Cuatro décadas atrás, las dictaduras de Argentina y Chile estuvieron a punto de ir a una guerra por el desacuerdo en los límites fronterizos del Canal de Beagle. Desde entonces, las comunidades de la región más austral del planeta borraron cualquier vestigio de diferencia y hoy se hallan inmersas, en ambos países, en una lucha sin cuartel contra corporaciones trasnacionales e inconsultos acuerdos estatales que buscan favorecer la instalación de salmoneras, enormes piletones donde se cría y engorda el pez favorito de la gastronomía, en la zona más prístina del mundo, la menos alterada por el hombre. Denuncian que se está impulsando un negocio fenomenal que generará daños irreversibles al medio ambiente y a la economía regional.

Las empresas noruegas, que convirtieron a Chile en el segundo exportador de salmónidos del planeta, se propusieron colonizar Tierra del Fuego. Pero se toparon con la férrea oposición de los habitantes a ambos lados de la frontera. Esa presión la sintieron los reyes noruegos, Harald V y Sonja, cuando a fines de marzo realizaron una gira por Chile para supervisar sus intereses patagónicos que terminó en Puerto Williams, donde la comunidad local, sobre todo el pueblo originario yagán, les recriminó el avance de estos proyectos.

Del otro lado de la Cordillera, la salmonicultura intensiva no es novedad. Viene haciendo estragos en los ecosistemas submarinos desde el año 2000, sobre todo en las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes. En 2007, un brote viral devastador generó la peor crisis sanitaria de la historia industrial chilena y la pérdida de 15 mil puestos de trabajo directos e indirectos; en 2016, los empresarios debieron arrojar 9000 toneladas de salmones muertos al mar, lo que pronunció los efectos de una implacable marea roja que arrasó con otras especies marinas; el año pasado, la fuga de unos 700 mil salmones de las jaulas puso en riesgo a todas las especies nativas y las consecuencias aún son difíciles de prever.

Los salmones, que crecen rápidamente y hacinados, son alimentados con toneladas de harina de pescado y proteínas, y reciben gran cantidad de antibióticos. Estas sustancias, sumadas a las heces de los peces, sedimentan en la plataforma submarina, y desoxigenan el agua. «Además de la contaminación del lecho submarino, esos 70 mil peces enjaulados provocan una gran competencia alimentaria para las aves y mamíferos marinos. Es como un tenedor libre para pingüinos, lobos de mar y albatros, especies que en Chile salieron a matar para preservar el negocio», señala Nancy Fernández, especialista en Educación Ambiental y presidenta de la ONG Mane’kenk, de Ushuaia.

«La acuicultura en Chile es una industria descontrolada que se expandió hacia el sur debido a su fracaso y no a su éxito. Ha contaminado todos los ecosistemas donde estuvo presente, produciendo tal grado de anoxia, que no es posible siquiera la vida de los salmónidos que ellos cultivan», explica a Tiempo la periodista chilena Lisselotte Álvarez, una de los 2000 habitantes de Puerto Williams, en la Isla Navarino, donde la empresa Nova Austral, de capitales noruegos, adquirió los derechos de explotación que tenía la empresa Cabo Pilar desde 2005.

«Nova Austral ya instaló las jaulas, las casas flotantes y los pontones. Sólo falta que lleguen las crías de los peces, los alevines. Pero se olvidaron de un detalle: aún no tienen los permisos sociosanitarios», precisa la bióloga chilena Tamara Contador, que hace trabajos de campo en la región. «Dicen que esta industria traerá trabajo, pero acá tenemos un desempleo del 0,2 por ciento».

Hace un mes, la Corte de Apelaciones de Punta Arenas paralizó las obras en el Beagle por «afectar el derecho constitucional de vivir en un medio ambiente libre de contaminación». Al mismo tiempo, la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura chilena declaró caducas las concesiones de Nova Austral, y pidió la intervención de la Subsecretaría de las Fuerzas Armadas, con competencia en el asunto, para que tome la decisión final.

Desde Ushuaia asumen que Puerto Williams está librando una especie de Batalla de las Termópilas, y como atenienses y espartanos, son aliados incondicionales. Es que en 2018, los Estados argentino y noruego y la gobernación fueguina firmaron un acuerdo con el fin de avanzar en los estudios previos para la instalación de las cuestionadas salmoneras en el Beagle.

«Pedimos que Cancillería también presione. El impacto negativo va a repercutir de este lado. En el canal tenemos décadas de desarrollo de actividades turísticas y vivimos de manera sustentable del medio ambiente. Esto afectaría el proceso de migraciones de las ballenas, delfines y marsopas, entre otras especies», puntualiza Ana Prado, integrante de la Asociación de Profesionales en Turismo de Tierra del Fuego.

