Este martes se realizó una nueva audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención conocidos como Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. Esta semana fue el turno de los testimonios María Raquel y Mariano Camps Pargas, Washington Rodríguez y Felipe Favazza.

La primera en prestar testimonio fue María Raquel Camps Pargas, quien es hija de Alberto Camps (uno de los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew) y Rosa María Pargas. Se conocieron en el penal de Rawson, donde estaban detenidos como presos políticos. Tras ser liberados, se fueron del país pero volvieron de forma clandestina a Lomas de Zamora en 1976. El 16 de agosto de 1977 Rosa fue secuestrada, intentó tomar la pastilla de cianuro pero la salvaron y fue detenida.

«Bajan la casa a balazos. Hieren a mi papá, casi de muerte, yo me salvo porque mi papá me pone a resguardo adentro del baño (tenía 11 meses de vida). Se lo llevaron al hospital Gandulfo, donde lo intentan revivir pero no pueden. Piden un traslado a otro hospital pero no llega”, contó Raquel, al tiempo que aclaró que fue enterrado en una fosa común. Sus restos fueron identificados en 2001.

Su madre fue llevada al centro clandestino El Vesubio. “Supe que había estado unos días en el Pozo de Quilmes. Nunca más supimos de ella ni pudimos recuperar sus restos. Todavía estamos aguardando”, relató.

Ella y su hermano (Mariano) fueron entregados a los abuelos paternos, tras un paso por el Hogar El Alba. “No hay registros míos”, aclaró.

“Yo, como hija, viví en la familia paterna, que estaba totalmente destrozada. No había ni siquiera fotos. Yo entiendo que era doloroso y había miedo. Pasé mi infancia casi sin saber lo que nos había pasado. Nos explicaban que habían muerto en un accidente de tránsito. Fue difícil no saber, hasta que en algún momento esa verdad te llega. Siendo adolescente empecé a reconstruir la historia de mis padres, para saber por qué me llamaba María Raquel Camps Pargas. Fue a partir del recuerdo de otros”, reflexionó. “Fue muy doloroso porque fue de a poco, recién a los 20 pude llegar un poquito a la verdad. Robaba cartas y fotos en la casa de mi abuela. Tuvimos que andar por muchos lugares y conocer espacios como los centros clandestinos para acercarnos un poco a su último lugar. Caminamos todo eso, muchas veces, solos”, apuntó.

«Tengo vivo el recuerdo»

Mariano, su hermano, fue el siguiente en declarar. “Con mi mamá salimos en bicicleta, por la calle Beltrán, rumbo al club y antes de llegar a la esquina, nos abordan y nos tiran de la bicicleta. Yo consigo cruzar la calle y cuando me doy vuelta, veo cómo a mi mamá le están saltando en el estómago y le pegaban. Tenía 3 años, pero tengo vivo el recuerdo”, precisó respecto del momento del secuestro. “Alguien me agarra y me lleva hasta un auto estacionado sobre la calle Sixto Fernández y me sube al asiento derecho trasero. Escucho que se abre el baúl y ruidos”, contó, y explicó que fue trasladado al hogar El Alba, donde estaba con su hermana.

También brindó detalles de la muerte de su padre y contó que dialogó con la médica que lo atendió en ese momento y le explicó que los militares “lo querían vivo” pero ella “no tenía las herramientas para salvarlo”.

El sobreviviente uruguayo Washington Rodríguez fue el tercer testigo de esta audiencia virtual. Contó que fue secuestrado cuando estaba con su hijo paseando una perra. “Siento unos gritos y veo venir a ocho personas, armadas, que me piden que me tire al suelo. Cuando llegan, me golpean y mi hijo intenta correr a la perrita, que se asustó, lo patearon, lo tiraron al suelo y le pusieron un arma en la cabeza. Él pedía, muy asustado, que no lo mataran”, relató. Fueron llevados nuevamente a su casa, donde ya estaban los represores revolviendo y rompiendo todo. Las tres hijas estaban allí y ante el reclamo de una de ellas, uno de los represores propuso violar a la mayor (12 años). “No se animaron”, aseguró Rodríguez.

Esposado y encapuchado, fue trasladado al Pozo de Quilmes. “Apenas entran, me desvisten, me tiran en un cuadrilátero en el suelo y me empiezan a torturar con picana eléctrica”, contó, y aclaró que le dieron un descanso porque “al parecer había un médico”. “Cuando dio la orden de seguir, me mojaron y después fue terrible. No pude aguantar el sufrimiento y me desmayé. Me desperté en un calabozo”, apuntó.

Contó que llevaban grupos de uruguayos que estaban secuestrados en Banfield y “llegaban muy mal”. Y señaló, en sintonía con otros testimonios, que eran entrevistados por uruguayos.

El cuarto testigo fue el sobreviviente Felipe Favazza, quien vivía en Temperley y trabajaba en la planta de Chrysler de Monte Chingolo cuando el 13 de septiembre de 1977 con un altavoz le ordenaron salir de la casa, minutos antes de la medianoche, con las manos en alto. “Fueron a buscar a mi hermano. Nos llevan al Pozo de Quilmes, lo supimos mucho después”, precisó. Su hermano Domingo ya declaró en este juicio.

Comentó que el “interrogatorio fue bastante bravo” y lo golpearon con un cañón de una metralleta. “Me preguntaron dónde tenía los fierros y me pidieron nombres, pero yo no me acordaba nada”, relató, para dar luego detalles de lo que fue el cautiverio y las torturas que ejecutaban los represores: picana, submarino, bañera. Estuvo dos veces en Quilmes. “Estuvimos hasta mediados de octubre o más”, estimó. Luego, fueron trasladados al Pozo de Banfield. “Estuvimos tres horas, muy poco. Nos interrogan un poco y nos meten en un calabozo con una lamparita que era chiquito y cerrado”, explicó.

También pasó por Valentín Alsina, donde estuvo hasta fines de diciembre, y a principios de enero fueron trasladados a la novena de La Plata, donde estuvieron dos o tres días. “Una mañana nos vienen a buscar dos policías de civil, nos llevan hasta La Plata y después hasta Constitución. Mi hermano y yo esposados entre medio de la gente común”, recordó. Los llevaron a la Alcaldía y el 3 de febrero de 1978 los sacaron del país, su destino era Italia. “No queríamos irnos, no entendíamos qué hicimos para que nos expulsaran”, expresó con la voz quebrada.