Manuel tiene 3. Es un pibe feliz. Se apoltrona sobre el pecho de su abuelo y juega con la tablet. El pibito la maneja con suficiencia. Acaba de dejar en el piso una prolija fila de autitos, su juego preferido, como lo era el de su padre. Aunque en su caso anteponga las reproducciones pisteras de las Ferrari a los nostálgicos Matchbox.

Hace 50 exactos días que se terminó el Mundial para la Argentina. Manu miró un rato de aquel partido contra Francia y al rato se volvió con los autitos. Sólo regresaba para gritar los goles, para cantar y bailar.

Desde ese día, cada uno de los grandotes que viven en el mismo país de Manu vivieron (padecieron) ráfagas de novedades estresantes. Situaciones, entre muchas otras, como los sucesivos acuerdos del FMI y los sucesivos ajustes; un nuevo tarifazo (y van…) con una incipiente rebelión popular a pagarlo; la recesión que pega en todos los rincones; las internas en el gobierno y las internas en el PJ; el aumento de un 30% de la cantidad de personas en situación de calle; la escandalosa pérdida del poder adquisitivo; el recorte de salarios; el aumento de la desocupación; las espeluznantes cifras de la deuda que asumen; los discursos del presidente y la vice en La Rural; el cierre de comedores por tarifazos; la muerte de una subdirectora y un  auxiliar en una escuela de Moreno; nuevos paros de docentes, las universidades que no reinician las clases; la vuelta del sarampión y la tuberculosis por la inacción del Estado; un año sin Santiago Maldonado; la habilitación para que las FF AA intervengan en temas de seguridad interior; la condena a Boudou; «la patria no se rinde» en la 9 de Julio; la resistencia de los trabajadores de Télam; la privatización del Zoo; el traslado de Milagro Sala a una cárcel de Salta; el nuevo caso de gatillo fácil con Christopher; las persecuciones judiciales; los groseros espionajes de la UIF; el regreso de los Lanatta; las tasas de 40% y el dólar a más de 30; una nueva visita del FMI…

Uf, absolutamente agobiante para una sociedad que vive como en una carrera de obstáculos…

También pasó el brutal reconocimiento oficial: «Si no hay pan, que haya circo». No es, justamente, el circo que puede seducirlo a Manu y todos los Manus. Este es el de los payasos de risa morbosa, incluidos periodistas trasnochados que no pueden confesar qué service los alimenta.

Seguramente Manu se arrepentirá de muchas cosas en su vida. Dependerá de nosotros que jamás sea como los arrepentidos de estos días, arrepentidos por conveniencia, oportunistas, corruptos o participantes de una operación, legitimados por oportunistas, corruptos, operadores de mayor peso. Y si se requiere que vayan todos en cana para que el país que le depara a Manuel no sea como este, que vayan. Pero, unos y otros.

Manu ya forma parte de esa Argentina que se desangra, que deberá afrontar cuando crezca, aun cuando se la dejen devastada. Un país en el que las cuentas offshore importan menos que los bolsos desbordantes de dólares y los aportes truchos importan menos que las fotocopias de cuadernos.

También integra esa sociedad que está pariendo otra sociedad. Ese pibe con los ojos de luz, en estos últimos tiempos vivió en la piel y en la plaza, la pelea por la legalización del aborto, con toda la alegría, la descomunal energía y la derrota. Y como, se sabe, carga con «nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir»: seguro que a él le será absolutamente natural el lenguaje inclusivo, aun cuando a los grandes nos siga haciendo cosquillas. Igual que las diferencias de género que, para ellos, nunca serán tales diferencias.

Manuel sigue enamorado de su mamadera y no necesitó que una mujer policía lo amamantara como a ese bebito desnutrido abandonado en el Hospital de Niños de La Plata. Ni es una de las tantas víctimas de curas abusadores, como los de las horrendas ollas destapadas hace horas en España. No es ni el nieto recuperado 128, quien fuera secuestrado en Tucumán cuando era casi como Manu. Ni ninguno de los 12 niños recatados en la gruta de Tailandia. No es tampoco una de esas modernas superestrellas de YouTube: por ahora sólo usa las redes sociales para ver dibujitos que él mismo elige…

Ahora deja la tablet por un instante y le cuenta al abuelo cómo juega con sus amiguitos en el jardín. Ya confesará si es de River o de San Lorenzo, contrariando –no será la primera ni la única vez–  a mamá o a papá. Le gusta el fútbol. Como a Bautista Bal, hincha de Ferro de General Pico, un pibe con síndrome de Down a quien el club le hizo un contrato por 100 años para que sea el capitán de todos sus equipos, y eso lo hizo más feliz que nadie.

Manuel sigue jugando.

No necesitó haber escuchado a Silvio, entonando «si tu signo es jugar, juégalo todo…». Dentro de un rato bailará y cantará otra vez. Es un pibe feliz. Muchos otros lo serán hoy. Muchos, no. Y no sólo porque no tengan nuevos juguetes. Pero sí, unos y otros, tienen todo el derecho de pararse frente a tanto grandote que les arruina el futuro y decirle, a los gritos, que se deje de joder… que eso no se dice, que eso no se hace. «