Señores diputados tan preocupados por la educación.

Señores periodistas que no saben cantar otra canción:

La escuela no es un lugar para practicar la punición, ustedes insisten en confundir justicia con venganza y exigencia con dolor.

Veamos… Primero: no estoy de acuerdo con desconocer que debajo del 4 vienen el 3 y luego el 2 y más atrás el uno. Eso es de negador. El problema no es la calificación, sino la evaluación.

«Eligieron el camino de la mediocridad»

«Ahora en Río Negro da igual un burro que un gran profesor»

Qué fácil hacer ruido y ninguna seria explicación.

Si en la grilla corresponde un 3, entonces será esa la calificación.

Pero lo que resulta significativo no es sentenciar una nota y a dormir (tranquilo o aterrado), sino comprender por qué ese 3 y qué tengo que revisar para aprender o formular de manera pertinente aquello que no pude entender, alcanzar, resolver.

Por ahí, hay que recuperar la tarea de quienes educamos. No se dirime ni en los medios ni en la judicialización. Y menos para obtener mejor votación.

El error debe ser, en forma primordial, en la escuela, fuente de aprendizajes.

Hay quienes quieren interpretar error solo como fuente de sanción.

Pero debemos advertir que es tan nocivo transformar el error solo en fuente de castigo como caer en un estado de «errorismo permanente». Tampoco sirve no animarnos a señalar que así no, que debe ser de otro modo la resolución. No poner un límite de hasta acá llegamos así, también hace borrosa la situación y puede aferrar un estado de impotencia. No contentarnos con quedar patinando en un estado de error permanente. Secuela de un falso progresismo, del «siga, siga, Lamolina».

Para finalizar esta reflexión, a propósito de Clarín, Infobae, C5N y La Nación. Defiendo la exigencia como forma de superación. Pero no esa exigencia que se cocina con el rigor, que debe contemplar dolor.

Con el derecho, se aprende la obligación (y no es viceversa) y eso hay que enseñarlo. No viene dado. Para el común, para la gran mayoría, debe ser presencia y responsabilidad del Estado.

Me parece que no es por dónde ese profesor afirma, «Yo enseñé, él no me siguió». No es con los/las tres que se sientan adelante, solamente.

Es ver cómo hacemos para que si no aprendió, entre varios colaboremos para que pueda llegar. Y eso no es ni fácil ni seguro, es el reto que supone enseñar en este tiempo.

Y esto implica tener claro que la escuela es una institución del derecho. Y eso lo instituye nuestra Ley de Educación Nacional (26.206) del 2006.

Lo que no significa que el derecho es a aprobar. El derecho es a estar en la escuela y a acceder a toda la enseñanza posible, que debe ser cada vez más y mejor.

Derecho y responsabilidad debemos trabajar como una unidad pedagógica.

Exigencia no para hacer de la escuela una pedagogía de la punición como reclaman los nostálgicos de «todo pasado fue mejor», que son patriarcas de la doble moral y se hacen los distraídos, ya que nunca desvisten aquella nostalgia y muestran sus miserias. Solo hacen apología de la idealización. Digamos todo.

Transformemos la exigencia de la hostilidad en una exigencia de la hospitalidad.

Eso significa hacernos cargo (con los demás) de lo que enseñamos y aprendemos. Ni creernos mil ni tercerizar la responsabilidad.

La exigencia de la hospitalidad es un acto deliberado de amor por el otro/a y en especial estar convencido que aquel (que recién llega) puede ser mejor que yo.