El contexto –la demanda– obliga a la discreción. “Preparamos bolsones de cinco o seis kilos a muy buen precio –cuenta Christian Acosta, productor hortícola de Concepción del Uruguay– y vamos, por ejemplo, a Colón y hacemos delivery. No podemos hacer publicidad en redes y ya sabemos que un solo mensaje de WhatsApp provoca que todo se agote enseguida. Igual, cuando te ven, te lo sacan de las manos”.

Ocurre en Entre Ríos, y también en Santa Fe, Buenos Aires o cualquier centro urbano del país. En época de pandemia y encierro, son los pequeños productores y las organizaciones sociales quienes están abasteciendo de alimentos a buena parte de la población, a contramano de las grandes multinacionales dedicadas a la especulación y el sobreprecio. “Es otro paradigma ético que le garantiza a la gente comida barata, sana, y sin que tengan que salir con el riesgo de enfermarse”, destacan.

Sólo desde el comienzo del aislamiento obligatorio, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) distribuyó más de 2500 toneladas de alimento a “precio justo” y sus productores donaron más de 70 mil kilos de verduras y frutas en varios puntos de las provincias de Buenos Aires, Misiones, Salta, Santa Fe y Entre Ríos.

“La demanda en cuarentena aumentó muchísimo. Nuestros nodos solidarios están desbordados, llenos de gente que todos los días se acerca por un bolsón de alimentos, porque se nota mucho el desabastecimiento y los sobreprecios. Para nosotros fueron días de mucho trabajo y esfuerzo para dar respuestas a los consumidores, que son los que siempre pierden. Queremos pasar del alimento como mercancía al alimento como derecho”, explica Daniela Carrizo, del equipo de comercialización de la UTT.

Fue la misma organización que en plena crisis por la pandemia de Covid-19 decidió donar miles de kilos de “alimento sano” a los habitantes de la “invisibilizada” Villa 31.

Alimento poder

En Entre Ríos existe lo que llaman “la Costa olvidada”. “Son las aguas del río Gualeguay que van desde San Salvador hasta Urdinarrain. Es el corazón del glifosato en el mundo”, enseña Acosta, quien se ocupa junto a otros productores agroecológicos de alimentar a las comunidades rurales de la zona. “Nosotros lo tomamos como una cuestión humana –explica–, va más allá del debate ideológico o político. Llevando alimentos sanos, combatimos de una manera práctica contra los que más fumigan”.

A pesar de las miles de hectáreas sembradas, Entre Ríos sólo produce el 8% de la necesidad de consumo de alimentos que tiene la provincia. Pero el abastecimiento, proveniente de Santa Fe, Rosario y hasta de Corrientes, se interrumpió drásticamente por la pandemia.

“En esta etapa trabajamos mucho con bolsones y haciendo delivery –continúa Acosta–, y aunque es imposible llegar a responder a toda la demanda, pudimos asistir en situaciones de emergencia. Vendemos en el día toda la producción”.

Para Federico Di Pasquale, productor y miembro de la delegación Santa Fe de la UTT, en el actual contextoquedó demostrado que los pequeños productores y las organizaciones sociales tienen una responsabilidad social que los especuladores no tienen”. Destaca que “es el momento de dar la lucha a las cinco multinacionales que deciden qué vender, a quiénes y a cuánto”.

El alimento es un poder –agrega–, y si lo tenemos las organizaciones campesinas, vamos a construir otro paradigma ético, pero si lo tienen los grandes intermediarios se van a dedicar a la especulación y la remarcación de precios. Hay que generar una estructura que dispute el poder real, porque podemos vivir sin supermercados, pero no sin productores”.