La crisis de los servicios penitenciarios del país es previa a la pandemia declarada por el virus Covid-19. La precariedad institucional en los establecimientos penitenciarios ha crecido en gran manera a lo largo de la historia. Esto se debe a que las cárceles no funcionan con el propósito con el que fueron creadas. Todo lo contrario. Es un sistema que te deshumaniza. Opera en los cuerpos de las personas allí cautivas introyectando normas y valores propios de una subcultura carcelera, que tiene como base la violencia.

Después de haber estado unos cuantos años en prisión y de padecer torturas físicas y psicológicas, vejámenes, hambre, frío y hacinamiento extremo, las personas no son las mismas. Las cárceles producen y reproducen más violencia de la que ya existe. Es muy difícil que todo esto luego no se replique en las calles, cuando las personas recuperan la libertad. Pero, con la educación y el arte, las personas que transitan el encierro punitivo pueden proyectar, transformar sus vidas y ser felices.

Nada va a cambiar hasta que no se desmilitaricen los servicios penitenciarios del país y sean personas de la sociedad civil -profesionales- que trabajen y eduquen en las cárceles. Les han hecho creer a los guardias que los presos son sus enemigos y viceversa. Es por esto que el sistema funciona de manera tan contradictoria y violenta.

Las penitenciarías deberían cumplir dos funciones: vigilar y brindar tratamiento. Pero esta última no se cumple. Sucede porque la mayoría de las personas que trabajan en los servicios penitenciarios del país no llegan a ahí por amor, ni por vocación y, mucho menos, por un compromiso social. Lo hacen porque no tienen otro trabajo. Además, tampoco están capacitadas para acompañar y tratar a quienes padecen el cautiverio.

El problema es que vivimos en una sociedad de consumo donde no todas las personas pueden acceder a los productos que ofrece el mercado. Es por eso que los pibes de los sectores populares se juntan en las esquinas para planear de qué manera pueden conseguir estos productos. Entonces resulta lógico que los penales estén hacinados. Todo es consecuencia de las desigualdades que existen en la sociedad. La mayor parte de la población carcelaria del país está presa por delitos contra la propiedad privada.

Los medios masivos de comunicación se encargan de demonizarlos, juzgarlos, estigmatizarlos y etiquetarlos como los malvados. De este modo construyen la figura del enemigo público en la sociedad. Un pibe morocho y pobre que usa gorra y ropa deportiva. El resultado de la manipulación mediática y las necesidades básicas insatisfechas de las personas se traducen en sobrepoblación carcelaria.

La que estamos viviendo es una crisis penitenciaria histórica. Nos encontramos ante una pandemia mundial, declarada por el virus Covid-19, que además de matar gente produce efectos secundarios, como ser, miedo, ansiedad, nervios, paranoia y la psicosis social. La desesperación de las personas que están inmersas en el sistema de encierro punitivo explotó con estallidos en distintos penales de todo el país.

En este sentido la sociología parte del supuesto y nos enseña que: las acciones de las personas están condicionadas por el contexto y la situación. Nadie se preocupa de lo que hacen las personas cuando salen de las cárceles. Es por eso que vuelven tan rápido al encierro y la reincidencia aumenta. El patronato de liberados es una institución que no tiene recursos. Para que algo mejore, hay que crear políticas públicas de integración social para quienes recuperan la libertad.