Un encargado de edificio de la calle Talcahuano, por Tribunales, asegura que lo más efectivo es atar «las bolsitas del súper» en balcones o ventanas. «El ruido que hacen con el viento las espanta», justifica. Un vecino más joven de Colegiales enseña otra técnica: «Lo mejor es colgar cedés porque reflejan la luz y eso les molesta». Agrega un dato decisivo: «Ojo. El devedé no sirve porque es violeta y la luz no rebota tanto». Más extendido está el uso de globos como espantapájaros modernos: algunos con forma de águila, otros con, apenas, un par de ojos amenazantes dibujados con fibra.

Desde hace un tiempo, los porteños les han declarado la guerra a las palomas y en su afán por vencer han multiplicado los métodos caseros para ahuyentarlas. Sin embargo, ahora disponen de nuevas y más sofisticadas herramientas gracias al surgimiento de empresas dedicadas al control de estas aves.

«Nosotros vendemos un cuervo de plástico negro que simula ser real. Para más efectividad conviene colgarlo, así se mueve con el viento», explica Guido Terrile, uno de los fundadores de Raven, la marca que ya vendió cerca de 40 mil de estos «muñecos» a 290 pesos la unidad. «El producto no es mágico –continúa Terrile– pero está probado que disminuye la presencia de palomas. Nosotros recomendamos, por ejemplo en una medianera, colocar un cuervo cada seis metros, y cambiarlo de lugar cada dos o tres meses, si no la paloma se acostumbra y ya no se asusta».

En el campo, argumentan sus detractores, las palomas picotean los cultivos y provocan pérdidas. En la ciudad, su materia fecal produce un hongo corrosivo que daña la superficie de monumentos y fachadas. También pueden transmitir bacterias como la escherichia coli y la que produce la psitacosis, además de contagiar sarna y piojos.

La Ley Nacional 12.913 prohíbe la matanza de palomas. Por eso, para aplicar políticas de control de población, es necesario atravesar la instancia parlamentaria. 

«Por la norma vigente no podemos comercializar ningún producto que les haga daño. Todo lo que vendemos es para evitar el posado y anido», remarca Mariela, empleada de Sin Aves, una empresa que se ocupa del control de palomas y otras especies. «Para evitar el posado tenemos unos geles repelentes, compuestos de una sustancia pegajosa que les provoca molestia en las patas, y los famosos pinches, que pueden ser de silicona o acero, con las puntas planas para no lastimarlas».

El arsenal desplegado contra las palomas también incluye las redes antipájaros, recomendadas cuando es posible cerrar un balcón completo y la estética o las vistas no son fundamentales; aerosoles, que se pueden utilizar sobre el antepecho de la ventana o humedeciendo algodones y colocándolos entre las plantas; y la estrella de la temporada por su «poder de fuego»: el Erradicador Electrónico por Ondas Complejas. «Es un aparato –explica Mariela– que va enchufado a 220 voltios y crea una red electrónica que emite una frecuencia como las radios, que al pájaro le molesta y lo obliga a irse a otro lado».

La variedad en los productos tiene su correlación en los precios. Los pinches antiposado de plástico cuestan alrededor de $ 120 el metro lineal, y un aerosol se consigue por $ 350. El aparato emisor de ondas es bastante más caro: oscila entre los 5000 y 7000 pesos. Una ganga, creen muchos, si se trata de espantar a esas visitantes indeseadas. «