Neurobiología de la memoria es el área de investigación de Alejandro. Intenta comprender el modo en que se determinan las vivencias que formarán parte de nuestros recuerdos.

Cinthia indaga en la historia de la educación en la Argentina, busca que nunca deje de ser un derecho.

Guadalupe y Antonella diseñan vacunas, desarrollan tratamientos, contra el Sida, contra el cáncer, contra la tuberculosis.

Paula y Hernán estudian las condiciones laborales a la luz de tres principios: justicia, soberanía, igualdad.

Todos ellos son becarios e investigadores del Conicet. Investigan en campos científicos muy distintos, pero los une la misma lucha, el mismo compromiso: producir conocimiento para el país. Recuperando sus historias, la memoria de sus resistencias, enfrentan el ajuste que el gobierno de Mauricio Macri pretende imponer a la ciencia. Porque, como dicen ellos: no cambiaron, volvieron.

“¿Qué determina que algunos eventos que hemos vivido formen en nuestros cerebros memorias de largo término? ¿Cuál es el mecanismo que detecta que esos eventos, emocionalmente significativos, son importantes y serán seleccionados para construir esa memoria? La memoria forma representaciones internas de las que cosas que hemos vivido, que se completan con información, que se va agregando, o perdiendo, modificando la expresión de esos recuerdos cada que vez que se reactivan y se vuelven a poner en juego”, explica Alejandro Delorenzi, biólogo graduado en la UBA e investigador del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria que funciona en Ciencias Exactas.

Lo que vuelve, para los investigadores, es el recorte, el poder que los manda a lavar los platos, la fuga de cerebros como política de Estado. Ya lo vivieron. Esta tarde van a protestar ante el Congreso. Antes hacen el ejercicio de recordar.

Foto 1: Paula Andrea Lenguita, doctora en Ciencias Sociales, se especializó en el estudio del sindicalismo internacional y coordina el Programa de Estudios Críticos sobre el Movimiento Obrero del Conicet. Pone el foco en “una de las marchas por la educación que hicieron historia en la década del ’90. Desde entonces investigo movimientos políticos y sociales. Y hoy, al recordar aquella movilización, redescubro mi actual militancia en Científicos y Universitarios Autoconvocados en relación a ese otro momento de la lucha popular”.

Foto 2: Cinthia Wanschelbaum empezó a estudiar Ciencias de la Educación en 1999. Hoy, ya doctorada, investiga en el IICE y preside la Asociación de Graduados en Ciencias de la Educación. “Diciembre del 2001 me encontró transitando las aulas y los pasillos de Filo. En 2002 empecé a militar. Como a muchos de mi generación, la idea del fin de la historia no nos convenció y sí nos convocaba el sueño de la revolución. Lo primero que hice fue prestar mi libreta como aval para que unos compañeros pudieran presentar una lista en la carrera para disputarle le representación estudiantil a Franja Morada. Así comenzó mi historia militante. Quince años después, la situación no cambió, vuelve a ser la misma”.

Foto 3: Antonela Merlotti nació en Carlos Tejedor hace 29 años. Es bióloga de la UBA y está terminando su doctorado como becaria del Conicet en la Facultad de Medicina, donde también es docente de Inmunología. “Mi infancia está cruzada por los hechos políticos que transcurrían en los ’90. De la mano de los paros docentes comprendí la complicada situación de mis maestros y profesores. A esas voces se sumaban las de los científicos. Siempre imaginé la indignación y la bronca de su interminable lucha contra el recorte presupuestario, cuando los mandaron a lavar los platos. Hoy soy todos ellos, y me toca repetir la historia. Hoy nos toca a nosotros, a algunos por primera vez y a otros una vez más, volver a luchar por la continuidad de un sistema científico hecho por el país y para el país.”

Foto 4: Hoy Hernán Palermo es doctor en Antropología. Recuerda su lucha en los años ’90: “Como proceso de continuidad del terrorismo de Estado, aquella década expresó un proceso político, económico y social orientado al disciplinamiento de los trabajadores y de todos aquellos sectores que ofrecían alguna resistencia al proyecto neoliberal.En este contexto, la educación pública sufría un profundo ahogamiento financiero junto a la mercantilización de la enseñanza. Los centros de estudiantes secundarios salimos a tomar los colegios, en defensa de la educación pública, en contra de la Ley Federal de Educación. Confiábamos en que otra Argentina era posible”.

Foto 5: “En los ‘90 salí a cortar Lugones con el Centro de Estudiantes –recuerda, a su turno, Delorenzi–. Luego, en la época de López Murphy, en asambleas multitudinarias, en las calles, hacíamos visible la lucha por más presupuesto para la universidad y por la necesidad de actualizar las becas de ayuda económica que se habían convertido en migajas. Esos momentos, la emoción ligada a ellos, son parte de mi historia. No tengo una foto de ese recuerdo pixel por pixel. Cada vez que lo reactivo, como ahora, que el presupuesto para ciencia y tecnología vuelve a estar en riesgo, veo que algo cambió, que ese recuerdo se ha modificado. Para la neurobiología, recordar es volver a un lugar en el que nunca, nunca estuvimos”. El pasado vuelve. Pero, igualmente ominoso, es otro. Es presente.

Foto 6: Guadalupe Suárez tiene 32 años. Se recibió de bióloga en Exactas de la UBA y es becaria en el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA. “En el ‘94, cuando Cavallo mandó a lavar los platos a los científicos yo tenía 10 años –comienza–. No recuerdo mucho aquel episodio, aunque lo tengo como parte de la memoria colectiva de la comunidad científica. Ese año mi vieja se recibió de licenciada en Química, en la misma facultad donde yo estudié. En perspectiva, creo que la lavada de platos de aquel momento fue una respuesta ingeniosa y más que acertada. Creo que hoy estamos en otro momento histórico, porque la comunidad científica creció en número y maduró políticamente. Incluso antes de que se supiera que Mauricio Macri sería el próximo presidente, salimos a advertir a toda la sociedad que el proyecto político de Cambiemos implicaba un desmantelamiento del sistema científico, como efectivamente se confirma hoy”.