Artémides Zatti había sido beatificado por el papa Juan Pablo II en abril de 2002, por un milagro que lograron confirmar dos años antes los médicos de la Sagrada Congregación de los Santos en Roma, se publicó hoy en el Boletín Oficial del Vaticano.

En 1976, el “Pariente de los Pobres”, como también lo llamaban, comenzaba su camino de santidad por la Conferencia Episcopal Argentina, luego que en 1980 fuera declarado Siervo de Dios, y venerable el 17 de julio de 1997.

Don Zatti murió el 15 de marzo de 1951, tras varios días de agonía. Había dedicado sus últimos 50 años a los enfermos de la capital rionegrina que eligió para vivir y morir, para cumplir la promesa de dedicar su vida a Dios si lograba curarse de la tuberculosis, la misma enfermedad que lo unió con otro santo patagónico, Ceferino Namuncurá.

Dirigió el hospital salesiano San José, que se erigía en el mismo lugar donde hoy se edifica el obispado de Viedma, y alcanzó a trabajar unos pocos años en el nuevo nosocomio, que con absoluta justicia lleva su nombre.

Artémides Zatti nació en Boretto (Reggio Emilia) el 12 de octubre de 1880. No tardó en experimentar la dureza del sacrificio, tanto que a los nueve años ya se ganaba el jornal como peón. Obligada por la pobreza, la familia Zatti, a principios del 1897, emigró a Argentina y se estableció en Bahía Blanca.

El joven Artémides comenzó enseguida a frecuentar una parroquia dirigida por Salesianos, encontrando en el párroco don Carlos Cavalli, hombre piadoso y de extraordinaria bondad, su director espiritual. Fue éste quien lo orientó hacia la vida salesiana, y tenía 20 años cuando entró en el aspirantado de Bernal.

Asistiendo a un joven sacerdote enfermo de tbc, contrajo esta enfermedad. La paternal solicitud de Cavalli hizo que le buscaran la Casa salesiana de Viedma, de clima más propicio, y donde, sobre todo, había un hospital misionero con un estupendo enfermero salesiano que hacía prácticamente de «médico», el padre Evasio Garrone.

Este invitó a Artémides a rezar a María Auxiliadora para obtener la curación, sugiriéndole hiciera esta promesa: «Si Ella te cura, tu te dedicarás toda la vida a estos enfermos». Artémides hizo tal promesa; y se curó misteriosamente, por lo que luego renunció al sacerdocio y se consagró totalmente al Hospital, donde en un primer momento se ocupó de la farmacia, pero cuando en 1913 murió el Padre Garrone, asumió toda la responsabilidad del hospital.

Fue en efecto vicedirector, administrador, enfermero apreciado por todos los enfermos y por todo el personal sanitario, que poco a poco le fue dando mayor libertad de acción.

Su servicio no se limitaba al hospital sino que se extendía a toda la ciudad, y hasta a las dos localidades situadas en las orillas del río Negro: Viedma y Patagones.

El sacerdote salesiano Emilio Barasich, uno de los testigos de la curación milagrosa del seminarista Carlos Bosio que se le atribuye a don Zatti.

«En febrero de 1980 tuvimos unos días de descanso en Tornquist. En una peregrinación hasta Fortín Mercedes, Carlos Bosio, que estaba en primer año de teología, se enfermó muy dolorido,», consignó La Nación. El diagnóstico era peritonitis, y luego de una operación de urgencia en Bahía Blanca decidieron trasladarlo al hospital Muñiz, porque el joven no se recuperaba.

Los compañeros del seminario iniciaron una novena a don Zatti pidiendo una curación milagrosa. Entrada la Semana Santa, el médico preparó a los padres para lo peor. «No sé más qué hacer, yo mismo le pedí a la Virgen que me iluminara», le dijo el médico a Barasich. El seminarista había pasado casi dos meses internado y estaba en estado de coma. «El Sábado Santo el muchacho pareció despertarse del sueño, se incorporó, y dijo: Don Zatti, me está curando. A la semana dejó el hospital», relató el cura.

En 1950, el infatigable enfermero cayó de una escalera y fue en esa ocasión cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer que él mismo diagnosticó.

Continuó, sin embargo, cuidando de su misión todavía un año más, hasta que tras sufrimientos heroicamente aceptados, murió el 15 de marzo de 1951 con total conocimiento, rodeado del afecto y del agradecimiento de toda la población.

Al mismo tiempo, el Papa reconoció el martirio de los Siervos de Dios Giuseppe Bernardi y Mario Ghibaudo, sacerdotes diocesanos, asesinados por odio a la fe el 19 de septiembre de 1943 por los nazis; el reconocimiento de las virtudes heroicas del Siervo de Dios Martino Fulgenzio Elorza Legaristi, de la Congregación de la Pasión de Jesucristo y primer Obispo de la Prelatura de Moyobamba (1899-1966); de Francesco Costantino Mazzieri, de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, Obispo de Ndola (1889-1983).

También, en el decreto, Francisco reconoció las virtudes heroicas de las Siervas de Dios Lucía Noiret, fundadora de la Congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús bajo la protección de San José (1832-1899); de Casimira Gruszczyńska, fundadora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas de los Afligidos (1848-1927); de Aurora Calvo Hernández-Agero, fiel laica (1901-1933); de Rosalía Celak, fiel laica (1901-1944) y de Dios María Aristea Ceccarelli, fiel laica (1883-1971).