Escribo con profundo dolor por lo que pasó en Gesell. Entiendo a quienes, en los clubes, buscan defender al rugby por lo que como deporte promueve entre quienes los practican. Lamentablemente, estoy convencido de que lo que ocurrió podría haber pasado con jugadores de cualquier club de rugby argentino. Porque está claro que somos parte del problema.
Es cierto que el problema excede ampliamente a nuestro deporte, que la violencia está instalada en la sociedad, que el Estado debe actuar a través de políticas públicas, que los boliches deben replantear sus protocolos de seguridad, que las escuelas deben involucrarse más en la formación de los chicos, y las familias, repensar los límites que ponen a sus hijos. Todo esto es verdad, pero yo quiero hablar del rugby, porque siento que no podemos mirar para otro lado.
Puedo asegurar que nos proponemos desarrollar un deporte que sea mucho más que sólo un deporte. Inculcamos el valor de la amistad y de dejar todo por el compañero. Enseñamos que un partido o un campeonato no lo gana un jugador, sino un equipo. Nos enfocamos en enseñar el respeto por el rival, el árbitro, el público, etc. Pero evidentemente no es suficiente.
La palabra del formador en el rugby es muy importante, es el espejo en el que los chicos se miran y aprenden. Un entrenador enseña con lo que dice, pero mucho más con sus acciones. Pero los clubes no siempre tienen la posibilidad de elegir a quienes están al frente de sus equipos. En general, se suma el que puede y no hay una evaluación sobre sus capacidades sino sobre su disponibilidad. Por supuesto, la mayoría de estos clubes tampoco pueden contratar a profesionales de la psicología deportiva para que capaciten y den herramientas adecuadas a dichos formadores.
En el rugby de Buenos Aires conviven realidades económicas y sociales muy diversas, que permiten hablar de diferentes «rugbys». Por un lado, el rugby de élite, que cultural y económicamente tiene resueltas un montón de situaciones y, por el otro, el de las márgenes, que muchas veces no puede resolver ni siquiera el traslado de los jugadores para ir a disputar un partido.
Los responsables del cruento asesinato de Fernando Báez Sosa deberán afrontar las penas por un crimen aberrante. Que, además, deberán ser ejemplificadoras. Sin embargo, el problema en el rugby no se termina allí. Alcohol sin control en los terceros tiempos, rituales de iniciación, golpizas internas, fiestas manejadas por jóvenes que no pueden medir los riesgos a los que se exponen son algunas de las situaciones a las que hay que prestar atención, y actuar en consecuencia para empezar a cambiar.
Pero insisto: el rugby es parte del problema. Recién cuando reconozcamos esto podremos dar la discusión que nos permita poner en valor lo más lindo de este deporte que nos enloquece y desechar aquello que tanto daño nos hace.
*Dirigente del Club Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó.
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