«No hay una línea directa entre robar dinero y la muerte de gente. Si no morirían personas todos los días. Lo que hay es una estructura de funcionamiento que no está dada para que las cosas funcionen. Y lo que sucede en las tragedias es que queda expuesta la cadena de cosas que funcionaba mal. Porque alguien prendió la bengala en Cromañón, pero el techo era de un material que no correspondía, la puerta de emergencia estaba cerrada y entró más gente de la que debía entrar», explica Florencia Halfon Laksman.

La periodista acaba de publicar ¿La corrupción mata?, un libro que revisa nueve tragedias argentinas de los últimos 20 años a través de las voces de sus protagonistas (víctimas, familiares y condenados). Todos ofrecen distintas respuestas al interrogante. Ella, sin embargo, prefiere seguir preguntando. «Mi respuesta es que se trata de algo más complejo que sí o no. Lo que me doy al hacer el libro es que para evitar las tragedias necesitamos involucrarnos todos. Y seguramente eso en lo que debemos involucrarnos es la política”.

-¿Cómo elegiste las tragedias?

-La idea era pensar las más significativas. Para eso tuve en cuenta la cantidad de víctimas y también el impacto. En la muerte de Sandra y Rubén en la escuela de Moreno, por ejemplo, fue más importante el hecho simbólico, el momento en que se dio y lo que generó. Pero también sumé otras que pocos recordamos, como la de los 44 gendarmes en Salta en 2016, o la masacre de la comisaría de Esteban Echeverría adonde murieron 10 personas detenidas. Quería atravesar todos los gobiernos de estos años y lo que vi, lamentablemente, es que ninguno supo reaccionar. Quizás porque los poderosos, si tuvieran empatía, no podrían vivir con eso.

-¿La procedencia de las víctimas también puede ser un factor que incide en la importancia que le da la gente? 

-Un año antes de las muertes en Esteban Echeverría había ocurrido algo muy parecido en Pergamino y tampoco nadie se acuerda. Las dos tragedias más importantes en comisarías argentinas ocurrieron durante el gobierno de María Eugenia Vidal y nunca nadie jamás le preguntó por eso ni a ella le pareció importante salir a hablar. Pero sí lo hizo con la escuela de Moreno. Hay algunos gobernantes que no se preocupan por cómo van a quedar en la historia, sino cómo van a quedar con sus votantes y qué puede pasar a partir de eso. Y no quiero transmitir un mensaje antipolítica. Porque creo que todo esto se resuelve a través de la política. Pero hay que decir que no se ha resuelto hasta ahora.

-¿Se ven cambios después de estas tragedias?

-Quizás tenemos un poco más de registro. Pero al poco tiempo de Cromañón se cayó el entrepiso de Beara. Lo que me di cuenta con el libro, y no señalo a otros, es que todos nos involucramos poco. Porque cuando digo que la política es la que puede cambiar esto hablo de involucrarse. Porque son tragedias que nos  podrían haber tocado a nosotros o a cualquiera que conocemos. Hay que pensar que los que reclaman por justicia es gente que ya perdió, que está luchando por todo el resto. ¿Y el resto dónde estamos?

-Ayer se cumplieron ocho años de la tragedia de Once. ¿Cómo se procesó ese hecho?

-Creo que el fallo de Once es histórico. No se si está bien o mal. Pero Ricardo Jaime, un funcionario que se había ido hace tiempo del cargo, quedó como el más responsable en función de la condena recibida. Por eso me interesaba conocer las distintas versiones del caso, porque hay cosas injustas que uno se pregunta cómo se saldan. Jaime, con la cantidad de causas que tenía y la poca empatía que busca generar al decir que ni se acuerda que estaba haciendo el día que sucedió la tragedia, es una cosa. Pero Schiavi cuenta que fue al lugar adonde contaban los cuerpos y que eso le produjo un problema coronario. Así lo cuenta él. Y que lo dejaron solo y por eso dijo las barbaridades que dijo. Ahora, luego dice que responde políticamente y se hace cargo, pero de las muertes no. Entiendo que es muy difícil vivir con eso. Chabán, por ejemplo, no pudo. A él lo destrozó.

-¿Y cómo creés que los familiares hoy miran la causa con retrospectiva?

-Creo que los familiares tienen cierta tranquilidad de que todos los que podrían haber tenido algo que ver están presos. Algo que quizás no es tan habitual en otros casos. Ellos sintieron la responsabilidad de pelear y consiguieron mucho. Y hoy no lo sueltan. Porque cualquier irregularidad que ven protestan por eso. Y mientras esperan que la condena se confirme.

-¿Cuál fue la diferencia en su causa respecto de otras?

-Creo que los tiempos políticos contribuyen a que las cosas avancen más rápido o más lento. Pero también hay que ver cómo esa tragedia impacta en la sociedad. Porque me parece que Once fue un quiebre para el kirchnerismo. A ese gobierno, con ese universo, no le podía pasar. Con los laburantes que se suben al tren, no.

-El libro recupera el caso de un bombero que murió como “héroe” en Iron Mountain y estaba procesado por la demora en encontrar el cuerpo de Lucas Menghini en Once. ¿Qué nos dice ese caso?

-Primero nos dice que los medios contamos historias sin profundidad. Y me hago cargo como periodista. Porque no es hacer dos llamados más, sino “vender” historias. Y después, Leonardo Day no era un bombero voluntario. Era de la superintendencia de la policía. Tenía un cargo, y hubo una construcción de los medios que al otro día hablaban de héroes sin importar quién era. Y es interesante pensar que si a esos diez de Iron Mountain les hubieran dado mejor capacitación y equipamiento, quizás eso no pasaba. Ellos también fueron víctimas del sistema porque el incendio per-se no derivaba en que se caiga una pared. Ellos querían entrar a un lugar adonde no había nadie a quién rescatar. ¿Por qué entraban? Alguien evidentemente dio una orden. Así nos enteramos que ese incendio podía haber sido intencional. ¿Fue la corrupción la que los mató? Si estaban queriendo tapar hechos corruptos, si tenían falta de capacitación, hay todo un sistema que funciona mal.

-¿La incapacidad de mostrar esas complejidades de las tragedias puede estar vinculado a la imposibilidad de lograr la no repetición?

-Los medios somos intermediarios. Y si nosotros “vendemos” a los malos y los buenos, sin matices y vueltas, no me parece que haya mucha posibilidad de pedirle otra cosa a la sociedad. Majul me decía en una entrevista que los periodistas somos un poco presos de nuestras audiencias. Y yo creo que nosotros también nos construimos ese lugar. Porque si estuviéramos dispuestos a arriesgar un lector o un oyente para contar algo que nos parece importante sería distinto.