Son las cinco de la tarde y en la clase de Lengua se discute sobre ciencia ficción. «Podríamos leer Fahrenheit, que habla de un futuro en que los gobiernos queman libros porque dicen que son malos para los humanos», propone Diego, un estudiante de primer año, que luego peina el radiante mechón azul que cae sobre su frente. Gustavo y Angelly, los profes a cargo de la materia que también son llamados por su nombre de pila, toman nota de la sugerencia y suman Un mundo feliz y 1984 al menú literario. «Pero ahora falta lo importante –agrega Gustavo–, vamos a leerlos.»

La clase avanza mansa y tranquila en la Escuela Libre de Constitución, alimentada por las tortas fritas que preparó Rosa, otra aplicada estudiante del curso inicial. El «Bachi», como todos lo conocen, es un emprendimiento educativo para jóvenes y adultos que nació hace casi una década. Un proyecto que recupera los principios de la pedagogía libertaria y le suma las experiencias de los bachilleratos populares que surgen de la crisis de 2001. Su sede está ubicada en el espacio de la Federación Libertaria Argentina (FLA), en la esquina de Anchoris y Finochietto. En la triple frontera que hermana los suburbios de Constitución, Barracas y Parque Patricios.

El Bachi tiene 25 estudiantes y unos 20 docentes. No recibe ningún subsidio del Estado: el emprendimiento se autofinancia y los docentes eligen no cobrar un sueldo. No tiene directivos y la organización surge a partir de la voz de la asamblea de estudiantes y profesores. «Es diferente a la escuela normal porque acá se tiene en cuenta nuestra opinión», explica Raúl, que cursa el primer año.

Raúl vive en Glew, trabaja en el restaurante familiar y le gusta que no le hagan «historia» por cómo viene vestido a la escuela: «A la hora de estudiar, acá tenés la libertad de ser vos mismo.»

Al maestro con cariño

Dos profesores preparan el salón. En un rato arranca la clase de música. Fredy estudió musicoterapia. Tiene una banda, Amore y Anarquía, que explora el cancionero libertario. Trabaja codo a codo con Guillermo, el otro docente de la materia. En la escuela, las clases se dan por parejas pedagógicas. «Un criterio que apunta –precisa Guillermo– a desarrollar la diversidad de miradas y el debate como herramienta de aprendizaje.» Fredy añade que no tiene un buen recuerdo de su paso por los secundarios: «Ojalá hubiese podido experimentar el nivel de libertad que hay acá adentro.»

Antes de que termine la clase de Lengua, Verónica toma notas en su carpeta. Cuenta que quiere terminar el secundario. En el Bachi comparte la cursada con su hijo adolescente. «Pero ojo, acá somos independientes, sólo compañeros –advierte–. Aunque me podría ayudar un poquito más.» Gustavo es licenciado en Letras y da clases en el Bachi desde el primer día. Mientras tatúa el pizarrón, explica: «El conocimiento no es algo vertical que se transmite del docente al estudiante. Acá aprenden los estudiantes, y también los docentes.»

Germinal

En 1984 Diego decidió dejar Arrecifes, en el norte de la provincia de Buenos Aires, para estudiar Bellas Artes en la capital. Al poco tiempo también llegó a la vieja sede de la FLA, en Constitución. Durante aquellos años de la primavera democrática, conoció a un educador anarquista que le abrió las puertas a un nuevo mundo. «Lo que en un primer momento me parecía una casa algo decrépita llena de viejitos, se transformó en un lugar maravilloso. Conocí a gente que estuvo en la Guerra Civil Española», resalta el artista plástico.

Como si estuviera dibujando sobre un lienzo, pinta una imagen de aquellos días iniciáticos: «Por la casa pasaba siempre un señor que escribía y que estaba muy interesado en el anarquismo. Recuerdo mucho una tarde en que los viejos le estaban sirviendo un té al sol. También le daban un poco de hilo para que cosiera un botón flojo. Resulta que este hombre era un compañero del Borda, y los viejos militantes leían sus textos y le pasaban libros para que siguiera escribiendo. Esa escena me conmovió y decidí involucrarme de lleno.»
Primero descubrió la fabulosa y, obviamente, algo anárquica biblioteca. Después, el monumental archivo conformado por diarios, folletos, volantes y fílmico. Con cinco compañeros, dedicó miles de horas a darle un orden a ese universo. Diego forma parte de una generación «bisagra» entre la vieja guardia ácrata y los jóvenes que se acercaron a la FLA a principios del nuevo milenio. «Para el 2000 casi no quedaban viejos militantes. Entonces empezamos a pensar nuevas caminos, para mantener vivo ese espacio, que nos había recibido generosamente.»

En los años en que la crisis del neoliberalismo expulsaba a millones del sistema, la casona de la calle Brasil cobijó a los desocupados de La Matanza, a militantes del MTD y también a HIJOS. Diego cuenta que la casa comenzó a tener una dinámica renovadora. El Bachi es hijo de esos nuevos vientos.

En 2007, un grupo de docentes se acercó a la FLA con la idea de crear una escuela. Todo ese año, las asambleas fueron dándole forma a un proyecto de educación popular, autogestivo, gratuito y de matriz horizontal. La injerencia del Estado y la oficialización del bachillerato despertaron acaloradas discusiones. «El conflicto más gordo se dio para que fuera libre. Nuestro interés era que participen personas que quisieran ser parte de un proyecto con una pata social. Las diferencias muchas veces son un colchón», agrega Diego. Finalmente, las clases comenzaron en marzo de 2008 y Diego armó allí un taller de serigrafía.
En 2010, un grupo de militantes violentos ocupó la casona de la calle Brasil, y tanto la FLA como el Bachi tuvieron que buscarse un nuevo espacio y arrancar casi de cero. Y lo hicieron. En la actualidad, Diego sigue dando una mano. Como la que le tendieron aquellos viejos anarcos.

Muchacho punk

Bakunin sostenía que el origen de los males sociales no se encontraba en la maldad humana sino en la ignorancia. Sebastián, un egresado de 28 años que sigue vinculado al espacio, seguro leyó al pensador anarquista y completa: «No hay otra forma de transformación social que no sea a través de la educación. Mi experiencia me mostró que otra forma de aprender es posible, y sobre todo necesaria.»

Sebastián cuenta que es de Avellaneda y de Independiente. Era punk y había abandonado la escuela. Profesaba un credo contestatario a rajatabla. «Toqué el timbre y me abrió la puerta uno de los profesores que da Biología, y me invitó a pasar. Me enamoré de la impronta del proyecto y su sentido de transformación.»

Luego de una lucha cuerpo a cuerpo con las matemáticas, Sebastián alcanzó el título oficial de Perito Auxiliar en Desarrollo de las Comunidades. Egresó hace unos años, pero se lo puede ver seguido por la FLA. «Me gusta el término experimentación. Es muy adecuado para entender cómo funciona el Bachi.»

En la clase de Historia, la profe Gisela dialoga con Claudia y Silvia sobre las andanzas del Chacho Peñaloza. Silvia dice que le gusta cómo se pueden aprender diversas miradas, hay debate y se escucha: «Acá todos estamos en el mismo nivel. Y eso tiene que ver con una palabra: igualdad.» 

La breve primavera de la pedagogía libertaria en la Argentina

Durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, un buen número de experiencias educativas libertarias tuvieron lugar en la Argentina. El primero del que se tenga registro surgió en 1889, en la calle Urquiza 1855, Parque Patricios. Allí se creó la Escuela Nueva Humanidad de Corrales, un emprendimiento sostenido por la Sociedad de Resistencia de Albañiles, los obreros del matadero del barrio y el periódico ácrata El Rebelde. Unos 70 pibes estudiaban en la escuela. Juan Cazabat, su director, abandonó el país en 1902, perseguido por la Ley de Residencia.

Ese mismo año abrió sus puertas el Círculo de Enseñanza Libre, en La Boca. En 1906 se fundó la Escuela Laica de Lanús, una iniciativa conjunta de anarquistas y socialistas. Julio Ricardo Barcos, pilar del «racionalismo» local, fue su director. En 1908, Barcos se incorporó a la Escuela Moderna de Buenos Aires, un espacio sostenido por la Sociedad de Sombrereros y de Conductores de Carros. También en ese año se creó en Mar del Plata la escuela La Colmena Infantil, un proyecto «integral y mixto».

En 1909 aparecieron escuelas en Rosario, Bahía Blanca y Mendoza, que debieron soportar parejos ataques de la Iglesia y la policía. Ese mismo año, el pedagogo Francisco Ferrer fue fusilado en Barcelona. Los sindicatos y escuelas porteñas llamaron a una huelga general. Pocas semanas después, Simón Radowitzky ajustició al coronel Falcón. La represión estatal se desató. Se cerraron periódicos y escuelas libertarias, y se llenaron las cárceles.