María tiene 25 años, y entre sus tatuajes resalta una mariposa. Vive en Villa Soldati, en un barrio popular y dice que apenas conoce la ciudad de Buenos Aires fuera de su barrio.

Desde los 8 años trabaja con el carro junto a toda la familia. Tiene 3 hijos, y desde los 14 años hasta hace muy poco tiempo vivió una relación de pareja violenta y estuvo cerca de ser víctima de femicidio en más de una ocasión.

“Después de todo lo que viví, creo que hay poca información y herramientas reales para ayudar a las víctimas de violencia de género. Hay promotoras de organizaciones sociales que son vecinas, nos conocemos y son las que ayudan, pero me parece que el Estado tiene más miedo a entrar en los pasillos de nuestros barrios, que nosotras a nuestros agresores”.

La historia de María es un relato que replica muchas de las instancias por las que pasan mujeres y personas de la comunidad LGTB+, víctimas de violencia de género, sobre todo en barrios de menores recursos de la Ciudad de Buenos Aires.

A los 14 años comenzó un noviazgo feliz, hasta que el chico, un año mayor, comenzó a maltratarla. Con tres hijos, hace pocas semanas se separó de su pareja de casi 11 años.

En el transcurso, fue parte de juicios sin resultados, denuncias y perimetrales inútiles. Vivió con sus hijos en un refugio, se sintió culpable, intentó sin éxito que instituciones del Estado porteño escucharan que su entonces compañero y agresor fuera ingresado para recuperarse de su adicción. Nunca accedió a una ayuda como jefa de hogar para terminar su casa y, un detalle no menor: no pudo tener su fiesta de 15 años.

“Con Alexis empezamos el noviazgo cuando yo tenía 14 años y él uno más. Al poquito tiempo quedé embarazada”, cuenta. “A los meses de estar juntos, ya convivíamos. Él empezó a mentirme, a salir con amigos y a ignorarme. Ahí comenzaron las discusiones, porque ya no me dejaba juntarme con mis amigas y me aislaba. En una de esas discusiones me pegó. Así empezó todo”, dice. Y agrega con dolor, “Alexis es adicto a la pasta base”.

Los episodios

María llegó a separarse de su pareja pero un accidente en moto que lo dejó en coma fue el motivo de un acercamiento que los volvió a unir. “Lo había dejado y me estaba fortaleciendo, pero me dio pena y empecé a ir al hospital y a cuidarlo”, relata aún con tristeza. “A la semana fui yo al hospital porque me dolía mucho la panza y resultó que estaba embarazada de 5 meses”.

Mientras avanzaba su embarazo, María tenía que salir a trabajar con el carro. Alexis, además de no ayudarla con la crianza, tampoco aportaba con leche ni pañales.

Un de las discusiones más graves se produjo en la casa de la mamá de Alexis. Durante una discusión, la golpeó con cajones de sachet de leche. “Empezó a pegarme en las piernas y en todo el cuerpo con esos cajones. Me pegó hasta que una vecina llamó a la policía, yo pude escaparme y cuando salí corriendo chocamos con un patrullero. A mí me subieron a una ambulancia y al él se lo llevó el patrullero”.

En el hospital le preguntaron si quería hacer la denuncia. “Me sentía en otro mundo, no entendía nada, entonces me levanté y me escapé. Cuando llegué a mi casa le conté a mi familia y pude hacer la denuncia. No me dieron el botón antipánico pero le pusieron la perimetral que duró tres meses. Después, como vivíamos a unas cuadras, donde me veía, me amenazaba”, recuerda.

La intervención judicial

Pasó un tiempo y la pareja llegó a un juicio o mediación. “Duró una hora. El juez me preguntó qué quería hacer y le dije que Carlos necesitaba ayuda, pero obligatoria, porque por sí mismo no iba a internarse”, explica. Le dijeron que intervendría un médico en el caso de su pareja, pero eso jamás sucedió. Se dictaminó que Alexis debía indemnizarla. Tampoco se cumplió.

María conoció a su defensora en el mismo día del juicio. Le preguntó, con tono de fastidio, si si estaba con Alexis. “Me explicó que si decía que me sentía intimidada podía lograr que fuera preso por lesiones y amenazas. Y hasta por intento de homicidio. Yo no quise decir que me sentía intimidada. Lo que pedí es tratamiento obligatorio para su adicción”.

Una nueva oportunidad

Luego del juicio, María y Alexis continuaron su convivencia, pero la relación se tornó tortuosa. En esa época, ella quedó embarazada de la tercera hija.

Después del nacimiento siguieron conviviendo. “Cuando aparecía en casa compartíamos la cama con mi hija chiquita. Me acuerdo que una noche me desperté asustada con la nena al lado a los alaridos y con él encima mío ahorcándome. No sé si me desmayé pero cuando volví a abrir los ojos era la mañana siguiente, él estaba al lado, dormido. Estaba mareada, me dolía todo y tenía el cuello lleno de moretones. Había intentado ahorcarme. Hice la denuncia y se lo llevaron, pero al otro día lo vi a la vuelta de casa. Ahí nos separamos de nuevo”.

