolítica que incluye una guerra en suelo europeo es necesario posicionar y jerarquizar la agenda feminista. No es una novedad que nos pidan que esperemos a un escenario más calmo para reclamar esta agenda, como si fuera secundaria o menos urgente. Volvemos a decir lo que evidenciamos en cada Paro Feminista del 8M: no hay posibilidades de un desarrollo económico para las grandes mayorías sin incluir la realidad de las mujeres y las disidencias.

Desde el anteproyecto nunca tratado por el Congreso del Sistema Integral de Cuidados, que concretiza una extensión de licencias maternopaternales, hasta el recorte en los programas del Potenciar Trabajo y un Salario Mínimo, Vital y Móvil por debajo de la línea de indigencia para un grupo familiar, las principales afectadas son las familias empobrecidas, donde las mujeres y las familias monomarentales son mayoría. Ahora bien, estas peores condiciones económicas ponen en jaque también al aparato productivo y el desaceleramiento en la actividad económica es una muestra de lo que se consigue por este camino para pocos.

No queda claro cuál es el programa electoral que incluye estas realidades y cuáles son los caminos que se proponen para mejorarlas. Por lo que una vez más, y todas las veces que haga falta, reclamamos por políticas públicas que tengan en cuenta la desigualdad de género estructural que vivimos para pensar salidas innovadoras que no nos devuelvan a una situación donde somos, siempre, las más afectadas.

Pensar la economía de manera más inclusiva e integral nos ofrece también nuevos caminos para gestar un desarrollo que priorice a las grandes mayorías y, por sobre todo, la propia reproducción y desarrollo de nuestro país. «

La nota es parte de la alianza entre Tiempo y Ecofeminita, una organización aliada que trabaja para visibilizar la desigualdad de género a través de la elaboración de contenidos claros y de calidad.