Gabriel Miremont es diseñador, museólogo y doctor en Historia. Pero, por sobre todo, talló una vanguardia en mostrar, relatar y comunicar el arte y la historia con objetos en museos que son una experiencia en sí mismos. De los Niños de Llullaillaco hasta el Cabildo y el sable de San Martín, nos cuenta de todo en esta nota que invita a musear.

 ¿Ser museólogo es bucear en la historia?

– Ser museólogo es comunicarse con la gente a través de objetos. Armar exposiciones de cuadros, de arqueología, antropología y con eso contar una historia. El museo es el que cuenta una historia, contacta entre las colecciones y el público con un mensaje.

¿Hay un cambio de paradigma en cómo mostrar la historia?

-Está cambiando el paradigma de mostrar la historia porque está cambiando la manera de ver y pensar la historia. La historia es cada vez más rápida, más reciente, y en la manera de contarla… hay un revisionismo histórico, una manera diferente de presentar, –mucho más humana– a los personajes y a los hechos históricos.

– ¿De qué se trata?

– En los museos hay un cambio que tiene que ver con dejar de prestar tanta atención al objeto, si está conservado, bien exhibido, documentado e iluminado para observar más qué le pasa a la gente cuando ve ese objeto, cómo se reacciona ante ese objeto y lo que representa.

 ¿Miremont tiene estilo propio?

-De a poco fui generando un trabajo que tiene mi personalidad. Mis museos tienen dos o tres características. Una de las características es que tienen un sentido, un mensaje, no son lo lindo por lo lindo mismo, sino que con lo lindo te cuento algo. Busco siempre que tenga un mensaje, un sentido distinto en cada exposición que hago. Es un estilo. Esa es otra característica. Trabajo mucho con los blancos para que el color esté en el objeto, para que sea protagónico ese objeto.

 -Quienes siguen tu trabajo saben que sos vanguardia. ¿Te sentís así?

-Bueno, soy uno de los primeros en poner sonido.  Que no sea todo silencio y que te sientas, quizás, incómodo. Hoy las tecnologías son mucho más fáciles y más accesibles, pero hace 25 años era muy complicado poner sonido en las salas. No sé si decir que soy vanguardista, pero si trato de aportar nuevas cosas a la museografía. Que el museo sea una experiencia divertida. Lo solemne no es garantía de cultura ni de aprendizaje. Un museo más informal, más divertido, que le llegue a la gente grande, a la gente joven, es lo que trato de hacer con mi trabajo.

 ¿Se puede contar la historia a partir de un plato, por ejemplo?

 Se puede contar la historia a partir de un plato, se pueden contar un montón de cosas. El plato cuando entra a un museo, no va a volver a ser nunca un objeto para servir masitas o para comer asado. Va a contar lo que yo quiera que cuente. Puede ser la historia de la porcelana. Puede servir para contar sobre decoración y arte, puede servir para contar la técnica en torno de cómo se fabrica un plato o puede servir para contar y evocar a quien fue dueño de ese plato.

 -¿Cuáles fueron los trabajos que más te sorprendieron?

-Me sigue sorprendiendo que después de casi tres décadas alguien me elija para hacer un trabajo. Creo que el museo que más me sorprendió de hacer fue el Museo de Arqueologóa de Alta Montaña en Salta. Me tocó trabajar con personas, porque me cuesta decir “momias”. Eran restos humanos sometidos a una técnica de frío por criocongelamiento. Y ese trabajo fue un desafío al tener que presentar esos restos humanos como personas que tuvieron una vida y los restos humanos como testimonio de esa vida.

 -Hablamos del famosísimo Museo de Arqueología de Alta Montaña salteño donde están los niños de LLullaillaco con todas sus pertenencias. Es muy emocionante. ¿Y más acá en el tiempo?

