Ramiro lo dice con la certeza que le otorga lo vivido: «Yo sé cuándo las ratas están en el lugar donde estoy. Lo siento, es como una pulsión, una cualidad que tenemos los fóbicos.» Técnicamente se le llama surifobia, y es apenas un caso testigo de algo que sufren muchos. Los especialistas sostienen que hay tantas fobias como personas, pero pocas se tratan. Por una mayor difusión y concientización, en los últimos años aumentaron las consultas y las diferentes terapias para ese mundo que, de a poco, deja de ser íntimo y vergonzante.
Sigmund Freud nombró a la fobia en su primera terapia con un niño, el pequeño Hans, en 1909. La neurosis del chico, tras el estudio de su ansiedad de castración y complejo de Edipo, derivó en miedo a los caballos (equinofobia) y la imposibilidad de salir de su casa. Como mecanismo defensivo, la fobia centra en un solo objeto a la angustia dispersa. Los besos, el frío, los términos griegos, los ancianos, las palabras largas, la ropa, el matrimonio, Francia. La lista es interminable y apunta a ese temor irracional, desproporcionado y persistente que se manifiesta cuando uno se expone ante esa representación que angustia y que en la mayoría de los casos se trata de evitar, creándose una falsa seguridad dentro de un espacio delimitado. Los especialistas coinciden: nadie desarrolla una fobia de un día para el otro. No se la trata y el miedo aumenta.
«Hace más de una década que las fobias son los trastornos psicológicos más frecuentes; sin embargo, la gente no suele buscar tratamiento como lo hace con el pánico o el TOC», remarca a Tiempo Adrián Yoris, psicólogo e investigador del Laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias de la Fundación INECO (Instituto de Neurología Cognitiva), donde combinan fármacos con técnicas de psicoterapia cognitiva conductual, individual o grupal. Una vez que el paciente gana confianza, se expone gradualmente a la situación que lo atemoriza. «Sólo un 25% de los casos son fobias únicas», dice Yoris.
Otro tratamiento diferente al exponencial es el imaginario. Con este paradigma comulga el Instituto Gubel. Su director, Carlos Malvezzi, especialista en psicología clínica, relata: «Las fobias existen desde el inicio de la humanidad, pero por mayor difusión y conciencia en los últimos años tuvimos un incremento del 50% en las consultas. En general no se heredan, son aprendidas.» Su método de trabajo se basa en la hipnosis clínica: «En un estado de relajación profundo, guiamos al paciente con imágenes. Si tiene miedo a hablar, lo llevamos al estrado de forma virtual y ahí habla ante mil personas: va entrenando las ‘neuronas espejo’, vivencia la fantasía. El tratamiento dura unos seis meses.» En los últimos años –resalta– creció la amaxofobia («miedo a manejar, sobre todo en mujeres, quizás porque en una sociedad machista los hombres no se atreven a admitirlo»), el temor a volar y la fobia social, que es el tercer trastorno mental más frecuente, después de la depresión y la dependencia alcohólica, y afecta a más del 13% de la población. La edad promedio de inicio de las fobias es entre los 11 y los 15 años. Malvezzi detalla otros casos: «Tuve un académico, titular de cátedra en ciencias duras, que tenía miedo a hablar en público. Me dijo: ‘Es la cuarta vez que me invitan a dar una conferencia en París, piensan que me premian pero yo sufro como un condenado.’ También tuvimos uno con miedo a escribir delante de otros, no podía firmar la venta de su casa frente al escribano.
¿Por qué se producen las fobias? Según el psicólogo clínico Gustavo Bustamante, director de la Fundación Fobia Club, más que lo genético influye una situación traumática (la mordida de un perro, por ejemplo), que «ocurre en la mitad de los casos»; o bien es adquirida por algún «aprendizaje vicario» (la madre habla de su temor a los aviones, el hijo copia y los evita, aunque nunca se haya subido a uno); o es un temor imaginario generado por factores externos: «Con el tsunami en Tailandia en 2004, hubo gente que después no quiso ir al mar, aunque fuera Mar del Plata», revela el experto.
Para el psicoanalista Ricardo Rubinstein, de la Asociación Psicoanalítica Argentina, «una fobia no se resuelve en 12 pasos, eso es algo coyuntural. Podés superar la fobia a los perros, pero mañana vas a la plaza y le temés las palomas. Hay algo de fondo que se trabaja psicoanalíticamente: por qué aparecen los síntomas, qué los generó, tener en cuenta situaciones desencadenantes, externas o internas de la personalidad, su contexto. No focalizo únicamente en los rasgos fóbicos, los incluyo dentro de una estructura. Muchas veces llega alguien que confunde fobia con ataque de pánico.» Para Bustamante, las fobias son más de 7000. Van desde la ablutofobia (miedo a lavarse) hasta la cainolofobia (a la novedad) y la falofobia (a la erección). Quizás haya quien ya no sufra de eufobia (temor a las buenas noticias), y otros tantos ahora tal vez padezcan de xantofobia: el miedo a lo amarillo.  «

«Las amenazas son subjetivas»

«La que más costos genera es la fobia a la sangre y las inyecciones, por las complicaciones que trae a los servicios de salud, desde bioquímica hasta odontología. El paciente evita hacerse estudios o los hace con gran padecimiento», sostiene Adrián Yoris, de INECO. Laura Maffei, directora de Maffei Centro Médico, acota: «Nuestras amenazas son subjetivas. A nivel cerebral, el miedo moviliza la secreción de dos hormonas: adrenalina y cortisol, que operan como facilitadores de la fobia, en un contexto relacionado con la personalidad previa y las experiencias vitales».

