Que las vacunas son peligrosas, que la Tierra es plana, que no fueron 30.000 desaparecidos. En la era de la posverdad, los científicos han sumado a sus investigaciones una fastidiosa tarea: salir a fundamentar certezas que se creían ya establecidas, y concientizar contra las fake news que se esparcen a contramano de toda evidencia. Guadalupe Nogués, bióloga y divulgadora científica, encaró ese ejercicio que requiere de tanta paciencia como vocación, y lo volcó en su libro llamado Pensar con otros. Guía de supervivencia en tiempos de posverdad (El Gato y la Caja), un análisis práctico de las nuevas supersticiones, de lo más cotidiano y personal a lo social y lo político.

«La posverdad es esa situación en la que se adoptan posturas basándose en creencias, emociones o lo que dice nuestro grupo de pertenencia, y se hacen a un lado los hechos, la información que hay –explica Nogués–. Lo que vemos muchas veces es que en esta situación no tiene efecto un discurso en el que expliquemos los hechos. No hay un problema de información, sino algo mucho más difícil de desarmar. Algo así vemos cotidianamente también en política, en nuestro país y en otros».

–¿Por qué adquieren tanta visibilidad estos movimientos que cuestionan axiomas largamente probados?

–Hay «movimientos» que siempre existieron, como los «antivacunas», que aseguran que las vacunas son dañinas, a pesar de que sabemos que no sólo no lo son sino que además son muy efectivas, o el de los «terraplanistas». Desde la primera vacuna contra la viruela, que inventó Edward Jenner en 1796, hay «antivacunas». La viruela, que mataba al 30% de los que infectaba y hace un par de siglos era una de las principales causas de muerte, no existe más. En 1980 se la declaró erradicada gracias a las vacunas, y ya no es necesario vacunar contra viruela. Ahora lo novedoso es que, con el auge de las redes sociales, se facilita que individuos que no se conocen y que quizá ni viven en el mismo país, se conecten y puedan nuclearse virtualmente alrededor de estas creencias, dándoles mayor visibilidad.

–¿Cómo actúan los grupos antivacunas?

–Aclaremos que la enorme mayoría de los ciudadanos apoya la vacunación y mira con malos ojos a quienes se oponen. Luego, hay un muy pequeño grupo que podríamos considerar antivacunas, que se oponen de manera tajante y no tienen ninguna disposición o capacidad de revisar lo que dicen para entender que se equivocan. Y un tercer grupo, no tan minoritario, tiene dudas sobre la vacunación, porque Internet y los medios los desinforman, o porque alguien les comentó algo que les dio miedo. Estas son las personas que nos preocupan. Necesitamos escucharlas más, para acercarnos, sin caratularlas de fanáticas, porque no lo son.

–¿Las redes y los comentarios de lectores son el «caldo de cultivo» donde estos grupos «reclutan» creyentes?

–Los comentarios son un arma de doble filo. La palabra de los lectores también puede enriquecer la información. Pero a veces se vuelven una especie de «lucha en el lodo» que fomenta la agresión, además de convertirse en una plataforma de desinformación. En general, cuando se publica un artículo con información clara, los «antivacunas» lo atacan a través de los comentarios de lectores, con largos textos y enlaces a supuestas pruebas del daño que provocan las vacunas, que generan confusión. Ahora bien, cuando quienes apoyan la vacunación dicen cosas como «a los que no vacunan a los hijos hay que sacarles la tenencia» o «mandarlos a una isla todos juntos», ese tono y esa falta de argumentación restan, porque, repito, mucha gente tiene dudas genuinas que merecen toda nuestra atención y empatía. Queremos que pregunten, y no que se callen por miedo a que los estigmaticen.

–¿Cómo tratan los medios a los grupos «anti»?

–Bueno, es muy preocupante. Las pruebas de que las vacunas son beneficiosas son muchísimas y vemos cómo hacen retroceder enfermedades antes extremadamente frecuentes, como la polio, la difteria o la rubéola. Los antivacunas se basan en información errónea, como un trabajo que se publicó hace unos años que decía que la triple viral causaba autismo. Se demostró luego que era un fraude, pagado por abogados que litigaban contra empresas que producen vacunas. O sea, no tenemos «dos lados» de igual peso, las evidencias están de un solo lado. Pero ante esta situación, muchos medios hacen algo peligrosísimo: presentan a la audiencia los «argumentos» de un lado y del otro, o arman un debate entre alguien a favor y alguien en contra. Esto se conoce como falsa equivalencia, y las buenas prácticas periodísticas lo desaconsejan. Intuitivamente podríamos decir que no se hace daño. Después de todo, que cada uno escuche y tome su decisión. Pero ese formato de debate, valioso para otros ámbitos, es muy confuso y por lo tanto peligroso cuando no tenemos dos posturas de igual valor. Lo que termina ocurriendo es que ambas, la postura científica, basada en evidencias, presentada a la par de la otra, basada en opiniones, parecen igualmente dignas de ser consideradas verdad. Se inventa así una controversia que en realidad no existe. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad: no pueden sumarse a la desinformación dándoles plataforma a posturas peligrosas para la salud pública. Los medios pueden, si quieren, hablar del movimiento antivacunas, porque existe, pero dando información correcta de fuentes confiables. Y dar cuenta del peligro que suponen estos movimientos. La Unión Europea y Estados Unidos registran en 2019 el récord de casos de sarampión de los últimos 20 años. ¿Cómo puede volver una enfermedad que estaba casi controlada y para la que hay una vacuna disponible? Es inadmisible. «

RUBÉOLA

Un chico de siete años, que no había sido vacunado con la triple viral, fue confirmado ayer por la Secretaría de Salud como el primer caso de rubéola en la Ciudad desde 2014, motivando el lanzamiento de un alerta epidemiológica. Mientras se investiga la fuente de infección, se supo que un hermanito presenta una erupción compatible con la enfermedad.
Es el segundo caso de rubéola detectado en el país en 2019. El primero apareció en Córdoba. Los últimos casos endémicos datan de 2009, y desde entonces sólo se registraron cuatro.