Detrás de un lugar abandonado puede haber poesía, historia entre sus paredes polvorientas, una memoria que merece ser reflejada. Eso es lo que piensan miles de personas que componen un fenómeno creciente: recorren caminos perdidos de la Argentina fotografiando perlas en ruinas. Un barco perdido en un camping de Zárate, una iglesia gótica de 1910 en la estancia La Micaela, sobre la Ruta 2; frescos de Vicente Walter en antiguas fachadas de cantinas boquenses; el esqueleto de ladrillos de lo que fue un almacén de ramos generales en San José, Entre Ríos; el Matadero de Francisco Salamone en Carhué. Los suben a las redes sociales y entre todos aportan datos, tejiendo las telarañas de sus historias.
El principal aglutinador es la cuenta de Facebook «Lugares Abandonados de la Argentina», que comenzó a funcionar el 12 de octubre de 2012. El primer texto, escrito por la administradora Verónica Patiño, auguraba retratar «ruinas de lo que alguna vez fue, y que pese al olvido conservan una belleza que se revela a través de una fotografía». Cuatro años más tarde, supera los 26.620 miembros y sólo en 2016 se agregaron 7000. A tal punto crece el interés, que el pasado domingo 26 de junio tuvieron su primer encuentro, en el paradigma del lugar abandonado: Villa Epecuén. Hasta ese escondite del oeste bonaerense, a 7 kilómetros de Carhué, viajaron unos veinte adoradores. «Las conversaciones estaban orientadas a conocernos un poco. Nos fuimos a recorrer el pueblo, guiados por un lugareño. Coincidimos en que es como La Meca para nosotros. Genera una atracción mágica», comenta Juan Pablo Ponce Barrios, otro moderador del grupo. En 1985, unos 64 años después de fundarse, la inundación del lago Epecuén devastó a la ciudad en la que vivían 1500 habitantes. En los últimos tiempos fue bajando el agua, y las ruinas dieron paso al turismo. Cada verano la visitan 25 mil personas. «Me planteé todo el tiempo que estuve ahí cuál era el modo de hacer arte con la destrucción», manifiesta Sonia Bertón, de 43 años, que ingresó al grupo a mediados del año pasado. Verónica completa: «Un lugar que me asombró mucho también fue San Mauricio, cerca de América. Es una fachada de una iglesia que se mantiene en pie y me gusta muchísimo.»
Ambil, en La Rioja, tiene apenas 214 habitantes y la iglesia de San Nicolás, creada en 1934, con dos campanarios en ruinas que milagrosamente se mantienen en pie. Las fotos se suben y en cuestión de minutos todos agregan datos: que fue por un terremoto; que el cura le dijo a la gente que diera vueltas a la plaza porque Dios los había castigado por los pecados del pueblo. Otro posteo muestra la Mina de Hualilán, de origen incaico, entre San Juan, y las termas de Pismanta, explotada por ingleses en 1867, pero por poco tiempo, por falta de agua. También fue usada como cárcel; alguien habla de «fantasmas».
Javier, otro usuario, sube la imagen de lo que fue un albergue transitorio llamado Unomasuno, en Florencio Varela. Sostiene: “Muy de moda en los ’80. Se decía que era de Cacho Fontana”. También aparece un chalet estilo alpino de Inalco, en Villa La Angostura, a orillas del Lago Nahuel Huapi: «Dicen ciertas teorías conspirativas que en ese lugar estuvo Hitler después de 1945», comenta uno de ellos.
En una confitería abandonada en Ruta 9, en la entrada a Baradero, sobresale el piano del hall central que subsiste entre el polvo. «Antes había muchos paradores de esos, hasta que los micros empezaron a tener baño y catering a bordo», es la hipótesis de Claudia, otra usuaria, sobre el abandono de estas tiendas ruteras.
