Condenar el machismo explícito es fácil. El problema, avisan Eleonor Faur y Alejandro Grimson, autores de Mitomanías de los sexos (Siglo XXI Editores), son las “zonas grises”: el vestuario del club, la oficina, el colegio, la cama. La cultura de la desigualdad se manifiesta en todas partes: en forma de chiste misógino sobre un escenario, o como canción xenófoba entonada desde la tribuna. La conclusión es que nadie escapa –ni siquiera los más enfáticamente autoproclamados progresistas– de los muchos estereotipos sobre géneros y sexualidad que repetimos como loros. Queda, entonces, identificarlos, mostrar el reverso de esas medias verdades y tratar –hacer la promesa íntima– de no volver a reproducirlos. Es lo que el libro que acaban de presentar procura hacer.

–Durante el proceso de escritura, ¿se reconocieron víctimas de algunas de las mitomanías descriptas?

Faur: –Nos involucramos sabiéndonos interpelados por esta cultura, tratando de bucear y de reconocer en nosotros mismos algunas tensiones, dificultades que a veces tenemos para detectar esos mitos y no quedar envueltos en esa cantidad enorme de imposiciones sociales. Muchos de los mitos presentados son parte de una búsqueda, de aguzar el oído en la vida cotidiana, en la calle, en grupos de personas, tratando de captar lo que se impone como verdad y tratando de responder a eso. Es quizás la parte que más me interesó trabajar como mujer, incluso como feminista.

Grimson: –Por suerte hoy el tema se discute en toda la sociedad, y uno intenta dar una respuesta desde adentro, porque esta no es una cultura que nos resulta exótica. Claro, nos sentimos lejos de los mitos más brutales, quizás nunca estuvimos ahí, pero hay muchos “grises” donde nos reconocemos. Por ejemplo, si vas a la cancha desde los cinco años y toda tu vida cantaste que son todos negros y son todos putos, hay un problema. En algún momento yo lo habré cantado hasta que decidí no hacerlo más. Lo mismo le pasa a los lectores.

–Entonces, antes de fijarnos en los demás tendríamos que mirarnos a nosotros mismos.

AG: –Pensemos en el contexto de una pareja. Si la mujer tiene un trabajo extraordinario afuera y el hombre decide quedarse en casa cuidando a los hijos, nadie lo cuestionaría hoy, pero en la medida en que la sociedad no evolucione, seguirá reproduciendo una estructura que tiene cientos de años y que dicta que el hombre es el proveedor y la mujer cuida los hijos.

EF: –Yo te doy el ejemplo del humor. Tradicionalmente, el humor sobre la mujer lo hacían los hombres, los capocómicos, y siempre el lugar de la mujer era la cosificación, de acuerdo a una mirada masculina sobre una mujer que no era sujeto, que no tenía deseo, simplemente un actor pasivo de los deseos masculinos. En los últimos años empezamos a cuestionar estas representaciones, y eso habilitó a las mujeres a hacer humor desde otro lugar. Hoy está lleno de standaperas con un humor súper ácido, que hablan de la violencia contra las mujeres, de la legalización del aborto, de homosexualidad, con una libertad absoluta. Necesitamos que estos movimientos se multipliquen para generar más igualdad y oportunidades.

–¿Cuál es el límite entre condenar una humorada discriminatoria y convertirse en un policía de lo políticamente correcto?

AG: –Lo que soluciona el problema no es la policía de lo políticamente correcto sino que haya un avance cultural sustantivo. Necesitamos redireccionar el deseo y que las mujeres se den cuenta de que se pueden vestir como quieran y no pensar que si se ponen tal o cual cosa es de minita, y que los hombres dejen de pensar que si lloran no son machos. Avivate, flaco, vivís en la jaula del machismo. Afuera hay una vida mejor. Esa es la apuesta central: una transformación de fondo en las relaciones humanas.

–¿Se puede rastrear el origen de los femicidios en estas mitomanías?

EF: –Por supuesto, y se rastrea en los detalles pequeños y cotidianos. Por ejemplo, ¿quién tiene el derecho de tomar la iniciativa en una relación sexual? ¿Por qué es visto como algo fuera de lugar que una mujer pueda expresar su deseo? ¿Ese deseo tiene que ser reprimido con un golpe? También hay mitomanías sobre cómo leemos la violencia sobre la mujer. Cuando pensamos que si le pegó, algo habrá hecho. Le pegó porque sirvió los fideos fríos. Analizamos los casos de violencia con un lente que a veces no está cerca de la emancipación, que está muy lejos de salir de la jaula. «

Un libro que no busca perdurar

“Ojalá que este no sea un libro para la posteridad –remarca Grimson–. Lo escribimos con el deseo profundo de que la gente lea este libro dentro de 30 años y diga: ‘qué loco’. Es un libro sobre el hoy, pero apostando al cambio, a la evolución. Nosotros soñamos con una igualdad con diferencias, con multiplicidades, aunque todavía estamos lejos de alcanzarlo.” Para Grimson, doctor en Antropología e investigador del Conicet, este es el tercer volumen de una saga de abordaje crítico del sentido común que empezó con Mitomanías argentinas. Faur, doctora en Ciencias Sociales, coordinó el área de derechos de las mujeres de Unicef y dirigió el Fondo de Población de Naciones Unidas en la Argentina. Dictan clases juntos en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín.