A través de Tinder, el coqueteo se descorporiza y la pantalla táctil de los teléfonos móviles está sustituyendo a los labios y las manos de muchos jóvenes. El uso masivo de esta app, en comparación con otras plataformas sociotécnicas online, se debe, primero, a su condición gratuita; segundo, a su condición práctica de geolocalización en tiempo real –esto es, que te da la posibilidad de contactar con los usuarios vigentes cerca de ti–; y tercero, a su demarcación respecto a las agencias matrimoniales cuando dice ofrecer todo tipo de encuentros. En principio, Tinder parece ser una Celestina tecnológica efectiva, inofensiva y para todos los públicos. ¿Es realmente así?

Para poder acceder a ese gran almacén de posibles parejas, la persona usuaria debe previamente aceptar los términos y condiciones de uso de la plataforma (sin leerlos, por supuesto). Además, aceptar también unas condiciones de convivencia –increíblemente correctas– que, creo, blanquean el código ético de dicha empresa. Es entonces cuando accedes a editar tu perfil. La elaboración de un perfil exige una introspección selectiva del nombre, edad, el aspecto, una descripción breve, tus intereses, estilo de vida o valores, pero también tus estudios, trabajo, la música que te gusta, tu sexo y orientación sexual… cuya conjunción constituirá la representación pública de una misma.

Cuando hablamos del público (audiencia) en el mundo digital, debemos entenderlo como un conjunto abstracto de yos-privados conectados. Para empezar, es curioso que este subjetivismo esté destinado a la absoluta objetivización: el perfil es un yo-producto exhibido en un libre mercado afectivosexual abierto 24/7. De todas las expresiones posibles, la que adquiere una importancia primordial, ocupando casi toda la pantalla, es la apariencia física: la foto. A pesar de que la condición digital sea la descorporeización física, la imagen del cuerpo en constante exposición sigue siendo la fuente principal de valor social –y económico–. La segunda expresión más importante es el contenido de la descripción, tu etiqueta personal, donde los usuarios tienen la oportunidad de relatar aquello que los hace únicos.

Una vez creado tu lugar, entramos en el mercado. Su funcionamiento es tremendamente sencillo: en pantalla aparecen tus posibles pretendientes, cual productos, como salidos de una línea de montaje: otros perfiles que vas juzgando y deslizando hacia un lado o el otro como si fuera un mazo de cartas. Tus opciones son, like (deslizas a la derecha), dislike (deslizas a la izquierda), o superlike (deslizas hacia arriba). No hay opción de abstenerse, la persona usuaria debe barajar todas sus posibilidades. Dos de las características novedosas propias de la plataforma son la exaltación del flechazo y la eliminación del rechazo: si coincide que dos perfiles se gustan –¡it’s a match!– aparece una ventana animada con la unión de las dos fotos de perfil y automáticamente se abre un chat donde interaccionar. Si no, nadie recibe más noticias que interrumpan la práctica del deslizamiento y ese otro perfil se pierde en la tinderosfera. La característica del superlike es la sinceridad, si a alguien le has gustado mucho, te aparecerá en su perfil.

Dada esta condición de inmediatez, y la aceleración que propician, Tinder sabe que te puedes equivocar. Por eso proporcionan un botón de Rewind que te permite volver atrás y deshacer tu último dislike, para rehacer la decisión. Por otro lado, dada la enorme capacidad de esta fábrica, la lista de posibles candidatos y posibles competidores es extremadamente larga. La propia plataforma desarrolla técnicas facilitadoras: el botón Boost, te permite ser uno de los perfiles destacados en tu zona durante 30 minutos, aumentando así tus probabilidades de encontrar matches. Como no podría ser de otra manera, la posibilidad de uso de estas funciones no es ilimitada. El uso gratuito de la app te permite poco más que un número limitado de likes o dislikes y un único superlike. Sin embargo, con una módica cuota al mes, puedes obtener ventaja sobre el resto y participar de esa élite denominada “TinderPlus”. Con la suscripción a Tinder Gold, puedes ver toda la gente que te ha dado like y romper con el misterio. “El día solo tiene 24 horas y tienes que priorizar” argumenta implacablemente la descripción de la página web (Tinder.com).

