«La vida que queremos solo puede tener lugar en una Argentina que vuelva a decidir su destino, su presente y su futuro”. La frase pertenece a Cristina Fernández de Kirchner, quien esta semana fue protagonista de varios discursos. De los que llegan, entran con verdades. Con ideas. Y que surge como disparador propio para esa columna que solo pretende ser un cúmulo de reflexiones, justamente, sobre eso, sobre la vida que queremos.

Es tan sencilla dentro de todo, la vida que queremos: cuando hablamos de mayorías, queremos educación para nuestros hijos; posibilidades de trabajo; poder llevar a nuestra casa el sustento como jefes o jefas de hogar; levantar un poco cabeza y salir a una cierta clase media que nos ampare con algunos bienes materiales que todos apetecemos en una sociedad capitalista. No mucho más que eso. Porque, finalmente, la vida que queremos es sencilla, es simple.

Pero la vida que queremos ha sido tremendamente agredida. Porque la vida que queremos no es precisamente la que nos proporcionó el neoliberalismo durante esos cuatro años que estuvo en el gobierno, de ninguna manera. Pero tampoco la vida que queremos es lo que vino después, la pandemia que ha significado un acotamiento podría decirse casi total.

La vida que queremos no es la que propugnan los medios hegemónicos que se lanzan desembozadamente a lo peor y dan vergüenza. Discutir de proyectos y de ideas integradoras es muy difícil para gentes que no las tienen y que solo van por la libertad del mercado, el achicamiento del Estado, los sueños de la gente y con avaricia por los negociados propios. La vida que queremos no es la de esos diarios mafiosos que pretenden reeditar lo que nos sometió en la campaña de 2015, una afrenta a la inteligencia, una vergüenza que no nos cansamos en recordar. Empezaron por el suicidio de Nisman, al que convirtieron en asesinato sin ninguna prueba, con el objeto de ver a una asesina en la presidenta. Cuando empezaba a aflojar el tema, en complicidad con la embajada de los EE UU (gran colaboradora en eso de la vida que no queremos), sacaron lo de las cuentas de 80 millones de dólares de Máximo Kirchner, a medias con Nilda Garré: ni el banco existía, se supo siempre pero recién se hizo público hace unos meses. Hasta que una mañana apareció la falacia de que Axel Kicillof cobraba 400 mil pesos en YPF, algo así como 2,5 millones de dólares en cinco años: pura mentira, pero no les importó y lo impusieron. La vida que queremos es otra, no aquella a la que se llegó el 3 de agosto, días antes de esas elecciones, cuando publicaron en tapa que Aníbal Fernández era “la morsa”, vinculado con la mafia, el ideólogo del triple crimen de la efedrina. Decenas de tapas, programas y zócalos. Una fábula total. Así pergeñaron esa campaña y pretenden hacerlo con esta. Se dedicaron a anular la democracia e impusieron ese gobierno maldito que embruteció a la vida, que empobreció a la gente…

No, de ninguna manera es esa la vida que queremos, la basada en un cúmulo de mentiras, la de esos medios, semejantes mentirosos.

La vida que queremos la tenemos que recuperar. Lo importante es que trabajemos y rememos como los kayakistas que vinieron por el la ley de Humedales, desde Rosario hasta Buenos Aires, remando durante 350 kilómetros. La vamos a tener que remar. No va a haber más remedio. Con mucha pasión y con mucha convicción de que hay caminos completamente distintos al de los gobiernos de las élites. Que no es una posibilidad que haga a esa vida que queremos lo que las élites dominantes quieren. Ya tienen el poder real, pero quieren el poder político para definitivamente dominarnos y hacernos vivir humillados.

Si tenemos conciencia de eso, la vida que queremos puede estar un poco más cerca. La vida que queremos se vivió hasta 2015. No del todo, porque siempre fue capitalismo y el capitalismo jamás permitirá que todos vivamos del mejor modo. Es imposible. Pero se vivió mucho mejor, se multiplicó la clase media, en función de la posibilidad de acceder a ciertos bienes materiales que siempre se habían soñado y jamás logrado. Y se crearon derechos. Y se atendió a los jóvenes. Y se consideró a los discapacitados. Y se jubiló la gente. Y se tuvo en cuenta a todos aquellos que tenían una necesidad del Estado. Se proyectó hacia adentro de la Argentina un mundo ciertamente parecido al que soñamos. Es la vida que queremos: la vivimos hasta 2015 y, mal informados, la destruimos durante cuatro años. Encima, cuando salimos de eso, la vida que queremos nos enfrentó a una respuesta negativa porque se vino encima la pandemia.

Así, neoliberalismo más pandemia nos ha dejado bastante lejos de la vida que queremos. La que queremos todos. Porque no hay vida si a alguien, a uno solo, no le va bien. Si a los demás no les va un poco mejor. Si uno se sube a un taxi y hay una queja. Si uno encuentra a un familiar que perdió un trabajo. Si uno ve a su hijo joven de 25 años buscando changas todos los días, sin encontrar nada. Esa no es la vida que queremos. No lo es sacar a los muchachos de 14 años a trabajar. Para nada lo es. Tampoco que nuestro científico amigo, pariente, conocido, se vaya a trabajar a Oklahoma, porque allá hay un laboratorio que le da trabajo y aquí no hay absolutamente nada y encima desprecian su conocimiento. Queremos otra vida.

Y no nos olvidemos de que la tuvimos, que la hubo hasta 2015. Que fuimos un poco responsables de quitarnos esa vida. No lo hagamos de nuevo. Pensemos bien lo que hay que hacer. Podemos hablar y volver a hablar y hacerlo otra vez de la dichosa foto y del video, pero no caigamos en la trampa –por más que se reitere lo que todos sabemos respecto de lo muy inconveniente de ese episodio– de pensar que por ahí pasa el país, que por ahí pasa la posibilidad de lograr la vida que queremos.

La vida que queremos no tiene nada que ver con los errores de los hombres sino con los aciertos de los que pueden llevar adelante un país. La vida que queremos es la que nos quieren dar, con sus errores, con sus inconvenientes, con sus peleas, con todo lo que se quiera achacar, un gobierno que desde un principio puso justamente en el bienestar de las mayorías, en la justicia, en la solidaridad, en la vida que queremos. Porque, como contrapartida, hay muchos, demasiados, y son enormemente crueles y poderosos, aquellos a los que no les importa un comino la vida que queremos. «