En forma repentina y dejando a familiares, a su grupo de amigos y los compañeros de trabajos que tuvieron el privilegio de conocerlo en la más honda desolación, murió este miércoles Rubén Levenberg, un gran periodista y un estudioso de la comunicación, además de docente en la Universidad de Buenos Aires, casa donde era profesor.

«Me crié leyendo Clarín, La Opinión, Noticias (el diario), El Mundo y Tía Vicenta. Durante la última dictadura disfruté del refugio de la revista Humor, que tuvo mucha influencia en mi formación periodística. Goethe, Wilde, el inspector Maigret, Marx, Mao, Salgari, Verne, Borges, Cortázar y Bioy Casares se mezclaron anárquicamente en buena parte de mis primeros 20 años de vida. Con ellos, cientos de autores de ciencia ficción», se había definido en su propio blog, que ahora se queda, al igual que una exquisita página en Facebook, sin este cultor de la fina ironía y del sarcasmo más mordaz.

De hecho, su último posteo fue «Me llega una gacetilla titulada: ‘Cómo llevar tu Pyme al Sillicon Valley’. ‘Vendiéndola’, es lo único que se me ocurre».

Había estudiado en la Escuela Industrial Número 1 de Haedo. Luego de pasar por la redacción de Página/12, donde trabajó en la sección Internacionales, últimamente era parte de Socompa, Periodismo de Frontera (www.so-compa.com) un portal cooperativo.

Se especializaba, decía, en «tecnología y en precarización» y recibió el premio Sadosky por su trabajo periodístico.

Era hincha de Vélez Sársfield y amante de los gatos, tal vez otra forma de decir que era un buen tipo.