Que temón el queso eh.

Cómo nos gusta.

Qué rico es, qué bien le queda a todo.

Qué difícil es comer bien y sano sin abandonarlo.

Yo soy de las personas que amamos el queso, con ese amor que sólo provocan las cosas ricas de toda la vida, los sabores irreemplazables y auténticos. ¿Cuál es el «temón» del queso? Primero y principal, que lo que casi siempre nos venden como tal no es queso. Es una pasta insulsa, gomosa, envuelta en etiquetas como «light» y «ultrapasteurizado» que ya no recuerdan al queso ni en sabor, ni en textura, ni en beneficios. El queso de antaño tiene mala fama, pero mucho peor nos hace el queso ultraprocesado en cualquiera de sus versiones.

En segundo lugar, aún los que decidimos no abandonar los lácteos deberíamos evitar comer montañas de ellos. Pero como el queso de supermercado no tiene gusto a nada, le ponemos el doble o el triple de lo que necesitaríamos a cualquier comida para sentir una pizquita de sabor. Muchas veces, como la etiqueta dice «light», podemos sentir que no hay problema en hacerlo porque total «es bajo en calorías». Ejem.

La mejor forma de comer menos queso sin abandonarlo del todo es justamente volver a revisar el primer punto: elegir quesos de verdad. Artesanales. Sin homogeneizar, sin cortar con sustancias que no pertenecen a un queso, sin ultraprocesar. Quesos hechos con leche de verdad, fresca y auténtica, preferentemente de tambos pequeños, donde todo el proceso de la vaca al estacionamiento implique pocos pasos. Ese debería ser el único queso que llegue a nuestra casa, y les cuento el secreto: cuesta lo mismo o menos que el falso queso de súper.

Esta receta viene con esa bandera. Tiene como insignia un queso artesanal y orgánico, esto es: hecho de manera auténtica, con leche de verdad, por gente que sabe. Lo rodea una montana de vegetales (berenjenas y cebollas), un pancito crocante de avena cortado en bastones (pura avena fermentada, ustedes elijan el que prefieran!) de tal forma que nos brinda un poco de todo en materia de bondades para el cuerpo y para el paladar. El toque dulce de la miel y las pasas y la compañía de las especias lo transforman en una entrada que te la voglio dire, para meter cuatro o cinco manos a la vez –empuñando el pancito como arma– y compartir el ataque entre varios hasta arrasar con el plato.

Ingredientes:

1 queso camembert

2 berenjenas grandes o 3 pequeñas

3 cdas aceite de oliva

1 cebolla grande

½ cdta comino

½ cdta canela

Sal y pimienta

1 cda salsa de soja

1 cda aceto balsámico o vinagre

1 puñado de pasas de uva rubias (opcional)

Semillas de sésamo tostado

Perejil o ciboulette

Miel a gusto.

Preparación:

Cortar las berenjenas en cubos rústicos, sin preocuparse demasiado por que sean parejos. Cortar la cebolla en pluma. Condimentar con las especias, el aceto, el oliva y la salsa de soja, agregar las pasas de uva y salar. Llevar al horno en una placa o asadera a 200 grados aproximadamente (horno medio) por 40 minutos o hasta que las berenjenas estén tiernas y la cebolla bien cocida. Si es necesario prolongar un poco la cocción, removiendo las verduras una o dos veces.

Mientras se cocinan las verduras, retirar el camembert de la heladera para que vaya tomando temperatura ambiente.

Una vez listo, agregar una buena cucharada de miel a las verduras, mezclar bien y colocar el camembert sobre ellas. Volver al horno ahora a temperatura baja por apenas 5 minutos, para que el interior del queso se vuelva líquido.

Servir con semillas de sésamo, hierbas frescas, pimienta y unas gotas de miel y oliva sobre el camembert. Son casi imprescindibles galletas, pan con buena textura o algún equivalente para acompañar.

Nota: por supuesto, pueden preparar las berenjenas con anterioridad y sólo calentar el conjunto a la hora de servir.

*Natalia Kiako también dicta talleres para mejorar la alimentación cotidiana y atreverse a cocinar.