Tiempo después, Alexis reapareció y pidió ver a los chicos. A la semana fue preso y hasta ahora, María no sabe por qué. Desde la cárcel se comunicó con ella y le pidió que llevara los chicos y dinero. “Lo vi cambiado de verdad”, dice.  

“Salió y le di otra oportunidad porque consiguió trabajo y aportaba a la casa. Pero empezó a tomar alcohol”, dice con bronca. “Empecé a enfrentarlo. Un día me empujó y le di una piña. Después me revoleó una olla, busqué mi celular y se lo había llevado el día anterior con una plata que estaba ahorrando. En ese momento me volví loca y le di casi todos los golpes que me había dado él en mi vida. Estaba tan nerviosa que ni sentí el golpazo que me dio en la cabeza. Sólo me acuerdo que dejé a los chicos con los abuelos y me fui. No lo vi más hasta hace unos días que nos cruzamos en el barrio”.

Se hace tarde y María tiene que ir a buscar a los chicos a la guardería. “Ahora estoy viviendo en la casa que estoy terminando, de a poco, con mi trabajo, y voy a la vuelta de la casa de Carlos todos los días, porque ahí queda el comedor de los chicos. No lo veo, pero ya no tengo miedo”.

El trabajo de las organizaciones sociales

En los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires existen consultorías de género y diversidades que atienden situaciones de violencia de género. Entre Somos Barrios de Pie/Marea en la Ciudad y el Frente de Mujeres del Evita, hay unas 400 promotoras que orientan a las víctimas, ofrecen contención terapéutica y asesoramiento legal, realizan talleres, acompañan a quienes quieren hacer la denuncia, buscan soluciones habitacionales, prestan sus teléfonos para hacer las llamadas y trámites, porque muchas víctimas no tienen celular, batería, o datos.

Fátima Delgado es promotora de una de las consultorías de Villa Soldati. Resalta que en la OVD o en el Centro de Justicia de la Mujer, las víctimas deben esperar de 4 a 12 horas para ser atendidas. También apunta a los Centros Integrales de la Mujer (CIM), denunciando que no se cumple la ley que dicta que debe haber uno cada 50 mil mujeres en la Ciudad.

“Atendemos mujeres que no son atendidas en los CIM en los horarios en los que funcionan, o porque están sobrepasados. Debemos hacer guardias las 24 horas, porque hay violencia todo el día. La línea 144 puede hacer esperar 4 y 5 horas a que atienda un operador. Es la solución 24 horas que ofrece el GCBA”.

Con respecto a la problemática habitacional, Delgado afirmó. “En cuestión habitacional, solemos alojar mujeres en los comedores hasta conseguirles un lugar donde vivir. No hay soluciones concretas para cuando son excluidas del hogar. Mucho menos, subsidios lógicos que contemplen a todas las víctimas”.

Las promotoras cuentan que deben enseñarles a los hijos de las víctimas que, si ven al agresor pegar a sus madres agarren el celular y pidan ayuda, pues las víctimas no pueden hacerlo en el momento. Mientras que esas son medidas y herramientas que se dan y parecen buenas, en la práctica y en los barrios populares no sirven.

Lis Gonzáles, promotora del Evita, también pone en duda el cumplimiento de la ley respecto a los CIM, y dice que su comuna, la 4, por ejemplo, debería haber 3, y hay 1.

Otro de los temas que debaten es el de los refugios: “No sólo están saturados, sino que de las mujeres que se nos acercan, nadie quiere ir, les tienen miedo y han dicho que es son más un castigo que una contención”.

Ambas promotoras reclaman ser reconocidas salarialmente por el gobierno porteño, pues consideran que su trabajo es esencial y ocupa un espacio al que el Estado no ha llegado. 

La voz del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

La directora General de la Mujer del GCBA, Carolina Barone se refirió a los CIM y aseguró que están en cumplimiento de la ley, explicando que ninguna mujer tiene que caminar más de 500 metros para llegar a uno.

En cuanto a los refugios, dijo que el funcionamiento es excelente y que, en este momento hay una ocupación del 50 por ciento.

La funcionaria destacó la existencia de ocho nuevos puntos en barrios populares. Se trata de los Núcleos de Inclusión y Oportunidades para el Desarrollo de Oportunidades (NIDO), una red de espacios para promover la inclusión social de los barrios más vulnerables.

En cuanto a la atención de la línea 144 evaluó que es la entrada más importante para los casos de violencia de género y que funciona las 24 horas con un promedio de espera de 23 segundos.

Mientras tanto, Barone, destacó la importancia de todas las herramientas que han desplegado para trabajar la problemática, dispositivos en articulación con distintas áreas.