Madrid tiene un cielo celeste rabiosamente otoñal, y sus calles teñidas por sus hojas amarillas. Madrid es una fiesta, como decía Hemingway de París, en una época. La ciudad tiene millones de visitantes de la propia España que vienen atraídos por las luces de Navidad. La Gran Vía es una fiesta brillante, como lo es la calle Princesa, o Atocha y todos sus cientos de monumentos. O, por caso, estas inigualables tabernas andaluzas, donde este periodista pergeña estas líneas, con mirada frontal al imponente Estadio Santiago Bernabéu, que en pocas horas tendrá la impostura más argenta de toda su historia.

Esta Madrid que, ya sábado de noche, está iluminada como si fuera de día, bellísima, con una actividad propia de lo que es una de las más espléndidas ciudades del planeta. En este reencuentro, tras un par de años, se la ve arregladita, más linda que nunca. Tal vez para sostener a la España una vez más expectante, en posición de gran división, de enorme debate, profundo, enriquecedor, sostenido, recóndito. Aunque decididamente más sólida y asentada que en los tiempos de Rajoy, ahora bajo el gobierno del PSOE, encarnado por Pedro Sánchez. Aun cuando, como en tantos casos, deba hacer coaliciones para poder gobernar, incluso cuando esas negociaciones y pactos hagan flaquear a los gobernantes por lo que deban ceder.

Esta España retratada por Baltasar Garzón, con el que tuvimos una reunión exquisita, de la que se desprende una incipiente y natural preocupación por la avanzada de VOX y su triunfo aterrador en Andalucía. Ese movimiento ultrafascista, extrema derecha que en toda Europa y, ni qué hablar, en América Latina provoca tanto dolor, disgusto, perplejidad. Ya se ve a la derecha, como Cambiemos o el PP, arrastrada a competir en un terreno más pantanoso aun, lo que los obliga a disparates políticos tremendos, en su desprecio por el adversario, el valor de la política y de la democracia.

Esta España que siempre seduce desde tantos puntos de vista, desde ya lo hace desde lo cultural. En estas horas, los teatros y los cines brillan con una actividad intensísima, repletos de argentinos como Eduardo Blanco (hace El Precio) o Jorge Eines (prepara una obra muy futbolera, El Trinche, que contiene la historia de un jugador fabuloso, Tomás Felipe Carlovich). Nos cruzamos también con Jorge Alemán, con Leo Sbaraglia y con tanto argentino que enriquece Madrid.

Esta ciudad que nos recibe, paradójicamente por un hecho muy decepcionante, desencantador, ocurrido en Buenos Aires: el bochorno de la final de la Libertadores, que salvo para los muy fanáticos de Macri y de Rodríguez Larreta, es uno de los baldones más terribles que cayó sobre el fútbol y la propia Argentina. Las autoridades de la Argentina son una vergüenza: se lo quitaron en sus propia narinas, considerándolos unos incapaces de cuarta. Les quitaron un partido que se debía jugar en la Argentina, en River o en donde sea. Tampoco comparto lo que dice Rodolfo D’Onofrio respecto de la responsabilidad de la AFA, que la tiene, pero que no exculpa a la Conmebol. La AFA está bajo el dominio de Daniel Angelici, tan impresentable. Si a D’Onofrio tanto le importaba el partido debió pararse de otro modo ante la Conmebol y no resignarse. Sólo trata de quedar lo mejor parado posible.

Pero en el vientre de todo eso, viaja también la satisfacción de que este River-Boca tenga un escenario de tanto prestigio, tanta historia. He andado mucho alrededor del Bernabéu y a pocas horas del partidazo, el clima se vuelve muy particular, y convierte a una Madrid más porteña que nunca. Mirar el Bernabéu y pensar el partido allí adentro con una multitud vibrante también, por más que resulte sorprendente, termina teniendo su mirada satisfactoria. Un gran escenario para un partido único. No es el que correspondía, pero pone a este clásico aun más en el centro del mundo.

Un River-Boca que llega futbolísticamente como una breva madura. Nunca llegaron tan parejos a un choque entre ellos. Siempre hay uno que está mejor, y normalmente gana el que está peor. Pero esta vez están equilibradísimos. Dos equipos que están como nunca en los últimos años, con una autoestima crecida, muy alta, a partir de los últimos triunfos obtenidos ante los equipos brasileños. Y con dos técnicos que disponen de un material que parece cercano al ideal.

Van a jugar ambos pensándose en ataque. Con jugadores hambrientos de gloria a la vez que enormemente presionados: esta es la peor derrota que en toda su historia tendrá el que caiga, que cargarán los hinchas que deban ver a su equipo perder. Nunca una dolerá tanto. No tendrá límites en el tiempo. Ha desquiciado a la gente. Lo he dicho: el partido no se jugaba por el miedo que todos le tienen a la derrota.

Al fin, un partido de hojas amarillas que nos tiene en Madrid. Un enorme partido, el más grande de la historia del fútbol argentino, que lamentablemente fue llevado a tener un cierre deportivo de espaldas a lo que corresponde. Que se juegue en el Bernabéu no implica que no tengamos un enorme fastidio por el fracaso de la Argentina para organizar una llegada de un ómnibus a un estadio. Pero, finalmente lo tenemos aquí, con la enorme expectativa de que salga un choque fluido como el que ya tuvimos en La Bombonera.

Y que el grito de gol se extienda al fin, aunque parta desde Madrid, y que llegue hasta Núñez o hasta La Boca. «