Es un día de semana cualquiera y todo es silencio en la Rugby School. Un cartel ubicado en el patio central de la escuela avisa que no hay que levantar la voz: “Exam in progress”. Los alumnos están en las aulas. Sólo un grupo de chicos, en una cancha trasera, prueban a los palos con una ovalada. Al costado, en una de las paredes, una placa de piedra recuerda a William Webb Ellis. “Quien con un bonito desprecio –se lee- hacia las reglas del fútbol, tales como fueron jugadas en su época, tomó la pelota en sus brazos y corrió con ella, originando así la característica distintiva del juego del rugby.”


El mito de Ellis vive en esa placa. Y en todo Rugby, la ciudad a la que el deporte de la ovalada debe su nombre, en el condado de Warwickshire, centro de Inglaterra, a menos de una hora en tren desde Londres.

Un monumento a Ellis, el hombre que supuestamente inventó el rugby en 1823, gobierna las calles, en las que también se encuentra el museo. Caminarlas es caminar sobre la fundación del rugby. Aunque el rigor histórico, a partir de otras investigaciones, indique que tal vez no haya sido Ellis el primero en agarrar una pelota con las manos y correr hacia adelante. Sólo un testimonio sin precisiones, el de Matthew Bloxham, un ex alumno de Rugby, sostiene el relato, luego discutido en diversos libros.

Pero así quedó fijada la historia oficial. Nada hizo caer el nombre de Ellis. Nada derribó su mito. Ahí está, todavía, en las calles de Rugby.