Quienes habitamos en las grandes urbes no nos llevamos bien con algunos bichos. Si vemos una araña o una cucaracha pululando por el interior de nuestra vivienda es probable que intentemos eliminarlas: les apuntamos con un insecticida en aerosol y chau bicho. Y si hay mosquitos, usamos el repelente; y si hay hormigas en la cocina: pfffff. Y, por las dudas, antipolillas todos los años en los placares. Y en los consorcios, el fumigador que mes a mes nos hace una visita. Y si las plantas están apestadas, las rociamos cada dos semanas. Y le aplicamos la pipeta al perro, o lo bañamos con el champú insecticida, para que no tenga pulgas ni garrapatas. Pero esas naturalizaciones encierran peligros, sobre todo para las personas menores del hogar. Un estudio de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA reveló que a los padres y a las madres les preocupaban más las picaduras de insectos en sus hijos que la exposición a los plaguicidas domésticos.

Hay trabajos científicos, efectuados en poblaciones urbanas y suburbanas de los Estados Unidos y de otros países, que detectaron la presencia de estos plaguicidas domésticos en la sangre y la orina de los adultos y de los niños, y en la sangre del cordón umbilical de los recién nacidos y, sobre todo, en el polvo hogareño.

Los insecticidas que usamos en casa pueden tener distintos principios activos. Pero casi todos son piretroides. Un conjunto de moléculas que son neurotóxicas para los insectos. Es decir, están diseñadas para matarlos mediante el daño de su sistema nervioso.

“Son los únicos contaminantes ambientales diseñados para matar seres vivos”, consigna María Gabriela Rovedatti, investigadora del Laboratorio de Toxicología de Mezclas Químicas del IQUIBICEN en Exactas y Naturales de la UBA.

Los piretroides también pueden afectarnos a los mamíferos. Según el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos, “la exposición breve a niveles muy altos de estos compuestos en el aire, los alimentos o el agua puede causar mareo, dolor de cabeza, náusea, espasmos musculares, falta de energía, alteraciones de la conciencia, convulsiones y pérdida del conocimiento”.

Aun en bajas concentraciones, pero repetidas en el tiempo, los piretroides pueden traer consecuencias para la salud. En particular para los más chicos, que por tener una masa corporal pequeña reciben una dosis mayor. A su vez, en la infancia temprana puede ocurrir la ingesta directa del tóxico a través del comportamiento mano-boca.

“La exposición repetida en los niños puede provocar trastornos en el crecimiento y en el neurodesarrollo debido a la inmadurez en las vías de metabolización y en la función renal, y porque el blanco primario de estos plaguicidas es el sistema nervioso, cuyo desarrollo termina a los diez años de edad”, señala Rovedatti. “Hay estudios epidemiológicos que asocian a los plaguicidas domésticos con problemas cognitivos”, advierte.

En este contexto, un grupo de investigación conformado por sociólogos, médicos epidemiólogos, especialistas en ciencias ambientales y biólogos decidió efectuar un estudio exploratorio para conocer las percepciones que tienen los padres y las madres de niños menores de tres años acerca de los riesgos y la toxicidad de los plaguicidas domésticos. También, investigaron los criterios que determinan qué insecticidas usan y de qué manera los usan.

Visitaron 18 hogares de la Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano, habitados por personas de clase media, instruidas. El pediatra sirvió de nexo y generó la confianza necesaria para que las charlas fueran relajadas. Los investigadores hicieron un montón de preguntas sobre los químicos hogareños. Las respuestas de los papás y las mamás revelaron creencias y prácticas arraigadas, enfocadas en el cuidado de sus hijas e hijos, que pueden provocar daño.

Criterios atávicos

Todos los entrevistados dijeron que tenían plaguicidas domésticos en sus hogares. “La gente compra y usa productos químicos por lo que le dijo la mamá, o por lo que siempre hizo su familia, o por lo que le indicó el veterinario o el que le vendió el producto en el vivero, o por la propaganda que vio en la tele”, sintetiza Rovedatti.