Sonia recuerda el ex hospital Colonia Santa María del Valle de Punilla, en Córdoba, donde transcurre parte de Boquitas Pintadas, de Manuel Puig: «Era precisamente el lugar en el que el personaje de Juan Carlos estaba internado tratando de recuperarse de la tuberculosis». Se trata de un complejo enorme, creado para albergar a los que padecían esa enfermedad, beneficiados por el aire de las sierras. Llegó a tener 800 empleados y 1500  pacientes, entre ellos Justo Suárez, el «Torito de Mataderos». Al disminuir los enfermos, pasó a utilizarse como neuropsiquiátrico, hasta que la última dictadura cívico-militar lo usó como centro clandestino de detención.
El primer sitio que visitó Ponce Barrios fue el ex Molino Werner, en Santa Rosa (La Pampa). «Me atraen mucho los hospitales abandonados. Y me apasiona la literatura que se desarrolla en esa clase de lugares», agrega. El fenómeno se extendió a provincias y grupos específicos. Así surgió el Club de Exploradores de Lugares Abandonados, y se creó un grupo en Mendoza, con 2043 miembros. El blog bonaerense publicita el ex Club Hotel Sierra de la Ventana; los castillos de Egaña (Rauch) y Villa Arias (Coronel Rosales); y la imponente ex fábrica Finaco, en Cañuelas, donde confluyen las rutas 3 y 205.
Los lugares se multiplican y no son sólo edificios. En 1950 hubo un ambicioso proyecto ferroviario que buscaba unir Catamarca con Tucumán a través de nueve túneles de hormigón armado. El golpe del ’55 lo truncó. Pero el túnel de La Merced sobrevivió, aunque sin rieles ni vías. Hoy lo usan los autos. La corrupción y la desidia suelen marcar el fin de varios sitios. Es el caso del Elefante Blanco, en Ciudad Oculta, o el «Megaestadio» de Santa Rosa, de 26 mil metros cuadrados, que en 2005 comenzó a construir el gobierno de La Pampa, a cargo del justicialista Carlos Verna. Es un gigante vacío, ruinas de concreto rodeadas de pastizales y un espejo de agua que lo carcome día a día.
Ponce Barrios explica que muchos sitios pueden ingresar a la categoría de «abandonado» de un momento a otro; ser demolidos o, los que tienen suerte, ser recuperados gracias a su difusión. «Es difícil de explicar –reflexiona–. Por un lado, abandono significa familias que se van, inversiones que no resultaron, sueños truncos. Pero por otro lado, también vemos belleza en esos paisajes. Si me preguntan si quiero que deje de haber abandono en la Argentina, realmente me pondrían en un serio aprieto.» «

El furor del turismo oscuro

La web de viajes «Visiting Argentina» cuenta que «en los últimos tiempos un nuevo estilo de turismo se ha ido popularizando y creciendo a pasos agigantados: el Turismo Oscuro», basado en «lugares con episodios trágicos, desconocidos o paranormales”. Dos de los más promocionados están en Córdoba. El Hotel Edén, en La Falda, uno de los más antiguos de esa provincia, con casi 120 años de existencia. En él se hospedaron desde Einstein hasta Rubén Darío. Sus dueños, Walter Eichhorn y su esposa Ida Bonfert, eran amigos de Adolf Hitler. Con la caída del nazismo cambió de manos, hasta que dejó de funcionar. A pocos kilómetros yace el Gran Hotel Viena, en la localidad cordobesa de Miramar, a orillas de la laguna Mar Chiquita. Funcionó entre 1943 y 1947, y terminó abandonado por causas que hasta hoy se desconocen. Con su cierre y el posterior deterioro producido a raíz de un entramado entre el paso del tiempo y las inundaciones, comenzaron las leyendas centradas en el hotel como refugio para los alemanes que huyeron hacia nuestro país. Fue visitado hace unos años por los productores del programa de televisión norteamericano Ghost Hunters International, quienes lo catalogaron como el hotel con mayor actividad paranormal en toda Latinoamérica. Se los puede visitar por 50 o 100 pesos.