Dos muertes trágicas volvieron a agitar el fantasma de la inseguridad en la Ciudad. En Flores, Brian Aguinaco, de 14 años, recibió el sábado pasado un tiro en la cabeza mientras viajaba en el auto de su abuelo, que circulaba por la esquina de Rivera Indarte y Asamblea en el momento en que dos jóvenes que iban en motocicleta intentaban robarle la cartera a una mujer. Los hombres dispararon y el chico recibió un balazo a la cara, muriendo en el Hospital Gutiérrez tras dos días de agonía. Uno de los presuntos atacantes, un joven de 16 años, fue detenido por Interpol en Chile. El martes, en Basualdo y Remedios, Mataderos, Jonathan Echimborde, de 28 años, falleció en la vereda de su casa, en medio de las balas que partían desde un patrullero que perseguía un auto robado.

La muerte de Brian generó indignación entre los vecinos de Flores, que irrumpieron en la Comisaría 38ª, cuya cúpula fue removida. La de Echimborde, el reclamo de sus familiares por las pericias balísticas que Gendarmería sólo comenzó cuando, según denunciaron, los policías involucrados ya habían modificado la escena.

La respuesta de las autoridades porteñas es preocupante, en pleno traspaso de la Policía Federal a la Ciudad. Como puntualizó un comunicado del CELS, en lugar de apuntar a “la connivencia de las fuerzas de seguridad con las redes delictivas”, el ministro de Seguridad, Martín Ocampo, prometió a los vecinos mayor control poblacional y saturación territorial de policías, una medida que “se degrada en situaciones cotidianas de abuso hacia los habitantes de los barrios pobres”. «