Esta suscripción ofrece también la función del Passport que te permite chatear con gente de todos los rincones del mundo estés donde estés, ofrece likes y rewinds ilimitados y un único boost, así como varios superlikes al mes. Un paso más allá, la suscripción a Tinder Platinium prioriza tus likes promoviendo la visualización inmediata de tu perfil en la pantalla del otro y con la función Top Picks selecciona exclusiva y especialmente para ti 10 perfiles destacados cada día. El dinero no da la felicidad, pero sí más posibilidades: ahora también para tus encuentros sexoafectivos.

Si queremos ser críticas, además del machismo interiorizado que no desaparece en las relaciones virtuales, se debe poner atención al modus operandi de las plataformas como Tinder que usamos para conocer gente. Desde que Judith Duportail, en su libro El Algoritmo del amor (2019), terminó por desvelar los secretos más oscuros de la tinderosfera, es bien sabido que el nivel de deseabilidad y el atractivo hegemónico juega un papel crucial en el sistema de validación de esta plataforma. Se nos advierte desde el principio: ¡la aplicación nos pone nota a cada una de nosotras! Sí, Tinder posee un ranquin críptico de atractividad en el que todas las personas que participan son evaluadas a partir de los datos que generan.

La clasificación es la comúnmente denominada Elo-score. Dice la autora, en un tono de indignación, que cuando se muestra tu perfil a una persona, no se te empareja con ella, sino contra ella. En pocas palabras, si la persona en cuestión tiene un nivel más alto de popularidad y éxito –esto es, tiene más likes y matches– y le gustas, ganas puntos, tu posición en el ranking sube. Al contrario, si tiene un nivel más bajo y te desliza hacia la izquierda, es decir, no le gustas, los pierdes: tu posición decae. La máxima expresión del capitalismo afectivo, ¿no crees? Competición, capital erótico, confrontación y (d)evaluación.

Los datos que guarda Tinder

Estamos en la era del Big Data y cada cosa que hacemos, cada gesto, cada apertura, cada clic se espía, se monitoriza, se registra y condiciona directamente nuestro hacer virtual, incluso, como veremos, nuestros deseos. Tinder es una empresa privada estadounidense de largo alcance que, como tal, usa los datos personales no solo para venderlos a agencias publicitarias –otro tema de amplio interés que no se explorará aquí–, sino también para diseñar algoritmos y optimizar su funcionamiento interno, su influencia para con nuestras subjetividades –¿alguien se ha preguntado por las posibles consecuencias políticas de la desaparición del rechazo de la experiencia del usuario?– y su consciente manipulación. Dicho ranquin condiciona las posibilidades de aparición e interacción de las personas usuarias. Veamos cómo.

Debe quedar claro que una es el producto privado y expuesto al consumo clasificado en una, determinada cadena de montaje, ojo. La inteligencia artificial propia de Tinder hace uso del aprendizaje automático para el estudio de nuestros perfiles y nuestros actos del cortejo. Un primer análisis de tu foto de perfil te coloca en una posición del ranking. Después, el destino está ligado al diálogo con los algoritmos. Un algoritmo denominado Eigenfaces, reúne las fotos de los perfiles que te aparecen y, con base en los likes, dislikes y matches que des, crea un perfil fantasma como vara de medir para las comparaciones, el orden y las predicciones que determinan los productos que te salen en pantalla.

Es decir, que tu acceso al resto de la gente (geolocalizada cerca de ti) no es tan libre como parecía ser. Por ejemplo, si en el pasado has tenido una considerable coincidencia con hombres calvos, ¿la aplicación te sugerirá perfiles de hombres calvos? Dejemos los chistes a un lado. En pantalla aparecen perfiles en función de lo que te ha gustado o no te ha gustado antes. La expresión “ten cuidado con lo que deseas” parece más pertinente que nunca. Para más inri, la mano fantasma de la plataforma no solo se basa en caras bonitas o bíceps marcados. Además, la posibilidad de encuentro virtual también se ve influenciado por el vocabulario de las personas usuarias.