Rarísimo, el miedo al 13

«Las fobias son un trastorno de ansiedad caracterizado por un sentimiento de miedo desproporcionado. Si bien suelen asociarse a experiencias traumáticas, su origen tiene que ver mayormente con causas genéticas asociadas a nuestros instintos de supervivencia –como la fobia a los animales o al clima, llamada brontofobia», sostiene la psicóloga Carolina Micha, del Servicio de Juego Terapéutico del Sanatorio de los Arcos y de la Clínica Suizo Argentina. Entre las «fobias más extrañas» menciona «la clinofobia (miedo a irse a dormir); la dismorfofobia (o trastorno de distorsión de la imagen); la fobia esfinteriana (temor a salir de casa por no tener dónde ir al baño o no llegar); la turofobia (miedo al queso); y la trezidavomartiofobia (al número 13).

Sin señal en el celular, una fobia moderna

«Se estima que casi un 30% de las personas padece algún tipo de fobia, ataques de pánico, trastorno obsesivo compulsivo o cuadros de ansiedad», dice Gustavo Bustamante, de la Fundación Fobia Club. «La mitad de los casos tiene un origen traumático», acota. En la entidad trabajan con  tratamientos de un mínimo de diez sesiones, centrados en lo expositivo. «Somos artesanales: si el paciente le tiene miedo a los sapos, armamos todo el set trayendo sapos, de forma gradual, hasta que pueda enfrentarlos. O si teme volar, lo acompañamos en el avión. Cuatro de cada cinco casos tienen solución». Bustamante destaca la aparición de fobias asociadas a la modernidad, como la nomofobia: miedo a no tener señal en el celular.

Una clave: técnicas de relajación

Nicolás Gómez es un abogado penalista de 30 años. Su fobia era a las enfermedades: somatizaba. «Tenía un dolor de panza y pensaba que era gravísimo». A los 21 tuvo su primer ataque de pánico, una noche, solo en casa, con sus padres de vacaciones. Llegó la ambulancia, le dieron un calmante y le recomendaron iniciar terapia. «Me había dejado mi novia –que hoy es mi esposa–, estaba descontrolado, de joda, con mucho estrés de trabajo y en la facultad, en un momento de colapso. Y si encima tenés una personalidad ansiosa, lógicamente tarde o temprano terminás con una crisis de ansiedad.»
Nicolás sugiere técnicas: «Fundamentalmente, manejar y controlar la respiración. Si te da un ataque, tratar de salir de la situación, no ponerse en contra de él, relajarse, y que el ataque suceda, porque esa angustia está latente, el cuerpo lo advierte. Entonces uno aprende a distinguir por qué somatiza en ese momento. A mí, el estrés y la angustia hacían que, en vez de focalizarme en mi problema de fondo, me centrara en el síntoma: si me dolía un dedo, pensaba que tenía un cáncer de dedo». Tras una terapia cognitiva, que involucró desde juegos de rol hasta el uso de almohadones, le dieron el alta. Hace diez meses nació su hija, que también lo ayudó a dejar de pensar tanto en él y en su cuerpo. A relajarse.

De la autoexigencia y la sobreadaptación al trauma

«Podemos encontrar fobias de origen traumático. Si ocurre un desplazamiento de angustia, aquello que despierta la reacción fóbica está relacionado por una compleja cadena asociativa. Especialmente en las fobias situacionales –agorafobias, claustrofobias– hallamos personalidades sumamente autoexigentes, que hasta la aparición de los síntomas eran ‘la persona fuerte de la familia’, que han sido niños sobreexigidos y sobreadaptados. Las fobias suelen desencadenarse a partir de situaciones de duelo, de shock o de un período de gran sobrecarga emocional». Quien habla es Liliana Brafman, licenciada en psicología y psicodramatista, y autora de El libro de las fobias… y de cómo vencer el pánico.

–¿Cuáles son las más extrañas?
–Hay algunas poco habituales pero no menos racionales: la fobia a caminar en determinada dirección, a tragar sólidos, a las telarañas. En una ocasión, coordinando un grupo de pacientes, un integrante nuevo sacó un martillo de su mochila; me alarmé temiendo que fuera a iniciar un episodio violento; pero entonces nos contó que lo había traído para mostrarnos a qué le tenía fobia: a los agujeritos que se le van haciendo a la madera con el tiempo.
–¿Existe un aumento de las fobias a partir del fenómeno del desempleo?
–Quienes temen perder su empleo experimentan un importante cuadro de ansiedad, pero es una ansiedad muy específica, no una fobia, que supone un objeto o situación hacia la que esa fobia va dirigida, y una respuesta emocional desproporcionada a la peligrosidad de tal objeto o situación. Sin embargo, sí es posible que esa angustia acreciente fobias preexistentes.