Alguien que, en el mejor momento de aprender, me enseñó capítulos fundamentales del oficio periodístico se resiste todavía a la calificación de Maestro. Basta que alguno lo titule de ese modo para que, irónico, y casi al borde de la ofensa, responda: ¡Más maestro será usted! Como si el tiempo no hubiera pasado, hoy y siempre, gracias, maestro Santiago Senén González.

Maestras y maestros, pichones de Sarmiento y Alberdi, herederos de Paul Groussac y Miguel Cané, seguidores de Pizzurno y Joaquín V. González, beneficiarios de Paulo Freire, María Elena Walsh y Quino, atención que es 11 de septiembre y feriado doble: día del maestro y domingo.

Tendrán asueto los paros y los muchos palos recibidos en las movilizaciones. Padres y madres del aula y también de la salita rosa, de la escuela recién construida, del edificio que da pena como está y de los jardines de infantes que alguien se olvidó de terminar: hoy es el día. No debe ser fácil ser maestra/maestro en los tiempos del cortar y pegar, de los tutoriales, de las fotocopias, del Rincón del Vago, de las aulas-container, de profesores desbordados de trabajos y siempre escasos de mangos.

Seños y profes, artífices del cuaderno de comunicaciones, artistas de la tiza sobre el pizarrón, dicentes, docentes, decentes; maestros de vocación, maestros de maestros, derrotados permanentes en los torneos magistrales del reconocimiento salarial, festejen los que llevan un aula en el corazón. Titulares y suplentes, todos duchos en postergaciones, pasen al frente y celebren también profesores taxis, maestros ciruela, masters, teachers, magisters, maestrulis. Y ahora, todos, sin copiarse, saquen una hoja.

Perito, diestro, pedagogo, sabio, idóneo, experto, catedrático, consejero –algunas de las formas posibles de nombrar de decirle a un maestro, según los mataburros más ilustrados- aunque sea por hoy, celebren. Pensando, por ejemplo, en los maestros rurales, en los maestros de frontera, esos que dan todo a cambio del servicio de enseñar. Maestros del corazón, maestros de la vida, maestros que eligieron pasar por alto la lección del día y reemplazarla por cualquier clase especial de derechos y de humanos. Y en este aniversario de jornada completa en la que le pasamos lista a los maestros con título habilitante, también recordamos a los maestros sin título. O sea, a los troesmas; maestros panaderos, maestras de la aguja y la tijera, maestros mayores de obras y tantos otros magisterios imprescindibles. Hora libre, recreo adelantado, permiso de ratearse para ustedes.

Maestro

En esta fecha también pensamos en algunos maestros que por desconfiar de nuestras palabras únicamente demandaban silencio. Y cuanto ruido era capaz de hacer la exigencia de que nos calláramos la boca. Los que nos preferían mudos fueron los mismos que miraban torcido nuestros juegos, achataban nuestra imaginación y decretaban que eso no se hace, que eso no se toca, que eso no se dice. A los que solo les importaba que escribiéramos con letra redonda y prolija los cancelo en un abrir y cerrar de cuaderno Rivadavia de tapa dura. En cambio, reivindico a los maestros alquimistas, los que de lo peor nuestro supieron descubrir lo mejor de cada uno, hasta volvernos discípulos. Esos son verdaderamente inolvidables, en este día y en cualquier otro día del año también.

Me considero una persona privilegiada. Tuve, y todavía tengo muchos modelos de maestras y maestros – espejos en los que mirarme. Y cuando no los tengo, los busco hasta encontrarlos. Ellos me confirman el encanto de la enseñanza y del aprendizaje. Y gracias también a los maestros involuntarios (esos que jamás sospecharon lo providencial que fue cruzarse con ellos). Hoy les toca a ustedes tararear el himno a Sarmiento, buscar el significado de la enigmática palabra loor, levantar la mano para ir al baño, convertirse en los abanderados del acto escolar, poder enchastrarse el guardapolvo y compartir el chiste que nos haga reír a todos.

Los auténticos maestros son aquellos que nos ayudaron a mirar más lejos y a descubrir del mundo que nos rodea sus costados más insondables. Maestro es el que se equivoca y lo reconoce, el que mete la pata y no vacila en pedir disculpas. Ser docente significa aceptar el desánimo de una actividad en eterna situación de crisis y precarización. La marcha escolar, esa que deberíamos saber todos, afirma que don Domingo Faustino de San Juan luchó con la espada, con la pluma y con la palabra. La lucha permanente de los maestros les exige espadear con la paritaria.

Señor director, señora vicedirectora, señorita maestra, señor Inspector, a ustedes me dirijo. A los que nos admitieron soñadores; a los que nos toleraron la fantasía; a los que nos alentaron la creación; a los que nos autorizaron el divague y la diversión; a los que nos prepararon primero para entender las dificultades de la vida y no tanto la regla de tres compuesta; a los que nos enseñaron más los principios de la libertad antes que los finales del miedo.

Muchas felicidades en su día.