Word2voc es un algoritmo que sugiere usuarios que comparten una misma forma de comunicación y expresión, ya sean idiomas, dialectos o jergas… Todo determina. Todo queda determinado. Nuestras intimidades se congelan en los clicks. ¡Hasta el mito neoliberal de la libre elección se difumina!

Los sesgos y discriminaciones

El ranquin forma, así, dimensiones, castas, clases, distritos del deseo cuyas fronteras –o líneas abismales, a la Vasallo– son difíciles de traspasar. No vaya a ser que una puntuación baja se empareje con una puntuación alta. Hablamos de un Tinder cuántico: no todas las personas usuarias estamos en el mismo espacio-tiempo virtual. Queda en evidencia una especie de estratificación social que separa diferencias. El vector detrás de cada deslizamiento o tecleo lleva asociada información de actividades virtuales y veteranía, intereses, entornos, nivel educativo, trayectoria profesional, pero también edad, religión, clase social, cultura, discapacidad, etnicidad, sexo, identidad de género y un sin fin de cortes identitarios. Y aunque Tinder nos venda una falsa, para variar, libertad de oportunidades con ese discurso de “todo el mundo es bienvenido” o “te encontrarás con todo tipo de personas”, la plataforma está llena de sesgos y discriminaciones. Si nos empaquetan en clases identitarias difícilmente podrán salir a la luz las reclamaciones de lo diferente. En Tinder lo diferente no convive. Y sin convivencia no hay comunicación, no hay conocimiento, no hay reivindicación.

Los algoritmos, sin embargo, no son espontáneos, no son autónomos. Un algoritmo no es, per se, racista o machista porque este no tiene conciencia ni poder de decisión. No digo que la tecnología sea ni mucho menos neutral, digo que debemos dirigir la crítica a las personas responsables de dicha tecnología. La posibilidad de presentación, el filtro, el muestreo, no solo en Tinder sino en todo el mundo virtual, contienen sesgos que favorecen directa o indirectamente las identidades privilegiadas. Por ejemplo, en general, los algoritmos de procesamiento de imágenes de reconocimiento facial pueden identificar el género –binario– de una persona de una fotografía, por cierto, con una mayor fiabilidad de resultados en caucásicos. Y se habla de reconocimiento. No estamos cayendo en la trampa de la diversidad, caemos de nuevo en la trampa del viejo estereotipo de siempre. Qué desafortunada causalidad. No, las fallas morales y sociales son responsabilidad del dueño de la máquina, de las personas propietarias. En honor a Cathy O’Neil y su libro Armas de destrucción matemática (2016), apelo desde aquí a la responsabilidad algorítmica que concierne a quienes diseñan, producen e impulsan estas plataformas.

Esto no es más que un destello de la cara B de Tinder. Un destello que amenaza la interseccionalidad afectiva: el campo de juego perfecto para la alineación y el ostracismo inconsciente, sin darnos cuenta. Escenario fundamental para la des-democratización tecno-política. Personal. El escenario fundamental para el fin del amor a la Eva Illouz. Antes de descargarte la app, piensa en cómo todo este universo congelado y sesgado puede transformar nuestras formas de relacionarnos sexoafectivamente. No sólo respecto al consumo acelerado e inmediato, a la autoobjetivazión y a liquidez u obsolescencia de la sociabilidad contemporánea, sino también respecto a los mecanismos ocultos que operan constriñendo nuestras libertades y nuestros cuidados.

Por supuesto, es más fácil hacer la vista gorda. Ahí va mi advertencia: ten cuidado con cómo deseas. Si deseas a través de Tinder, aceptas que la app te marque a quién desear y a quién no. ¿Hasta dónde podría llegar el poder críptico de lo digital? ¿Qué más podría delimitar? Las respuestas se las dejo a los guionistas de Black Mirror. Hang the Dj!