Gracias a su lugar central en la cultura, la música ha sido históricamente un vehículo de transmisión de la violencia simbólica: aquella que no se manifiesta de forma física, sino que opera de manera invisible a través de mensajes que determinan roles, expectativas, corporalidades; y que afecta especialmente a las mujeres y a la comunidad LGBTIQ+.

Lo que podemos encontrar, a lo largo de la historia de la música son mensajes que hacen apología de las violencias –incluido el femicidio–, sexualizan y cosifican a las mujeres y reproducen distintos estereotipos que las ubican en un lugar subordinado. Estos mensajes que se reproducen en el ámbito de la cultura, tienen un impacto en la vida personal y profesional de las personas.

Vale mencionar que, si bien hoy en día se pone la mirada en las letras sexistas del reggaeton, el tango en sus orígenes, la cumbia, el rock, entre otros, no han sido ajenos a la reproducción de estos discursos. Todos los géneros y en cualquier época han contribuido a la construcción de mensajes que representan y reproducen violencia simbólica. 

En parte, esto es así porque en una industria dominada por varones, la música no hizo más que reproducir las desigualdades y las violencias que se daban en otros espacios de la sociedad. La ley de cupo femenino en festivales viene a visibilizar esta realidad, y a disputar esos espacios. Porque quiénes narran son quienes terminan definiendo qué se narra. 

Visibilizar para transformar

En este marco, desde Grow a lo largo del año se trabajará sobre distintos espacios en los que se reproducen estos discursos. En marzo, su mes de lanzamiento, nos ocupamos de la música: analizamos letras de canciones, pero también compartimos algunas reflexiones sobre artistas que pudieron revisar y cuestionar lo que habían escrito años o décadas atrás. 

El espíritu de esta revisión no consiste en promover la cultura de la cancelación ni en hacer un análisis tan literal de las canciones que se limite el uso de metáforas. Por el contrario, buscamos invitar a la reflexión sobre las condiciones que hicieron posible que ciertos mensajes fueran dichos en un contexto determinado; y cuáles seguimos reproduciendo y naturalizando. Al calor de ciertos avances sociales y derechos que el Estado comenzó a garantizar, hay ciertos mensajes que hoy nos resultan evidentemente violentos. Sin embargo, otras canciones las escuchamos sin cuestionarlas, pero cuando prestamos mayor atención podemos observar que en muchas de ellas también se cuela la violencia simbólica, solo que de forma más sutil.

Si los tiempos cambian, como en cierta forma creemos que están cambiando, se vuelve necesario volver sobre esas canciones no solo para visibilizar qué era lo que la sociedad permitía que fuera dicho, sino también para pensar qué canciones y qué narrativas estamos creando hoy. Solo así podremos acompañar los procesos de cambio para lograr una sociedad más igualitaria.