La matriz heterosexual y patriarcal se filtra por los muros y convierte a las mujeres en uno de los colectivos más vulnerables dentro de las cárceles. Requisas vejatorias, falta de asistencia médica, violencia obstétrica y dispositivos de aislamientos encubiertos son, apenas, algunos de los castigos impuestos por la «jerarquía de género».

«La violencia hacia las mujeres se duplica en condiciones de encierro. No tiene que ver sólo con los golpes, como ocurre con los varones, sino también con formas de intromisión en el cuerpo y con cuestiones vinculadas con la salud mental. Por ejemplo, se dice que una mujer está histérica o tiene un brote y entonces con el pretexto de medicarla se la termina dopando, se la aísla, se la castiga», explica Mariana Lauro, coordinadora de equipos sobrevulnerados en prisión de la Procuración Penitenciaria de la Nación.

De acuerdo con los registros oficiales, cerca de 800 mujeres se encuentran cumpliendo una condena en algunos de los establecimientos del Servicio Penitenciario Federal (SPF). De esa población, poco más del 60% está detenida por infracción a la Ley 23.737, es decir, por algún delito vinculado al narcotráfico.

Dentro de las mujeres que alcanzaron una condena firme, el 53% obtuvo una pena que oscila entre los cuatro y cinco años. También resulta importante la cantidad de sentencias hasta cuatro años (31,6 por ciento).

Con respecto a los rangos de edad de las mujeres detenidas, oscilan entre 25 y 44 años, distribuyéndose en los siguientes grupos etarios: el 31% son mujeres entre 35 y 44 años, el 30% son mujeres entre 25 y 34 años, seguido del 21% que son mujeres entre 45 y 54 años.

Al analizar la variable «estado civil», se observa que más de la mitad de la población es soltera, separada/divorciada, sin embargo, la gran mayoría ha sido madre a muy temprana edad y tiene hijos a cargo.

En la Unidad Penitenciaria Nº 31 de mujeres de Ezeiza, las detenidas tienen la posibilidad de compartir con sus hijos menores de cuatro años las unidades carcelarias para fortalecer el vínculo. Sin embargo, la teoría dista mucho de la práctica. «La cárcel –dice Lauro– empeora el vínculo con el hijo porque las mujeres detenidas tienen demasiadas dificultades para construirlo o mantenerlo. El argumento es ‘sos una mala madre, mirá dónde está tu hijo por tu culpa, te lo vamos a sacar’. En vez de que las instituciones pongan en marcha los resortes sociales, se fomenta el carácter represivo a través del hostigamiento y la amenaza. En esas circunstancias es difícil que la mujer sea escuchada y fácil enfocarse en las faltas. Por eso el desvinculo ocurre muy rápido. Un montón de chicos terminaron con medidas de abrigo, en un hogar o en adopción. Para conservar a sus hijos, a las presas se les exigen ciertos estándares que evidentemente no pueden afrontar por falta de recursos. El sistema penal llegó antes que todo lo demás».

La otra manera de desvinculación es a través del abandono de sus parejas. Se ve en Devoto, en Ezeiza o en cualquier penal del país: los días de visita hay largas filas de mujeres cargando bolsas con alimentos y productos de primera necesidad para abastecer a los hombres. También les llevan a sus hijos. En una cárcel de mujeres la escena es distinta. Cuando ellas «caen» en prisión, los hombres dejan de visitarlas, obligando a los chicos a lo mismo.«

Población trans

En los últimos años, se ha verificado un aumento en las detenciones de mujeres trans por causas vinculadas a delitos de drogas. Sin embargo, a través de datos recogidos por el Equipo de Género y Diversidad Sexual se pudo relevar que hasta diciembre de 2015 sólo había 27 mujeres trans alojadas en la Unidad Residencia VI del Complejo Penitenciario Federal.