El recorte en los ingresos al Conicet deja a la ciencia argentina en terapia intensiva

Por: Gustavo Sarmiento

Desde 2016 deberían haberse sumado más de 3400 científicos a la Carrera de Investigador, pero entró menos de la mitad. El 1,5% del PBI que iba recibir la ciencia, Cambiemos lo redujo al 0,23%.

La Argentina se va convirtiendo en una triste secuencia de imágenes alegóricas: el miércoles, Día del Investigador Científico, cientos de investigadores se convocaron en la explanada del Polo Científico, pero no para celebrar sino para denunciar un «cientificidio». El ajuste del macrismo ha dejado a la ciencia argentina en terapia intensiva: a los 2100 científicos con doctorados y posdoctorados que quedaron fuera del Conicet en la última convocatoria, se agrega un ajuste en universidades e institutos, una creciente «fuga de cerebros» como en 2001, y el porcentaje del PBI que se otorga a la ciencia en los valores más bajos del siglo.

Unos 3771 doctores que se presentaron en los últimos dos llamados (el del 2017 y el reciente de 2018) quedaron afuera. Si bien no es un número final, porque varios rechazados en uno se presentaron en el otro, a esas cifras hay que agregarle los casi 600 que tuvieron doble recomendación en 2016, con todas las instancias aprobadas, y tampoco los dejaron ingresar. De acuerdo al Plan Argentina Innovadora 2020, lanzado por el entonces ministro Lino Barañao durante la presidenta de Cristina Kirchner, entre 2016 y 2018 debían sumarse 3422 científicos a la Carrera de Investigador del Conicet (CIC). Apenas entraron 1552. En paralelo crecieron los estudiantes en posgrados. Desde 2012 hasta la actualidad, 8461 culminaron sus becas. Son expertos que hoy no tienen lugar.

Ante el crítico escenario, más de 130 directores de institutos del Conicet se reunieron este fin de semana en Córdoba para plantear reclamos a las autoridades. Los presupuestos de los institutos y universidades se ven ahogados: falta equipamiento, no aumentan los fondos ni los salarios, y las tarifas se multiplicaron sin exención impositiva alguna. Los gastos de funcionamiento se achican, sin siquiera contemplar la inflación ni el dólar. Ejemplo: el Instituto de Ciencias de la Computación tiene asignados 75 mil pesos para todo 2019. Al Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas de Puerto Madryn les llegaron 32.000 en 2018. Mientras en 2015, el último año de la gestión kirchnerista, los gastos de funcionamiento del Conicet llegaban a casi 1700 millones de pesos, en 2019 descendieron a unos 400 millones, el mínimo en más de una década.

Barañao, ahora secretario, dijo desconocer el presupuesto exacto asignado a la ciencia: «Debemos estar en más o menos 0,5% del PBI», a pesar de que habían prometido elevarlo al 1,5 por ciento. «Es parte del cinismo», remarca Alberto Kornblihtt, doctor en Ciencias Químicas y director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (Conicet-UBA). «Sabemos perfectamente que en 2018 fue el 0,256% del PBI, cuando en 2015 era 0,35%; y este año va a bajar más, al 0,23%». Kornblihtt y el politólogo Mario Pecheny fueron votados para representar a sus áreas en el directorio del Conicet, en mayo del año pasado. A casi 12 meses, el presidente Macri aún no firmó el decreto avalándolos. Kornblihtt estima cuánto debería destinar el Estado para solventar el doble de los investigadores ingresados: $ 800 millones por año. Un vuelto, comparado a lo que se paga en intereses de deuda.

Las más damnificadas en el último llamado a la CIC, como suele ocurrir desde la asunción de Macri al poder, son las Ciencias Sociales y Humanidades, con sólo el 6,8% de ingresantes: entraron 38 sobre 556. En Ciencias Agrarias e Ingeniería, supuestamente un área de interés para el gobierno, apenas 42. La mitad de los 450 se destinaron a sectores “estratégicos” y de “fortalecimientos”. El físico Jorge Aliaga, ex decano de Exactas (UBA) y ex subsecretario de Evaluación Institucional de Ciencia, afirmó que “el problema no se acota a CONICET. Ningún organismo puede incorporar los nuevos doctores porque el ajuste es generalizado”. La Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) tuvo una subejecución del 47% en 2018 y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), del 68%. «El cientificidio abarca a todas las áreas. El gobierno compró llave en mano una central nuclear a China, que rompe con la tecnología que supo despuntar la CNEA, y generó el cierre de la planta de agua pesada en Neuquén, con 600 compañeros», enfatiza Daniel Sánchez, delegado general de la Junta Interna de ATE de la CNEA. Uno de los proyectos más importantes es el CAREM, la primera central nuclear de diseño argentino, en Zárate: «En este momento tiene presupuesto cero, y como las becas son bajísimas, muchos se van a otros lados, como Vaca Muerta».

