Tú puedes. Aunque el mundo se derrumbe, la felicidad está dentro de ti.

Palabras más, palabras menos, los libros de autoayuda nos enseñan que cada uno de nosotros es el ombligo del mundo, que es posible sentirnos en paz en plena guerra, que basta con la voluntad para lograrlo todo, que todos somos burbujas autosuficientes y que ser feliz es una obligación moral, un precepto divino que hay cumplir contra viento y marea. Sos infeliz y es tu culpa, es un libro de Marco Di Cesare que parece instituir desde el título la infelicidad como uno de los pecados capitales y condenar a los infelices a la hoguera. Ya se sabe que el sufrimiento, igual que la duda, es la jactancia de los intelectuales.

Habría que militarizar a la sociedad y alzarse contra esos que insisten en sufrir y pasar privaciones, que hurgan en la basura para comer y viven en la calle, cuando tranquilamente podrían estar en una reposera disfrutando del sol en Miami, si tuvieran la voluntad y se esforzaran en ser felices. Si en el siglo XIX el pastor metodista William Booth creó el Ejército de Salvación como una forma de cumplir con su misión cristiana, por qué no crear en el siglo XXI el Ejército de Redención de Infelices para cumplir con la misión humanitaria de golpearlos, incendiarles los colchones y terminar así con su obstinación enfermiza en ser desdichados.

Ah, sí, sí, es cierto, eso ya está inventado. Después de un decreto de 2008 del entonces jefe de Gobierno de la Ciudad, había que ver con qué entrega a los preceptos de la autoayuda se dedicaban los muchachos de la UCEP a cumplir su misión. No quedaba ni un indigente sano y cada uno entendía bien claro que el que quiere, puede. Por fin comprendían a través de la experiencia propia eso de que “aunque el mundo se derrumbe, la felicidad está dentro de ti.” Y allí se iban vaya a saber dónde, sucios, andrajosos y hambrientos, pero llenos de felicidad.

Lamentablemente, aquel ejército glorioso se desmanteló, por lo menos, oficialmente. Pero su misión ha dejado huella. Los infelices tuvieron deseos de superación. Dejaron de conformarse con el colchoncito en la vereda, e intentaron dormir dentro de los cajeros automáticos.

Pero si bien es cierto que a aquel jefe de Gobierno se le multiplicaron los infelices cuando luego quiso y pudo ser presidente, hay que reconocerle un gran mérito. Si Louise Hay puso la piedra fundamental de la autoayuda, él tuvo el gran mérito de ampliar el terreno de la autoayuda y extenderla del campo individual al social. La exitosa frase “Sí, se puede” como eje de su campaña política fue parte fundamental de su desembarco en la Casa Rosada.

Hay que admitir, claro, que contó con la invaluable colaboración del gran gurú de la autoayuda política. Un hombre proclive, como todo partidario de la autoayuda, a la filosofía oriental. Buda, Confucio, Lao Tse son sus fuentes de inspiración fundamentales. El orientalismo da para todo. La entrada a él es libre y gratuita y cada cual interpreta lo que se le da la gana. Como el gurú de la autoayuda política, son muchos los seguidores de la corriente del individualismo a ultranza que reverencian lo oriental, especialmente lo chino, porque hay que tener voluntad y paciencia chinas para construir una muralla de más de 21 mil kilómetros. Por eso, hay que ir a las fuentes chinas, poco importa si se trata del Tao Te King, El Libro rojo de Mao o el Horóscopo chino de Ludovica Squirru. Claro que no son los mismos aquellos chinos de allá que los que vienen a la Argentina a poner un mercadito. A estos hay que hablarles a los gritos porque parece que son sordos o tontos o que uno les hablara en chino.

Lo cierto es que algunas frases atribuidas a Lao Tse, un personaje del que no se sabe a ciencia cierta si existió o es leyenda, les vienen muy bien a los socorristas del espíritu. Por ejemplo: “Quien no es feliz con poco, no lo será con mucho”. Entonces, dicen con razón los cultores del mérito individual, para qué darles más.

Pero no hay que dejarse confundir, porque también entre los chinos hay “zurdos de mierda”. Por suerte, la autoayuda ya tiene su brazo armado y la paz del espíritu está garantizada aunque haya que matarlos a todos (no a todos los chinos, sino a todos los que nos impidan ejercer nuestra libertad individual). Por fin alguien tiene una posición valiente y abandona las medias tintas. Para el diputado electo que, paradójicamente, odia la casta política aunque forma parte de ella, “si los honestos portasen armas, habría menos delincuencia”. Por eso la sociedad estadounidense es tan pacífica, porque las armas se pueden comprar en el supermercado. Una masacre periódica vaya y pase, pero es intolerable que aquí cualquier negrito que ni sabe quién es Paulo Coelho te robe la billetera en el colectivo. Es preciso terminar con la violencia y “todo tipo de intervención estatal es violenta”. Por eso también a la violencia hay que privatizarla. Y no solo hay que sacar un arma para matar al ladrón, sino para matar también a quien es robado.

El brazo armado de la autoayuda permitirá, por fin, que todos nos sintamos tan impunes como los policías de la Ciudad que asesinaron a mansalva a Lucas González, a cuya separación del cargo se opone Patricia Bullrich mientras el jefe de Gobierno mira para otro lado.

Solo a los “zurdos de mierda” se les puede ocurrir protestar contra el gatillo fácil. ¿En un país con tantas dificultades, quieren que también el gatillo sea difícil?