En épocas de mundiales y logros planetarios, acaba de conocerse que la Argentina ostenta otro título, aunque en éste caso desearíamos no tenerlo: nuestros peces del río Salado marcaron una contaminación por agrotóxicos que es récord mundial.

Bajo el título Cócteles de residuos de plaguicidas en Prochilodus lineatus peces del río Salado (América del Sur): Primer registro de altas concentraciones, el trabajo recientemente publicado en la revista de divulgación científica Science of the Total Environment, y al que tuvo acceso Tiempo, demuestra que los sábalos del tramo interior del río Salado de la provincia de Santa Fe, desde San Justo hasta su desembocadura, están contaminados por nueve biocidas en músculos y vísceras con valores máximos que en algunos casos superan ampliamente la ingesta diaria admisible (IDA).

Los peces mostraron concentraciones muy altas (las máximas detectadas) de cipermetrina (insecticida), glifosato y su producto de degradación (ácido aminometilfosfónico, AMPA), glufosinato de amonio y piraclostrobina (fungicida). Suenan a palabras raras, pero con un denominador: veneno para cualquier animal que los consuma.

Todos los sábalos analizados presentaron múltiples residuos de plaguicidas (cuatro herbicidas más un producto de degradación, tres insecticidas y un fungicida). Para los herbicidas glifosato y su metabolito AMPA (encontrados en el 100% de los peces muestreados) y glufosinato de amonio, hallado en la mitad de las muestras recogidas, llega a ser el récord mundial de concentraciones halladas en organismos de la biota acuática. También se detectó piraclostrobina, un fungicida ampliamente utilizado para aumentar la cosecha y productividad en los cultivos de soja, predominante en toda esa región santafesina.

El texto destaca que las muestras fueron adquiridas a pescadores locales, ubicados en los mismos sitios donde se recolectaron los sedimentos. Es decir, estos sábalos estaban a la venta para consumo humano.

“El objetivo de este estudio fue evaluar la presencia de plaguicidas en muestras de sedimentos y tejidos de Prochilodus lineatus durante un período estival en diferentes sitios del curso bajo de la cuenca del río Salado. Esta especie es abundante en el área de estudio, rasgo poblacional que permite la comparación entre diferentes sitios puntuales” señala el trabajo, del que participaron los investigadores Rafael Lajmanovich, María Repetti, Ana Cuzziol Boccionia, Melina Michlig, Luisina Demonteb, Andrés Attademoa y Paola Peltzera.

Pueblos sabaleros

El equipo recolectó sedimentos de cinco sitios distribuidos en el río Salado: el puente cercano a la ciudad de San Justo; la costa ribereña de Villa Georgina, cerca de la ciudad de Esperanza; la costa campestre “Los Molinos”, cerca de la ciudad de Santa Fe; la playa municipal de Santo Tomé y el río Santa Fe en su confluencia con el Salado.

En su página web, la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca señala al sábalo como el recurso pesquero más abundante en la Cuenca del Plata, indicando que “su comercialización se efectúa en fresco, congelado y ahumado; además de utilizárselo para extracción de aceite y harina de pescado usada en forraje para ganado”. El sábalo se consume en nuestro país y es exportado a los mercados de Brasil, Bolivia y Colombia, entre otros países. 

Rafael Lajmanovich es investigador principal del Conicet y profesor titular en la cátedra de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Desde hace 25 años analiza los efectos de los agroquímicos sobre la fauna silvestre. Sus estudios (el último comprobó la contaminación que genera en el ambiente la conjunción de glifosato y glufosinato de amonio, originando un nuevo compuesto tóxico), se basan en el análisis de anfibios, categoría utilizada a nivel mundial dado que sus organismos presentan un desarrollo embrional similar al de los vertebrados, incluidos los humanos.

“Los niveles más altos del mundo de herbicidas polares se registraron en el músculo de los peces. Los resultados resaltan la necesidad de un monitoreo periódico debido a la alta concentración de plaguicidas y su potencial riesgo en un pez comercial de agua dulce muy importante de Argentina, que se consume localmente y se exporta a otros países para consumo humano”, señala Lajmanovich en el trabajo publicado.

Foto: Jean Francois Monier / AFP

Alerta agrotóxicos

Si bien no existe legislación en cuanto al nivel permitido de componentes químicos en las cuencas de los ríos, no es la primera vez que los científicos advierten sobre la necesidad de un seguimiento exhaustivo y continuo de los desechos agrícolas que pueden detectarse en agua, sedimentos y tejidos de los peces. En 2020, la alarma se disparó por las denuncias de la masiva mortandad de peces en el río Salado. A principios de 2021, un trabajo encargado por la Procuración General de la Corte Suprema de Justicia santafesina, del que también participó Lajmanovich, detectó rastros de 2,4-D (herbicida) y clorpirifos (insecticida neurotóxico de amplio espectro) en los peces analizados. Estudios previos, como los realizados en 2016 por el doctor Damián Marino y la Dra. Alicia Ronco de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) detectaron niveles de glifosato similares a los de los campos destinados al cultivo de soja.

Los investigadores señalan, además, que la contaminación en los ríos carece de evaluaciones bioéticas y avales científicos multidisciplinarios. “Las concentraciones de herbicidas detectadas en el estudio son los valores más altos registrados en el mundo. Reflejan un grado de contaminación que provoca un aumento significativo de los efectos nocivos para la salud de los peces por la presencia simultánea de plaguicidas en dosis subletales y, además, puede suponer un grave riesgo para toda la fauna acuática y la salud humana”, advierte el informe. Y concluye que, como primera medida de mitigación, existe una necesidad urgente de aumentar la distancia de los cultivos modificados genéticamente dependientes de plaguicidas respecto a los ecosistemas acuáticos, o la aplicación de la agroecología libre de plaguicidas; como también mejorar la evaluación del riesgo ambiental, en particular de los organismos acuáticos.

Cáncer y agroquímicos en el agua

Misma zona. Mismo peligro. Un equipo de investigadores e investigadoras de seis universidades nacionales de la Región Centro estudia la relación entre aguas con arsénico, agrotóxicos y cáncer. Según sus análisis, la mortalidad por cáncer en las provincias de Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe se ubica por encima de la media nacional, lo que coincide con la geografía de tierras sembradas en las que emplean gran cantidad de agrotóxicos, cuya concentración está presente en el agua. Sostienen que si bien esta evidencia no es suficiente para establecer una causalidad, es posible “señalar una correlación positiva” entre estos tres factores.

Alejandro Oliva, responsable del Programa de Medio Ambiente y Salud de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) contó que, intentando analizar causas de la suba de casos de cáncer, vieron dos variables centrales: «por un lado, las superficies sembradas que durante la última década se han incrementado muchísimo y de ahí el uso de agroquímicos; y, por otro lado, advertimos una alta concentración de arsénico en el agua. Un elemento que también puede provocar cáncer y otras enfermedades”.

Un combo letal

El glifosato y el glufosinato son dos de los más utilizados en el país. Su combinación, demostraron, es letal. En 2017 se registró un consumo de 196.008.03 toneladas de plaguicidas, de las cuales el 93,7 % fue glifosato, herbicida esencial del modelo de monocultivo cuyo ingreso a nuestro país fue cuestionado por gran parte de la comunidad científica: el expediente se aprobó a partir de un trámite exprés basado en los análisis de inocuidad del químico, presentados por la multinacional que lo comercializa: Bayer- Monsanto.

El glufosinato, prohibido en la Unión Europea, es cada vez más utilizado en Argentina, sobre todo a partir de la aprobación del trigo transgénico, el HB4 desarrollado por Bioceres.