Elvira Torres no se imagina cómo sería hoy su hijo Cristian Gómez. Lo recuerda desde que se levanta hasta que se acuesta con la edad congelada en los 25, cuando lo fusiló el policía Juan de Dios Velaztiqui. También disparó y mató a sus amigos Maximiliano Tasca y Adrián Matassa. Fue el 29 de diciembre del convulsionado 2001, en Floresta. “Hoy mi hijo tendría 44 años. No me imagino cómo sería. Es muy movilizador decir ‘pasaron 20 años’. Da un poco de escalofríos. Es triste que hayan pasado 20 años y lamentablemente la policía siga operando de la misma manera”, dice Elvira en un día cargado de actividades y homenajes para recordar la Masacre de Floresta, convertida en emblema de la lucha contra la violencia institucional y policial.

“Nunca generalizamos: siembre hablamos de buenos y malos policías”, aclara la mamá de Cristian. Pero enfatiza que la fuerza policial necesita un cambio en la educación y el control de sus integrantes. “Nuestro caso sentó precedente. Fue el primer uniformado condenado a perpetua”, remarca Elvira, una de las fundadoras de la asociación Madres del Dolor junto a Silvia Irigaray, mamá de Maximiliano.

El reciente caso de Lucas González, asesinado por policías de la Ciudad cuando salía de jugar al fútbol en Barracas, fue un triste déjà vu para quienes llevan años batallando contra la violencia institucional y policial. “Me agarró piel de gallina cuando veía cómo hacían la reconstrucción. Me movilizó mucho. Fue muy similar a lo que pasó con los chicos: a ellos les plantaron un cuchillo, a Lucas le plantaron un revólver. Es el modus operandi de algunos policías. Eso es lo que no cambió”.

Tras un homenaje el lunes último en el club All Boys, este miércoles se inaugurarán una baldosa con los nombres de las víctimas en Gaona y Bahía Blanca, a las 17. Luego habrá una caminata hasta la iglesia a las 19, con una misa por los chicos y una marcha de antorchas hasta Gaona y Gualeguaychú, para inaugurar un mural colectivo a las 20. El cierre será musical. “Como tiene que ser –dice Elvira- Cristian tocaba el bajo en una banda que sigue sonando, La Gaucha”.

La mujer destaca que “como Floresta no hay otro barrio igual. El acompañamiento que hicieron desde el primer momento hasta ahora. Después de 20 años, siguen generando cosas por la memoria de los chicos. Los papis no los vamos a olvidar, me levanto y me acuesto con Cristian en mi cabeza. Es el motor que me impulsa a seguir funcionando. Pero que la gente del barrio, la Asamblea de Floresta, los vecinos, distintos colectivos sigan estando, es maravilloso. A los chicos los tomaron como hijos y a nosotros como ‘las mamis de Floresta’ y nos miman continuamente”.

“Tiene que haber un cambio en la educación y los controles psicofísicos en las fuerzas. Para que sean aptos para el hacer de la fuerza policial, y en Gendarmería, Prefectura, para que puedan portar un arma. Y obviamente como dijo el Presidente en el acto del 19 de diciembre en Casa Rosada por las víctimas de 2001, se comprometió junto con Derechos Humanos a estar y acompañar a todas las víctimas e incorporó a los tres chicos fusilados en Floresta a las víctimas del 19 y 20 de diciembre. Porque fue consecuencia directa de eso”, analiza Elvira. Y cierra: “Eso pediría: más acompañamiento, más controles, educación. Silvia va y da charlas a los cadetes que están por salir a la calle, contándole nuestro dolor. Para que se pongan en el lugar del otro”.

Maximiliano, Cristian y Adrián fueron fusilados el 29 de diciembre de 2001, cuando el policía Juan de Dios Velaztiqui –a cargo de la custodia de una estación de servicio– les disparó con su arma reglamentaria. Los amigos estaban tomando algo y charlando sobre las movilizaciones y la represión en Plaza de Mayo. El policía los escuchó, sacó su arma y les disparó.

En 2003, el Tribunal Oral en lo Criminal N° 13 lo condenó a 25 años de cárcel por el triple homicidio calificado por alevosía. Por primera vez, un policía de la Federal recibía una pena perpetua por un caso de violencia institucional. Para lograr la reconstrucción y la condena, hubo un testimonio que fue clave: el de Sandra Bravo, quien trabajaba como empleada del maxikiosco de Gaona y Bahía Blanca. “¿¡Por qué me mataste a los chicos si no te habían hecho nada?!”, le gritó en el momento la mujer, tal como contaría luego en el juicio. El asesino intentó montar una escena, movió los cuerpos y les plantó un cuchillo. No le alcanzó para evadir a la justicia.