Si la belleza natural es lo que moviliza a los viajeros en los tiempos actuales es también la curiosidad la que convoca cada año a cientos de personas que llegan hasta un pueblo de menos de 200 habitantes en la denominada Costa riojana. Se trata de Santa Vera Cruz en medio de las montañas y a 1800 msnm, justo al Oeste del cordón del Velazco, en el departamento riojano de Castro Barros y a quince minutos de otro pueblito, San Pedro.

La misma travesía es un destino cuando el viajero transita por la Ruta Provincial 75  que une en su traza unos 13 pueblos de esta región, que con sus vertientes y arroyos y la humedad al pie de las montañas se convierte en un oasis con microclima donde todo es verde y muchos eligen la zona durante los veranos riojanos para refugiarse del calor. Cada lugar tiene su capilla y sus producciones frutihortícolas, además de la perla que suman las bodegas artesanales que en los últimos años cobraron la fuerza de los emprendimientos boutique, con degustaciones y visitas guiadas de este micro mundo del vino.

Pero aquí, en Santa Vera Cruz hay otra historia. Y es la que cuenta sobre la llegada de un santafesino, Dionisio Aizcobe, quien se instaló en 1973 y con sus propias manos construyó su lugar en el mundo guiado por su filosofía de vida que plasmó en cada muro, ventana o piedra que dio forma a esta construcción a la que todos conocen como el Castillo de Dionisio. Nada tiene que ver con la postal que guardamos en la memoria por ver documentales, revistas o quienes hayan podido llegar a la vieja Europa y recorrer las fortalezas medievales. Nada que ver. Este sitio remite a una obra art brut, tendencia que se desarrolló en el viejo continente en el siglo XX y que concentró la atención de los surrealistas.

Dicen que Dionisio murió solito. Pero una parte importante de los visitantes de hoy llegan en busca de la energía que concentró su mentor y en cuestiones energéticas muchos comparan este sitio con San Marcos Sierra en la vecina provincia de Córdoba. La llegada a la entrada de “El Castillo” se impregna de sugestión cuando uno despacito recorre la calle de acceso plena de sauces y arbustos que abrazan el camino y forman un cordón verde por donde asoman fincas y casas de artesanos.

Por momentos uno se siente dentro de un laberinto y en el horizonte hay montaña y cielo. El pueblo de San Pedro con su pequeña plaza central y su iglesia de piedras revela también otras épocas en las que los picapedreros eran fundamentales. Desde allí, unos quince minutos por el camino que trepa la montaña restan para llegar, por fin, al castillo.

Si levanta la vista verá las aspas de un molino y si es verano, unos girasoles le darán la bienvenida junto a un cartel que anuncia:: “Homenaje a Van Gogh”. Es Pedro Fernández quien le da la bienvenida. Es el dueño, es quien le imprimió magia a este sitio que permaneció casi abandonado hasta que él llegó a este rincón.

Pedro hace casi 13 años que está en el castillo, “más feliz que nunca jajaja”, le dice a Tiempo de Viajes y lo describe como “bello lugar, que ha superado las expectativas turísticas de los comienzos, es un lugar único de verdad”, expresa con orgullo.

“El castillo está abierto todos los días del año de 10.00 a 19.00, nunca se cierra.- se cobra precio unico 200$ por persona”, dice a TDV, su dueño Pedro Fernández y aclara que “ estamos esperando las nevadas, desde ayer (por el martes último) hace muucho frio”.

 Sumergido en la naturaleza del verdor de la costa riojana, Pedro cuenta que “luego de la pandemia la gente a pesar de la crisis busca salir a pasear aunque sea miniturismo pero hay mucho movimiento en todos lados y lugares como el castillo, ya sea por la curiosidad del arte o las características energéticas que tiene, es muy visitado por gente que desarrolla ese tipo de materias”, le explica Pedro Fernández a TDV.

Dentro del predio, los girasoles guardan reminiscencia a Van Gogh justo que se desarrolló en Ciudad de Buenos Aires la muestra inmersiva y Pedro cuenta que se enteró aunque no pudo viajar y marca la diferencia con ahora su castillo al que describe como una “obra netamente gaudiana (en referencia al arquitecto Antoni Gaudi)”.

Pueden ser duros los inviernos, pero después de la pandemia la gente tiene otra mirada, tal vez, sobre la vida. “En 1973 llega Dionisio a Santa Vera Cruz, y fallece el 28-12-2004, y yo llego en el 2009 hasta la actualidad”, dice Pedro  y agrega  en confianza: “Espero llegar hasta los 83 como “el Dioni” amiga jajajja”.

El mundo en el parque del Castillo es un remolino de sensaciones. El visitante verá a  San Jorge y el Dragón que luchan si gira a su izquierda.  Aquí reinan los colores plenos, fuertes, vibrantes.  Con bajo relieves, murales y frisos de líneas redondas los gigantes de leyendas suman misticismo  al visitante. El Ave Féniz, los rosacruces y la Leyenda de Osiris dan la bienvenida en tamaño XXL.

El “Castillo” no tiene fosa pero sí acequias. El sonido del agua cuando corre por estos canales de riego, brinda más frescura que la que ofrece siempre esta región que por su altura y vegetación es un oásis en el fin del verano riojano.

Para quienes lo conocieron a Dionisio, explican que su filosofía de vida fue: “El hombres lo que piensa”. Y a partir de allí y durante treinta años lo dejó en claro en toda la construcción que dista muy poco de lo que se ve hoy, porque su nuevo dueño, Pedro quien también dejó todo en territorio bonaerense para instalarse aquí, le añadió una puesta en valor, para emprolijar y que la gente pueda admirar la obra y cada detalle. Rampas que rodean a la construcción principal lo convierten en más accesible.

Es que de la casa principal que fue el hogar de su mentor, Dionisio, entre las figuras que la rodean estaba todo cubierto de vegetación. Hoy son jardines donde los gladiolos de color bordó, los girasoles que crecen enormes buscando el sol y los frutales cargados de duraznos, higos y naranjas, forman un jardín encantado. Cada dos metros hay ubicados primorosamente unos silloncitos de piedra donde uno se puede instalar para meditar. Y los muros de piedra que forman la casa original, exhiben la Ley del Karma, del cosmos.

El propio Pedro es quien guía por el interior de las instalaciones y los jardines a los admiradores de la obra de Dionisio, a improvisados turistas y hasta curiosos. Muchas veces, hablando de energías, todos se acuerdan que un primer día de un año nuevo “me encontró aquí desayunando con Ludovica Esquirrru”, dice y corrobora aquello de la energía. Se sonríe ante la similitud de vida comparada con Dionisio. Pero, Pedro, le añadió un baño a la vivienda porque antes no tenía, porque su mentor original creía en toda la naturaleza. Hay elementos que conforman una especie de museo de Dionisio. La cocina económica. Las puertas. Los libros. Su alma flota en el ambiente.

La visita al castillo ofrece también diversas alternativas. Treckking de un día o de cuatro horas. Con servicio de refrigerio y el avistaje de cóndores americanos. Hay travesías diversas en medio de la naturaleza hasta alcanzar la cima del cerro y si hay luna llena, la experiencia suma misticismo. En invierno, hasta cae nieve algunos días y se convierte en otro sitio, de cuentos.

Más datos:

La visita al castillo de Dionisio es de 200 pesos. Abre todos los días del año de 10 a 19. En Facebook: Castillo.dedionisio. Para llegar desde La Rioja Capital por Ruta Provincial 75. Hay tours desde La Rioja capital. Teléfono (+54) 011 – 1544734566 Web: www.castillodedionisio.com.ar