Horas después de la muerte de la jirafa Jackie, una denuncia penal obligó a la justicia a allanar el Zoológico porteño. El ministro de Ambiente, Eduardo Macchiavelli, salió disparado rumbo al Ecoparque, pero al llegar no encontró a ninguna autoridad. Preguntó por el director, Gonzalo Pascual. «Está de vacaciones.» Por su mano derecha, Damián Pellandini. «Está de viaje.» Por el gerente de Bienestar Animal. «Está en Estados Unidos con la novia, se fueron a entregar dos osos pardos.» La escena, reconstruida por el relato de los trabajadores, exhibe el grado de improvisación e irregularidades que tiñe al proyecto ideado hace casi dos años por el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta y su exministro de Modernización, Andy Freire, hoy cerrado, con parte de su patrimonio arquitectónico ofrecido a privados, y las recientes, alarmantes muertes de dos grandes animales: Jackie y la rinoceronte Ruth.

Quien realizó esa denuncia ante la Unidad Fiscal Especializada en Materia Ambiental (UFEMA) fue Claudio Bertonatti, especialista ambiental, museólogo y exdirector del Zoo. Alude a un incumplimiento de los deberes de funcionario público: desde el Ejecutivo porteño incumplen la ley que ellos mismos impulsaron. «A mediados de abril derivaron 14 de los cuidadores más antiguos a otras reparticiones. Dos de las áreas más debilitadas fueron las de los rinocerontes y las jirafas, donde quedó sólo un cuidador experimentado con la asistencia de personal contratado recientemente, comprometido pero sin la experiencia que este tipo de animales requiere», sostiene Bertonatti en el texto.

Lejos de ser un centro de bienestar animal, de conservación de especies de fauna silvestre y de educación ambiental, el Ecoparque se convirtió en un negocio inmobiliario donde los animales quedan desprotegidos: «En dos años murieron 120», dice el especialista, y agrega: «Murieron de soberbia e ignorancia. Creen que cualquiera de su palo puede ocupar cualquier cargo público. Y no es así».

–¿A qué apunta la denuncia?

–Las muertes fueron los hechos coyunturales que permitieron evidenciar un montón de síntomas que manifiestan una situación de emergencia. Además de las muertes de dos animales de máxima exposición, en un recinto frente al otro, paralelamente me llegan videos que son una poderosa evidencia para reflejar el estado de desidia del Ecoparque, con recintos totalmente invadidos por ratas, cucarachas y escorpiones, incluso el de los chimpancés, que tienen mayor contacto con los humanos. Según mis cálculos, murieron en dos años 120 animales. Y si a eso se suma que los dos muertos en estos diez días fueron enterrados en el mismo Zoo, lo que es prácticamente inaudito y desde el punto de vista sanitario una medida cuestionable y riesgosa, se llega a un cuadro de situación de mal manejo.

–¿Enterraron a la jirafa y a la rinoceronte en el Zoo?

–El Ecoparque no es un cementerio. Cuando muere un animal, lo ideal es que sus restos pasen a ser parte de los museos de Ciencias Naturales, como el Bernardino Rivadavia. Es descabellado. Se murió un rinoceronte, uno de los dos ejemplares que había en la Argentina: esos restos son muy valiosos para la ciencia. Encima murieron con infecciones. Es, cuanto menos, irresponsable.

–¿Qué se sabe de las muertes de Ruth y Jackie?

–El Ecoparque tiene medio centenar de recintos con animales. En sólo dos hubo obras con maquinarias y obreros trabajando. ¿Cuáles? Los de los rinocerontes y las jirafas. La necropsia dice que la hembra rinoceronte murió por una infección generalizada. De la jirafa salieron a decir que fue peritonitis. Es como que asalten a una persona y tenga un paro cardíaco, y se diga que murió de un ataque al corazón. La peritonitis se desencadenó por una úlcera. Hay que preguntarse qué la originó, si los animales no fueron sometidos al estrés por el ruido de las maquinarias y por haberlos encerrado durante las obras. La jirafa nació hace 18 años en el Zoo y nunca tuvo un problema así. Y los rinocerontes rompieron parte de la estructura nueva que hicieron, porque estaban nerviosos. En los dos casos, se encararon obras sin tomar los recaudos necesarios. ¿Evaluaron qué medidas tomar para evitar el sometimiento de los animales? Si no fue así, claramente improvisaron, y me inclino por esta segunda posibilidad. Si a esto sumamos que no generaron en este tiempo un solo nuevo proyecto de conservación y educación ambiental, ninguna nueva línea de investigación, y que por el contrario, fueron una máquina de sacar resoluciones para enviar animales a cualquier parte, incluidos dos lobos marinos a un acuario de San Pablo, donde sabemos que van a ser utilizados para espectáculos, está muy claro que no los desvela cumplir con los objetivos de la ley para transformar al viejo Zoo en un moderno centro de bienestar animal y educación ambiental. Sólo intentan sacarse animales de encima para abaratar costos.

–¿Qué sucede con los animales que se entregan a otras instituciones?

–No hay un plan inteligente. Estoy de acuerdo en derivar animales, pero no a cualquiera, sino a aquellos que pertenecen a especies con las cuales el Ecoparque no puede trabajar en materia de conservación. Lo inteligente es ofrecer canjes. En cambio, hace dos semanas derivaron a un Zoológico de EE UU a dos osos pardos que habían donado la embajada alemana, a cambio de nada. Se perdió una extraordinaria oportunidad de intercambiarlos por, por ejemplo, un oso de anteojos, especie recientemente descubierta en la Argentina, para reforzar su estudio y reproducción. En el Zoo hay tres, pero son muy endogámicos.

–¿Qué pasará con los edificios con valor patrimonial?

–Está claro que quieren desarrollar negocios con los inmuebles públicos. Generaron un proyecto de ley para dar en concesión 21 edificios y espacios contiguos, con fines comerciales, por 10, 15 y 20 años, sin ningún informe que diga por qué. Además, son los más emblemáticos, los más grandes, ubicados en áreas estratégicas. ¿Ninguno sirve para desarrollar centros de interpretación o conservación? Por ejemplo, se podría destinar uno a los anfibios amenazados de la Argentina, como la ranita de Somuncurá, lo que no requiere de grandes espacios. Pero no han hecho ningún análisis porque no les interesa destinar esos edificios a conservar la naturaleza y las especies amenazadas. Las únicas ideas que se les caen tienen que ver con el dinero, y eso explica que entre las máximas autoridades del Ecoparque no haya nadie con trayectoria y formación en conservacionismo. Todos vienen de la política y del marketing. Andy Freire sólo impulsó un concurso internacional de ideas que le costó 500 mil pesos a la Ciudad: grupos de arquitectos presentaron renders con bocetos futuristas que resultan casi una burla utópica en este momento. «