En tiempos de pandemia queda en evidencia todo el trabajo que el cuidado de un hogar o una persona demanda. Sin embargo, y aunque muchos no necesitan una crisis sanitaria para saberlo, quienes realizan esas tareas se encuentran en el escalón más bajo de la escala salarial (y eso si tienen la “suerte” de estar registradas). La Economía del Cuidado se encarga precisamente de visibilizar esas tareas imprescindibles, nada más y nada menos, que para reproducirnos como humanidad. Y lejos de quedar estos aportes en textos de discusión académica, el tema se ha transformado en una disputa que sale a la calle en cada Paro Internacional Feminista bajo la consigna: “Si paramos nosotras, se para el mundo”.

Suena exagerado pero bastaría un día en el cual las encargadas de hacer las compras, cocinar, limpiar y cuidar tanto a las criaturas como a les adultes mayores dejaran de hacerlo, para evidenciar el parate económico y la crisis humanitaria. ¿Se imaginan un mundo donde la gente no puede ir a trabajar porque no se alimentó, ni tiene ropa limpia ni los requisitos mínimos para circular? ¿Qué pasa con las personas que dependen de esos cuidados para sobrevivir? ¿Por qué una persona puede querer esconder a una trabajadora de casa particular en el baúl de un auto para garantizarse esa labor, como se vio esta semana en Tandil? Tal vez hoy, mientras transcurrimos la cuarentena, es más sencillo mostrar la importancia del cuidado.

Ahora bien, a medida que las mujeres se insertaron en el mercado de trabajo se fueron agrandando las tensiones entre el trabajo remunerado y el trabajo que la esperaba en su vuelta al hogar. La necesidad de compatibilizar ambas jornadas laborales llevó al ideario de la mujer multitasking, la que todo lo puede, la que deja todo de ella para cumplir con sus deberes: trabajar por un sueldo, trabajar por sus hijos, trabajar por su marido, trabajar por todos.

...

...

No hace falta aclarar que más allá de los mandatos, el día tiene 24 horas y la imposibilidad de hacerlo todo se hace patente. En este sentido, se volvió cada vez más frecuente contar con “la chica que me ayuda en casa”. Algo que antes estaba reservado para familias adineradas que tenían una trabajadora “cama adentro”, ahora, gracias a pésimos salarios y malas condiciones laborales, se volvió relativamente común para lo que suele llamarse la clase media.

“La chica que te ayuda en casa” y que permite que tantas mujeres salgan al mundo del trabajo remunerado es una trabajadora a la que, muchas veces, ciertos feminismos parecen olvidar. Sin embargo, lejos estamos de hacer un reclamo sectorial. Las trabajadoras de casas particulares constituyen el 17% del total de las trabajadoras mujeres.

Son más de 900 mil mujeres la que se dedican a hacer ese trabajo tantos años invisibilizado como tal y que simplemente las mujeres realizaban como si fuese una característica casi biológica. Feminismo mediante, con el empoderamiento de las mujeres que rompen techos y paredes de cristal y salen de sus hogares, se logra ponerle un precio a ese trabajo que no es y nunca fue amor.

Sin embargo, el hecho de que cuando se le asigna un precio a lo que antes era trabajo doméstico no remunerado, y que este sea el salario más bajo de la economía, demuestra la valoración social de la tarea. Las trabajadoras del sector cobran, en promedio, poco más de $ 97 la hora cuando están registradas y $ 88 cuando las mantienen en la informalidad. La mitad de las empleadas cobra $ 6000 por mes por dicho trabajo. Que sea conceptualizado como una “ayuda” y no como trabajo también da la pauta de la subestimación de la tarea. Falta mucho.

Para completar el panorama de desigualdad, no sólo hablamos de malos ingresos, sino también de condiciones laborales pregremiales. Más de siete de cada diez trabajadoras de casas particulares no tienen descuento jubilatorio, ni obra social, ni licencias por enfermedad, y entran en el mundo de las que cobran $ 88 la hora de trabajo. El número se reduce levemente para el caso de vacaciones y aguinaldo, pero en ningún caso hay más de un 32% de trabajadoras con derechos laborales mínimos.

La situación es especialmente compleja en este contexto de pandemia. La cuarentena preventiva es obligatoria, pero más del 70% de las trabajadoras no cuenta con las condiciones necesarias para hacerla cumplir frente a sus empleadores.

Un paliativo se anunció esta semana, con el decreto que crea el Ingreso Familiar de Emergencia y que las incluye específicamente. Todas las empleadas de casas particulares no registradas o que no hayan cobrado en el corriente mes podrán acceder a los 10 mil pesos de remuneración extraordinaria que entregará el gobierno para paliar esta crisis. Pero este suplemento fue creado para pasar la coyuntura, y cuando pase, probablemente todo vuelva a ser igual.

No sólo el género oprime a estas trabajadoras. La clase es central en el análisis. Más de un tercio del total de empleadas de casas particulares pertenece al primer decil de la población en términos de ingreso y, como muestra el gráfico, el número desciende a medida que aumenta el decil en el que se ubica la mujer. La “chica que te ayuda en casa” se encuentra en situación de pobreza, y dada esta asimetría, se genera la falta de derechos laborales y de un ingreso digno.

 No hay mejoras en términos feministas si sólo las mujeres que nacieron en los deciles de mayores ingresos son las que pueden capacitarse y trabajar remuneradamente en espacios antes impensados. No hay mejoras en términos feministas si para que esas mujeres rompan los techos de cristal deben contratar en malas condiciones a otra mujer que garantice el trabajo doméstico. Tampoco hay mejoras en términos feministas hasta que no resolvamos socialmente cómo garantizamos, nada más ni nada menos, la reproducción de la humanidad. No se trata de si vos “la tenés en blanco” o si le “das vacaciones”. Se trata de volver pública una discusión que hoy en día continúa encerrada en los hogares.  «