Hubo tres perfiles de familias diferentes en cuanto a sus actitudes respecto de esos productos químicos. Un grupo no expresó preocupación, los utilizaba frecuentemente y asociaba su uso a higiene y limpieza. Otro grupo tomaba muchas precauciones para comprarlos y utilizarlos, y los consideraban venenos. Un tercer grupo, que resultó mayoritario, mostraba algún grado de preocupación por los plaguicidas domésticos, aunque los utilizaban regularmente.

En todos los hogares, los insecticidas en aerosol se almacenaban junto con los productos de limpieza en lugares accesibles para las niñas y niños pequeños. En cambio, los medicamentos los guardaban bajo llave.

La naturalización del uso de plaguicidas domésticos se verificó, principalmente, en el uso frecuente de repelentes. El Fuyi Vape en las habitaciones era costumbre. También el antipolillas: “aunque no haya polillas, eso es tradición”, dijo alguien.

La fumigación mensual del departamento es otra costumbre arraigada. Asimismo, para muchos es habitual utilizar el insecticida en aerosol ante la presencia de una cucaracha o una araña.

Rovedatti propone evitar la aplicación de plaguicidas mediante el uso de mosquiteros y de otras prácticas “criteriosas”. En este sentido, invita a reflexionar con algunas preguntas: “¿Es necesario fumigar el departamento todos los meses si no aparecieron insectos más que una o dos veces en todo el año? Si encontramos una araña o una cucaracha, ¿por qué no aplastarla?”. Y advierte: “El Raid que rociás en tu casa está autorizado para su comercialización porque se degrada rápidamente con la luz solar directa. Pero si vivís en un departamento interno, oscuro, o lo aplicás en un lugar adonde no da el sol, el plaguicida va a quedar ahí depositado y tu hijito puede ir gateando y tocarlo y meterse la mano en la boca”.

El estudio mostró que a los padres y a las madres les preocupaban más las picaduras de insectos en sus hijos que la exposición a los plaguicidas domésticos.

Información escasa

Los veterinarios explican cómo usar la pipeta o el champú para los perros. Los viveristas describen cómo aplicar el veneno a las plantas. Los fumigadores preguntan si apareció algún insecto. “Ninguno de ellos nos advierte sobre los efectos de los plaguicidas domésticos. Los pediatras tampoco”, puntualiza Rovedatti.

La investigadora cuenta que, al comienzo de las entrevistas, los padres y las madres hablaban con mucha seguridad respecto de todos los cuidados que tenían con sus hijos e hijas: “A medida que transcurría la charla, ellos empezaban a hacernos preguntas, a cuestionar cosas que nunca se les había ocurrido pensar y, al final, nos pedían que les mandemos información”.

-¿Quiénes pueden informar correctamente a los padres sobre este tema?

-Justamente, no hay muchos lugares a dónde recurrir. Ese es el tema. No hay alguien que esté abocado a la prevención del uso de plaguicidas domésticos. Sí hay información acerca de adónde ir en caso de intoxicación. Eso está en las etiquetas de todos los productos.

Los resultados del estudio fueron publicados en la revista científica Andes Pediatrica y sugieren que, en los entrevistados, la noción de peligrosidad está construida fundamentalmente en base a su conocimiento sobre efectos agudos: “Ellos se preguntarían si existe una relación causal entre el uso de plaguicidas domésticos y daños a la salud si los efectos aparecieran poco tiempo después de las aplicaciones. Pero desconocen que la exposición repetida a dosis individualmente subtóxicas potencialmente pueden generar efectos crónicos en los niños, aun mucho tiempo después de la última aplicación”.

*Artículo publicado en el sitio de divulgación científica NexCiencia de la Facultad de Exactas y Cs. Naturales de la UBA.