«A los 12 años llegué con mi mamá y seis hermanos a Ciudad Oculta. Nos habían desalojado de nuestro departamento. Antes dormimos en plazas, en el hall del club Glorias, hasta que una noche entramos a un baldío y los borrachos intentaron violar a mi hermana de 10 años. Tuvimos que escapar y perdimos toda la ropa», el recuerdo es patrimonio histórico de Alejandro «El Pitufo» Salvatierra, dirigente villero y peronista que permanece privado de su libertad desde el 21 de junio pasado por orden del juez Claudio Bonadio. Ese día, Pitu fue detenido en un control policial con marihuana y cocaína para consumo personal. Ahora está preso en el Módulo de Ingreso de la cárcel de Ezeiza, uno de los más peligrosos del país.

El miércoles pasado, el referente del Movimiento Villero Padre Mugica recibió la visita del diputado nacional Leonardo Grosso y otros dirigentes del Movimiento Evita, que se preocuparon por la situación que atraviesa. «Vinimos a reclamar que lo trasladen al Centro de Rehabilitación de Drogadependencia que funciona aquí adentro», señaló Grosso, vicepresidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara Baja. Sin embargo, fuentes penitenciarias reconocieron a Tiempo –único medio en ingresar al penal– que en el CRD hay sólo 24 cupos y ya están cubiertos. «Hay lista de espera», señalaron  los voceros.  

Hasta que pueda quererse solo

«Lo que al adicto lo convierte precisamente en adicto no es el consumo de drogas ni el comportamiento que se pueda llegar a tener, sino una enfermedad. Una enfermedad que te hará terminar en los mismos lugares: hospitales, cárceles o cementerios», dice el poeta Pablo Ramos en su libro Hasta que puedas quererte solo. 

El Pitu sabe que está enfermo. No lo niega. Entre bizcochitos agridulces, cuenta que a los 11 se quedó en la calle. Que a los 14 probó la cocaína. Que la primera casa la compró a los 18 con la plata de un robo. Que conocía el módulo donde ahora está detenido de su condena anterior, cuando era «el que no soy ahora».

«La pasta base –suelta entre lágrimas– te chupa el cerebro. Llegan las 6 de la tarde y querés vomitar porque no tenés esa porquería. Estás tenso, transpirás seco. Hacía frío y transpiraba. Estaba en una reunión y esperaba ir al auto porque ahí tenía la pipa».

De lunes a lunes, por las noches, subía a la terraza de su casa de Ciudad Oculta. Lo arrastraba la culpa. «Pensaba en todos los pibes que quedaron en el camino. Cuando éramos chicos, parábamos 18 pibes en la misma esquina. Sólo quedo yo. Viví en la calle, robé, estuve mucho tiempo en cana. Cuando la vida es tan dura –confiesa–, y comienzan a pasarte cosas buenas, esperás el palo. No crees que sea tuyo».

Pitu fumaba pasta base y lloraba. Sabía que se estaba derrumbando. Se acostaba a las 6 de la mañana y dormía hasta las diez. Se levantaba, se bañaba y salía a militar, hasta las 6 de la tarde, cuando los demonios llamaban desde la pipa. 

Hoy lo atraviesan dos duelos. Al del padre muerto en un tiroteo se sumó la tristeza de ser testigo del cambio de paradigma político en Argentina. «Ver cómo se derrumban las conquistas sociales en los barrios terminó de deprimirme. En pleno brote de dengue se llevaban los camiones sanitarios».

–¿Sentís que la detención es política?

–Sí. O al menos es injusta. Que a un pibe que tiene problemas de adicciones, y lo encuentran con la cantidad de droga que me encontraron, lo metan en la cárcel, es injusto. Cada paso que da el juzgado ratifica mi declaración indagatoria. En el allanamiento encontraron «tucas» en los lugares que les dije que estaban; las quisieron pesar, pero no pesaban nada.

–¿Cómo es la convivencia con el resto de la población? 

–Difícil. El único tipo que está preso en Argentina con nueve gramos de marihuana y tres gramos de cocaína, soy yo. No encuentro otro caso. Hablo con los guardias del Servicio Penitenciario, me miran y me dicen: «Ya tendrías que haberte ido».

–¿En qué se basa Bonadio para tenerte tras las rejas?

–Se basa en que estuve prófugo en 1998. Pero el argumento de la fuga o el entorpecimiento de la investigación refiere a una persona que ya no existe. Tengo trabajo, tengo familia, pasé por tres tratamientos de adicciones. Recibieron los informes del Cenareso, los informes de mi psicóloga durante el último año. Tuve el proceso más largo de mi vida de descontaminación que fue el último año. Sin embargo, sigo en un lugar que estuve cuando robé, pero esta vez sin cometer ningún delito. Desde 2003, que caí preso y pagué la condena, no volví a cometer ningún delito. Los argumentos que ponen para negarme la excarcelación hablan de una persona que ya no soy.

–¿Qué pasó el fin de semana de tu captura?

–Fue un fin de semana que me la pegué por cuestiones personales. Era el Día el Padre y yo nunca lo festejé. Porque mi viejo siempre estuvo preso y lo mataron en un robo. Siempre fueron tristes para mí. Terminé cayendo en esa porquería otra vez. Pero no robé ni maté ni violé. Y estoy acá de nuevo. Mi adicción no es un delito, es una enfermedad. 

–De no ser militante peronista y villero, ¿estarías acá?

–No les hubiese servido de nada. Todas las señales dicen que esto es político. Te repito, lo siento injusto. Sin Dios no hay justicia, sin justicia no hay ley, sin ley no hay pueblo y sin pueblo no hay Estado. Están quebrantando la ley. Lo único que hace la cárcel es hacer peores a las personas. Esta dañándome psicológicamente. En la cárcel mueren pibes todos los días. El otro día en el Módulo 4 se mataron dos pibes a puñaladas. Es un lugar donde no te rehabilitás, empeorás. «

La ley de Salud Mental establece que «las adicciones deben ser abordadas como parte de las políticas de salud mental».  Tal caracterizaciòn busca terminar con el enfoque punitivo .