Fernández, de Mane’kenk, aclara: «Somos ambientalistas pero no fundamentalistas, ni obsecuentes. Si hay una actividad productiva que le va a dar mucho trabajo a la gente y genera una cadena de desarrollo productivo y de consumo, genial. Pero si es para abastecer a otros mercados, como China, Japón y EE UU, y además va a contaminar, realmente seríamos idiotas si aceptáramos esta industria». «

El acuerdo con Noruega se cayó pero hay dudas

El ex Ministerio de Agroindustria firmó en marzo de 2018 con los reyes noruegos un «Proyecto de Acuicultura Nacional», y encargó un estudio para conocer la potencialidad del Beagle para instalar piletas de engorde de salmones, el gran negocio de la acuicultura.

«Tierra del Fuego pagó unos 95 mil dólares y Noruega puso 25 mil para realizar este informe técnico. Hace más de un año que pedimos los resultados, pero sugestivamente nos dicen que no están concluidos», indica Nancy Fernández, de la ONG Mane’kenk. Voceros de Agroindustria consultados confirmaron que aún esperan los datos finales para pronunciarse.

Desde Tierra del Fuego revalidan los dichos de hace unas semanas del director provincial de Obras y Servicios Sanitarios, Guillermo Worman, quien aseguró que «con los resultados preliminares de la consultora noruega, se descarta avanzar con la cría de salmónidos en el Canal. El gobierno saca de agenda la posibilidad porque queda en claro que el método convencional, de jaulas en mar, genera un marco de desarrollo que va en contraposición con el modelo de desarrollo sostenible que tenemos para el Beagle».

Las organizaciones ambientales exigen el rechazo formal del proyecto, porque sospechan que este impasse se deba a las elecciones.

El boicot de los chefs al salmón «de segunda»

Lino Adillón, sanjuanino, 59 años, llegó a Ushuaia a los 22 para hacer un curso de marinero, para alistarse en una plataforma petrolera que nunca se inauguró. «Me dijeron que tenía que esperar y yo que siempre fui muy obediente, me quedé», dice con sorna el cocinero y fundador del restaurante Volver, hoy convertido en uno de los chef más reconocidos de la isla, y embajador de la consigna: «No a las salmoneras en el Canal de Beagle».

A riesgo de perder clientela, hace dos años Lino sacó de su carta cualquier plato que contenga salmón. «No lo vendo más. A los turistas que me preguntan los ponemos al tanto de la lucha que estamos dando. Les digo: ¿ustedes les darían salmón tóxico a sus hijos? Bueno, a mis clientes yo tampoco les daría veneno».

«Tenía cierta noción de lo malo que eran las jaulas para el mar, pero no para la carne de salmón. Cuando escuché de la boca de Christophe Krywonis que no tendría salmón en su carta, fue como un bombazo. Lo hablé con él y me comprometí a hacerlo desde acá», recuerda el cocinero patagónico. A principios de este año, celebridades de la gastronomía como Krywonis, Mauro Colagreco, Narda Lepes y Donato De Santis, entre otros, encabezaron una campaña en contra del consumo de productos de la salmonicultura.

El salmón ya era un elemento central en la gastronomía moderna, pero gracias a la salmonicultura intensiva se introdujo un producto de «segunda calidad», masificado a escala planetaria. «El salmón salvaje que se consume en Europa, que se produce en Alaska, es superlativo, maravilloso. No tiene nada que ver con el salmón que se consume en la Argentina, cuyo origen ni siquiera lo informan», precisa Lino, e insiste: «El salmón salvaje es fácil de comer, amigable, tiene buen color, es atlético. El de la pileta es un salmón obeso, forzado a crecer rápido, tiene líneas blancas, está saturado en grasas, con celulitis. Si ponemos un oso al borde de esos piletones, se muere de hambre si tiene que esperar que alguno de esos salmones salte para darle el zarpazo».

Las fuentes consultadas coinciden en que la salmonicultura en mar abierto atenta además contra la pesca artesanal de crustáceos y moluscos: la centolla, por ejemplo, manjar buscado por el turismo extranjero y una especie sensible a la contaminación del suelo marino.

Para Lino, «si se instalan las salmoneras va a ser una masacre. Se trata de una industria de la muerte que podría terminar con el agua más pura que tenemos. En Ushuaia tenemos merluza negra, róbalo, abadejo, pejerrey, sardinas, puyén. Lógicamente, todos se verían amenazados». Si este proyecto se concreta y llegaran a escapar los salmones, ocurriría lo mismo que con el castor, una especie exótica implantada hace décadas en la región generando daños irreversibles al ecosistema. Una alternativa sería la salmonicultura en tierra, pero representa costos mucho mayores.