«Acá no existían mucho los teléfonos ni las cámaras», dice Eugenia Sánchez, y la foto –la última que conserva de su hijo muerto– se vuelve un tesoro triste, si eso fuera posible. «La verdad es que pasó demasiado tiempo –explica ahora, sin soltar la foto, en referencia a la fecha que fijaron para el juicio– y no fue que murió un animalito, murió un niño. Pero no tomaron eso en consideración. Me hubiera gustado que así como mi hijo falleció injustamente por la irresponsabilidad de alguien que no sabe manejar los venenos que usa en su chacra, se hubiera hecho justicia para que Kily pueda descansar en paz».

Antes de que fuera apenas ‘Kily‘ para todos, sus padres lo llamaron José Carlos Rivero. Tuvo una vida brevísima en Corrientes. Solo cuatro años hasta su muerte espantosa en 2012 por un daño hepático fulminante, culpa de una intoxicación con endosulfán, un insecticida de la familia química de los organoclorados, conocido por ser extremadamente tóxico. Por resolución del SENASA está prohibido en la Argentina desde el 2013.

La muerte de Kily derivó en la imputación por homicidio culposo del productor tomatero Oscar Antonio Candussi, quien será juzgado por un tribunal de Goya el 1 de junio: once años después.

«Nosotros somos de Puerto Viejo, un paraje de Lavalle –comienza Eugenia el relato de su historia–. En 2011 nos mudamos al centro, por la Ruta 27, con mi marido y mis cuatro hijos, enfrente de la casa del intendente de esa época, que es el mismo que está ahora (en referencia a Hugo Perrotta).  En esa casa teníamos animales y armamos nuestro vivero con plantas ornamentales. Nos dividía un alambre de la chacra de Candussi, él producía y sigue produciendo tomates porque siempre estuvo en libertad, no estuvo ningún día preso. Llegamos en febrero y para marzo mi hijo empezó con sangrados en la nariz porque al lado tiraban venenos en los tendaleros de tomates. Yo les pedía que por favor bajaran las cortinas, que pusieran plásticos para que el veneno no pasara, pero ni caso te hacían».

Al sangrado de Kily le siguieron las muertes repentinas del perro, los chanchos y las gallinas. La familia decidió mudarse, pero ya era tarde. A los pocos días, Kily quedó internado en el hospital de Lavalle por dolores insoportables en el estómago que el médico de turno diagnosticó como neumonía. En el hospital de Goya fueron peores: le dijeron a la madre que su hijo estaba así por haber consumido alguna droga.

«Una doctora me aconsejó que lo llevara a Corrientes porque en Goya ni siquiera tenían mascarillas para pasarle oxígeno. En el viaje en la ambulancia ya le costaba respirar y se quejaba mucho. Antes de llegar se desvaneció en mis brazos«.

En el hospital pediátrico Juan Pablo II de la capital provincial le filtraron la sangre y le hicieron estudios de orina que confirmaron que Kily tenía veneno en el cuerpo. Un avión sanitario lo llevó de urgencia al Hospital Garrahan, donde lo primero que le pidieron a los padres fueron estudios de compatibilidad porque Kily necesitaba un transplante de hígado.

«Justo cuando mi marido llegó a Buenos Aires para hacerse la prueba, mi hijo sufrió una muerte cerebral. Me acuerdo que el médico nos dijo que el trasplante no iba a servir de nada porque Kily ya no iba a reaccionar, que iba a ser como tener un vegetal en la casa. Eso fue un jueves. El sábado siguiente se le detuvo el corazón».

Demora y nada de arrepentimiento

Puerto Viejo ya no es el campo despoblado que era en 2012. «Aumentó mucho la cantidad de gente, de casitas, pusieron iluminación en las calles y hasta inauguraron un hospital», enumera Eugenia, quien todavía conserva el vivero, el marido –David– y dos varones adolescentes.

«Tenía cuatro hijos –remarca, de nuevo con la tristeza que retorna, si es que alguna vez se fue–. Mi nena Antonella murió de cáncer en 2021. Se lo descubrieron cuando tenía 15 años. Después de lo de Kily, yo había puesto un merendero en casa, daba la copa de leche y apoyo escolar a los chicos del barrio, pero después de lo de mi hija no lo pude retomar. Es todo muy duro».

En todo este tiempo que Eugenia esperó el juicio –una demora que ella y su familia solo pudieron soportar con tratamiento psicológico– se cruzó varias veces con Canduzzi pero nunca recibió aunque sea una disculpa ni un gesto de arrepentimiento. Por el contrario, sufrió todo tipo de agresiones por parte de sus hijos y abogados. «La esposa del productor fue maestra de mi hijo y fue la única que se comportó», destaca.

«Solo espero –concluye Eugenia– que mi hijo al fin tenga justicia y que el productor reconozca que cometió un error. Ya con eso Kily va a descansar en paz porque por más que le den millones de años de prisión, mi hijo no volverá más».  «

Goya y el primer juicio que investigó un homicidio por agrotóxicos

En diciembre de 2016, el Tribunal Penal de Goya, en Corrientes, tuvo a su cargo el primer juicio por homicidio por uso de agrotóxicos de Argentina.

En aquella oportunidad, el productor tomatero de Lavalle Ricardo Prietto fue absuelto por «insuficiencia de pruebas» del homicidio doloso de Nicolás Arévalo, un niño de cuatro años muerto en 2011 por una intoxicación con endosulfán. En un segundo juicio en 2020, luego del rechazo a la absolución del Supremo Tribunal provincial, Arévalo fue condenado a tres años de prisión condicional por el homicidio culposo de Nicolás y las lesiones graves causadas en su prima Celeste Estévez, de siete años. Tanto Nicolás como Celeste se habían intoxicado mientras jugaban frente a la quinta de Prietto, quien utilizaba el endosulfán para fumigar su producción de tomates. Durante el segundo juicio, el hermano de Nicolás y el padre de Celeste, ambos empleados de Prietto, confirmaron que aplicaban el insecticida sin protección en días de viento y que los envases vacíos se tiraban en la calle.