Los 450 investigadores aceptados en el Conicet cobrarán menos de 850 dólares, siete veces por debajo de lo que se percibe en América del Norte, Europa y Asia. «En Chile ofrecen entre dos y tres mil dólares. Y acá no hay lugar», se lamenta Miguel Leone, 36 años, sociólogo con un doctorado en la Universidad de General Sarmiento, rechazado en el Conicet y con la idea de continuar en el exterior. Ya se postuló para Birmingham, Inglaterra. Su tema de estudio es el de las políticas estatales hacia los pueblos indígenas, en particular la violencia hacia los pueblos mapuches, comparando Chile y la Argentina. «Uno acá ve que la carrera científica está truncada. Y lo que se trunca también es un proyecto de vida. Somos recursos formados por la sociedad argentina, y si no nos aprovechan, se pierden, y lo aprovechan los países desarrollados. Es una multiplicación del colonialismo, en lugar de ser utilizados para fortalecer nuestra autonomía y nuestra liberación».

El programa Raíces, lanzado por la gestión kirchnerista, repatrió 1323 científicos que trabajaban en el exterior. En menos de cuatro años, la balanza se revirtió, y vuelve a ocurrir la llamada «fuga de cerebros», como en los ’90. Incluso Chile es uno de los beneficiados. Ángel Yefrin recaló como investigador de la Universidad Católica del Maule, desde noviembre pasado. En 2009 llegó a la Argentina desde su Colombia natal, becado para un posdoctorado donde investigó la formación epistemológica de los profesores de ciencias. A pesar de ser doble recomendado para el ingreso a la CIC, no quedó. Al terminarse la beca sólo le quedaban dos comisiones en el CBC por las que cobraba menos de diez mil pesos, con una pareja y una nena de once meses. “Empecé a pagar en cuotas la compra en el mercado, es una crisis total y uno como investigador va abandonando su tema de estudio y su tiempo para trabajarlo y las redes que fuiste formando por años; lo académico pasa a segundo plano porque no depende de vivir, sino sobrevivir con tu mujer y tu nena en una Argentina en declive”. Aún hoy lo gana la culpa por haberse ido: «Siento una deuda muy grande con el Estado argentino por haberme financiado y dado la base para mi formación académica, pero lamentablemente el gobierno actual no me permitió seguir respondiendo a ese apoyo». Y completa: “Es bien sabido que la base del desarrollo de una sociedad es el desarrollo científico, no es un gasto sino una inversión que promueve el crecimiento de los países. Pero para este gobierno el desarrollo no es una prioridad”. 

El mismo día de la movilización al Polo Científico, el mundo veía las primeras imágenes de un agujero negro. Valeria Mesa estudia en Mendoza la astronomía extragaláctica, los objetos que están fuera de la Vía Láctea. Creció al albor de un incentivo por lo espacial durante los años anteriores que llevó a que el país produjera satélites e incluso un lanzador, hoy casi paralizado. «Es importantísimo el anuncio del agujero negro, eso se logra con inversión y política científica a largo plazo. Ese es el problema en general que tenemos en las ciencias básicas, no sólo en astronomía. Ahora está todo enfocado a los temas estratégicos, a lo ‘productivo’, a lo que de un resultado económico rápido. Pero se olvidan que atrás de todo eso están las ciencias básicas. Ahí hay que invertir siempre», remarca. Valeria fue recomendada para la CIC en 2017 y no ingresó. Tras esa noticia ganó un concurso para investigar galaxias en la Universidad de La Serena, en Chile. «No es fácil hacer astronomía acá, es una ciencia donde competís con gente de todos lados; además de tener trabajo, necesitamos fondos para desarrollarnos, por eso muchos se van igual. Si hasta para ir a congresos afuera te lo tenés que pagar todo vos». «

«El Conicet es la punta del iceberg»

Las más damnificadas en el último llamado a la CIC, como suele ocurrir desde la asunción de Macri al poder, son las Ciencias Sociales y Humanidades, con sólo el 6,8% de ingresos: entraron 38 de 556 postulantes.

Pablo Méndez, doctor en Filosofía y licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Lanús, se presentó en ambas áreas del Conicet y no ingresó. Estudia la genealogía del neoliberalismo, «no sólo desde un conjunto de recetas económicas, sino desde una perspectiva política, ética y subjetiva».

Para Méndez, no es azaroso el rechazo a las ciencias sociales. «La visión crítica sobre la realidad presente y pasada es fundamental para una democracia.»

Como becario doctoral cobra apenas 24 mil pesos, sin aportes ni aguinaldo. «Las universidades tampoco tienen presupuesto, el Conicet es la punta del iceberg». Y vuelve sobre su tema de estudio y la necesidad del pensamiento crítico  que aporta la ciencia: «El neoliberalismo tiene un programa de sociedad, una ética, hacerles pensar a los laburantes que son emprendedores, que no son ciudadanos sino vecinos, algo inmediato que no está inserto en un proyecto nacional y colectivo de país. Nos gobiernan a través de la fragmentación. Hasta a los investigadores nos forman con una visión totalmente individualista. Y te dicen que tenés que trabajar más para salir de la crisis, o en nuestro caso hacer más papers, y quedó demostrado que eso tampoco alcanza. Si el neoliberalismo es sólo el FMI, hay un montón de elefantes que me pasan por delante y no los veo, y después no entiendo por qué esto se repite y la población sigue votando estas propuestas”.


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