“Seamos libres y lo demás no importa”. La frase del general José de San Martín, símbolo y apoteosis de la primera mitad del siglo XIX, remite a un proceso independentista que necesitó mucho más que el bronce en formol emanado de la historia de Billiken, y que tuvo como acción decisiva al Cruce de los Andes, ocurrido en el verano de 1817, e ideado por uno de los mayores estrategas de la historia militar.

Más allá de la revolución de mayo de 1810 y la declaración de independencia en el Congreso de Tucumán, el 9 de julio de 1816, la coyuntura era difícil: la derrota de Napoleón en Europa condujo al retorno al trono del rey español Fernando VII, quien ansiaba recobrar el control de sus territorios americanos, por razones políticas pero sobre todo económicas.

Desde su nacimiento, el gobierno revolucionario con sede en Buenos Aires marchó hacia el norte, con el objetivo de conquistar la región del Alto Perú, el principal bastión de las fuerzas realistas en Sudamérica. Las enormes dificultades, con algunas victorias y duras derrotas, impusieron la necesidad de repensar la estrategia. Ahí es donde crece la figura de San Martín, quien había arribado a nuestro territorio en marzo de 1812 desde Londres, tras formarse y luchar para los españoles en Europa.

La mención a las tierras inglesas no es azarosa. San Martín entendía que ya no se podía insistir con derrotar a los realistas en el Alto Perú. Había que cambiar la estrategia. Además de dar forma a un ejército mejor entrenado, organizado y equipado, miró al oeste, tomando como base un plan elaborado en 1800 por el militar inglés Thomas Maitland: cruzar a Chile por la Cordillera, y después avanzar por mar y tierra hacia Perú, complementándose con las conquistas de Simón Bolívar en el norte de Sudamérica.

En 1814, San Martín asumió el cargo de Gobernador-Intendente de Cuyo (Mendoza, San Luis, San Juan). En 1816 fue nombrado Comandante en Jefe del Ejército por parte del Directorio Central de Buenos Aires. En Mendoza, empezó a organizar las tropas, en base a contingentes del Ejército del Norte y del Litoral; sumó gauchos, mestizos, esclavos libertos, indígenas, patriotas chilenos y representantes de los sectores populares. Montó su propia fábrica de armas en Plumerillo, a cargo del sacerdote Fray Luis Beltrán. Requirió fondos, animales y equipamiento a los sectores más acaudalados y al Directorio, liderado por Juan Martín de Pueyrredón, que en noviembre de 1816 le contestó: «Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne (…). No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza». 

Según estimaciones, cruzaron 4000 soldados, 1400 hombres para diferentes tareas de apoyo (transporte, sanidad, provisiones), 10.000 mulas, 1500 caballos, 600 reses; 900.000 tiros de fusil y carabina, 2000 balas de cañón, 2000 balas de metralla y 600 granadas, entre otros elementos. El médico inglés liberal James Paroissien, nombrado Cirujano Mayor, debió tratar en varias oportunidades a San Martín, que sufría un “estado deplorable”: problemas pulmonares –desde que fue herido en una batalla en España en 1801– reuma y úlcera estomacal.

El Ejército de los Andes comenzó el célebre cruce entre el 12 y 19 de enero de 1817. Cubrieron un frente de 2000 km (500 de montañas), mediante el desplazamiento de seis columnas que tomaron diferentes pasos. El 9 y 10 de febrero, los diferentes grupos se congregaron en la región del valle del Aconcagua, en Curimón. El cruce mostró una sincronización extremadamente precisa. En el norte de las Provincias Unidas fue clave el rol de Martín Miguel de Güemes y sus gauchos infernales que, a través de una guerra de guerrillas, y casi sin fondos, impedían el avance realista desde el Alto Perú.    

El 12 de febrero de 1817 tuvo lugar la batalla de Chacabuco. Una victoria clave que permitió a San Martín avanzar y liberar la ciudad de Santiago y ocupar el puerto de Valparaíso. Al año siguiente, en febrero, proclamaron la independencia de Chile, dos meses antes de la victoria decisiva obtenida en Maipú, en abril de 1818. Solo perdieron una batalla: Cancha Rayada. Tres años después llegaría la independencia de Perú (a pesar de que hacía más de un año que ya no existía el Directorio Central de Buenos Aires, como resultado de la batalla de Cepeda), cerrando el círculo que había iniciado con el Cruce de los Andes, una de las mayores hazañas de la historia militar. Antes de emprenderla, se reunió con caciques pehuenches al pie de la Cordillera. Les solicitó permiso porque, les dijo: «Ustedes son los verdaderos dueños de este país».

De espías, engaños y carnes secadas al sol

Como toda guerra, hubo espías y engaños. El cruce de la cordillera se iba a hacer por los pasos de Los Patos y Uspallata pero para ello se necesitaban planos. El mayor José Antonio Álvarez Condarco, por sus dotes de memorioso y dibujante, fue enviado por San Martín a Chile a través del Paso de los Patos, el más largo. Le llevaba una copia de la declaración de Independencia de las Provincias Unidas al gobernador español de Santiago, Marcó del Pont quien furioso lo mandó a Condarco de vuelta por el camino más corto posible, el Paso de Uspallata. Así pudo diseñar los mapas para el ejército libertador.


Una estrategia extrema necesita contemplar detalles de supervivencia. Llevaban cuernos de vaca para transportar agua. Tabaco y agua ardiente no podía faltar. Y para comer apelaron muchas veces al “charquicán”, alimento popular de Cuyo: carne secada al sol, tostada y molida, condimentada con grasa y ají picante. Era fácil de transportar y se preparaba solo agregándole agua caliente y harina de maíz.