 Hice museos que me gustaron mucho, pero que quizás no tuvieron mucha difusión como el Museo Nasif Destéfano de Concepción, en Tucumán: Me gustó mucho hacer ese museo de automovilismo. Y entre los últimos, me gustó mucho hacer el de la Casa Natal de Mercedes Sosa en Tucumán, porque lo que había que musear era intangible. Porque La Negra no es ni el bombo ni el poncho, La Negra es voz, música y pensamiento. Y lo que había que contar de ella, lo que había que musear, era justamente qué cantaba y por qué lo cantaba. Y en eso, cantaba su vida. Otro museo que me marcó mucho fue el Museo del Holocausto de Buenos Aires. Un museo que intentaba ir más allá de contar el horror, el horror es casi indescriptible pero lamentablemente se puede contar. El concepto que me gustó trabajar fue no solamente el relato de lo sufrido por el pueblo judío, el genocidio, qué significó para el pueblo judío y para todos los que fueron perseguidos y eliminados por el régimen nazi, sino otro eje del desafío de este museo fue que también podemos aprender- ¡Y debemos aprender! Sabemos todo lo que pasó, sabemos todo el dolor y todo el horror, pero el desafío de este museo fue alertar con lo que pasó, generar una conciencia de lectura del presente en base a esa experiencia horrible del pasado para que no vuelva a pasar algo similar.

-¿Vos elegís el museo?

 Uno no puede elegir. Me gustó hacer el Cabildo porque de chiquitito lo dibujaba en un cuaderno y me parecía increíble tener la suerte, la responsabilidad de rediseñar el Cabildo para los festejos del Bicentenario del 2010.

– ¿Qué es lo que más te cuesta de tu trabajo?

-Mi mayor aprendizaje fue dejar, soltar. Diseñás, imaginás, pensás, dibujás, construís con un equipo de gente esos museos, le ponés un sentido, un mensaje y después hay que soltarlos, después vendrá alguien que los gestione, que los dirija… Pero sí, una de las cosas que más me costó y tuve que aprender fue a soltar. Me dije, bueno…yo lo diseño, yo lo hago, lo pongo en marcha y ahora es de ustedes. Es como un traje, después lo usás como querés. Pero es un aprendizaje soltar y decir esto ya no me pertenece, es de esta comunidad y ellos lo van a usar como quieran.

-¿Por qué decís “es de la comunidad”?

–  Porque los museos están al servicio de la comunidad. Dónde están, hay como una escala. Nada hace que un objeto en sí mismo, esté destinado a ir a parar a un Museo. Ni por lindo ni por feo, ni por barato ni por caro, ni por nuevo ni por viejo, ni por raro ni por común, nada, nada de un objeto… Y todo es museable. Todo puede ir a parar a un museo, pero después es la sociedad, es el lugar donde está ese museo, donde ese museo vive, donde todos los días abre sus puertas, esa sociedad es la que elige qué objetos guardar y cuáles mostrar. Nosotros elegimos de representar, presentar y simbolizar todo lo que significa San Martín en un objeto tan importante como es el sable, donde se resume un pensamiento, un trabajo, una vida. Y quizás, en otra sociedad, ese sable no significa tanto como aquí. Lo que cada sociedad, cada pueblo, elije preservar y presentar en sus museos, habla de esa sociedad misma.

-¿Se visitan mucho los museos hoy en día?

– Los museos son máquinas de comunicar, máquinas de presentar. La sociedad se presenta a través de sus objetos y cuenta un relato. Los museos también son un entretenimiento cultural y son más bien, turismo cultural. Una de las cosas que va cambiando es que el museo es visitado. Quizás, uno va a visitar más museos cuando viaja que cuando planea hacer algo en su propia ciudad. Pero, a veces, no tenemos en cuenta que podemos entretenernos con cultura, entretenernos yendo a un museo y compartir un momento entre amigos o en familia en un museo. De a poco eso va cambiando. Y los museos son parte de la oferta cultural y turística de una ciudad o de un pueblo.

 -¿Qué le dirías a alguien que quiere estudiar museología?

– Que la museología que es un espacio donde se combinan un montón de cosas, como documentar una pieza, investigar, cosas que tienen que ver con la historia, con el arte, con la creatividad, con cómo armar ese espacio para el encuentro entre los objetos y las personas. Es una carrera que tiene un montón de ramas, es un espacio muy amplio, va desde la investigación tal vez muy solitaria hasta el trabajo colectivo de armar una exposición, de comunicarla, de guiarla y compartirla con el público, con las familias, con los chicos, con los grandes. Al menos a mí me hizo muy, muy feliz. Yo primero estudié diseño gráfico y después estudié museología y después me doctoré en historia. Y la museología es una combinación de arte, historia, creatividad y sobre todo la comunicación, porque hay muchas cosas para compartir y decir. Ese es el mundo de la museología.

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