Estampa ciudadana I

-Hola, Hernán

-Gracias, María.

«Hay tantos nombres como maneras de llegar», afirma la publicidad de Uber. Deliberadamente, el mensaje confunde buen trato con seguridad, cercanía con eficacia. Nunca subí a un Uber, pero cada vez que tomo un taxi no me interesa conocer el nombre del conductor y, mucho menos, que él conozca el mío. Lo único a lo que aspiro es a que me traslade adonde voy en tiempo y forma y en especial que no proponga inútiles espadeos políticos, porque casi todos piensan que se robaron todo o que Nisman no se suicidó. El anuncio en cuestión termina diciendo: «Juntos». Eso y lo de las identidades personales suponen gato encerrado e indudable cuño macrista. A muchos de los funcionarios los conocemos más por sus nombres de pila que por su manera de ponerse las pilas: Mauricio, Marcos, Gaby, Mariú, Lilita, Pato, Horacio. Sólo que cuando a alguno de Cambiemos le toca viajar, difícil que se suban al mismo auto.

II

Y ya que mencionamos a Horacio. Por fin, jefe de Gobierno, qué satisfacción debe sentir viendo que las bicisendas empezaron a llenarse. De día, de tarde o de noche, las chicas y chicos de Rappi, Glovo o Pedidos Ya lo hicieron posible. Pese a estar prohibido desde el siglo pasado (Ordenanza 12.867,julio de 1966) volvió la tracción a sangre a la ciudad de pobres corazones uberizados y colaborativos. En el mismo momento en que muchas pymes y comercios dan las hurras, estas plataformas digitales propician trabajo informal, negreo y precarización y levantan fábricas de nuevos vulnerables. Y si son extranjeros, a los que se les pueda hostigar fácilmente con la disparatada amenaza de la deportación, mucho más práctico.

III

En el punto de atención al usuario que Metrogas tiene en el centro de Buenos Aires, al costado de los puestos adonde casi todos vamos a derramar la lágrima por el valor de la factura, llama la atención un cartel que advierte: «Área cardio prevenida». Encerrado en una caja, a la vista contiene un desfibrilador, una herramienta para atender urgencias cardíacas. Es razonable: últimamente nos toca hacernos cargo de unos montos capaces de generar trastornos gástricos, psicológicos y hasta pasajeras pérdidas de conciencia. Cuando llega mi turno, tras fracasar en el intento de pagar menos, pregunto a la empleada si el aparato se usa con frecuencia. Pone distancia en su mirada y responde: «No estoy autorizada a brindarle esa información». Reacciona como si le hubiera solicitado una estadística explícita de desmayos y paros provocadas por las decisiones sin corazón de Aranguren y compañía.

IV

El costo del gas, y los de otros servicios igual, nos vuelven bastante loquitos. Pero no es lo único. En lo que va del año, el sistema de medicina prepaga, privado, aumentó sus tarifas en cinco oportunidades. La última vez fue en octubre y habrá una más antes de que termine el año; claro, siempre y cuando este innombrable 2018 no termine con nosotros. Los incrementos son moneda corriente y suba tras suba la calidad del servicio se redujo, así como bajó el tiempo de atención al paciente. No conformes con ese demérito, varias empresas de primera línea intentan curarnos en salud con la figura del mediconauta. Vaya truchada: atención a distancia, mediante video llamadas. No y cien veces no: sigo necesitando a alguien con guardapolvo blanco y título vigente que me mire a los ojos mientras le explico dónde me duele, y que –no es tanto lo que exijo– me diga «abra la boca», «saque la lengua», «diga 33», «tome este jarabe tres veces al día». Peor el remedio que la enfermedad. Todavía hoy la publicidad de medicamentos exige la fórmula «Ante cualquier duda consulte a su médico». Pronto deberán agregar: pero antes, comuníquese con su operador de Internet en la zona.

V

En los bancos, la figura del oficial de cuentas se ha transformado en una verdadera antigualla. Ese personal que terminaba siendo, no digo amigo, pero al menos confiable fuente informativa en cuestiones que nos resultaban difíciles de resolver, ha sido devorado por diversos monstruos de la época. Desde permanentes cambios de sucursales a la imparable decisión de bajar costos, simbolizadas en el reemplazo de seres humanos por procedimientos virtuales. De estas imposiciones, presuntamente online con la modernidad, también somos rehenes. Y según me informa la gacetilla de un banco privado lo que se viene es más inquietante: entidades con formato de living espaciosos, sin personal de carne y hueso a la vista, pero con cantidad de terminales de autoservicio, con sillones y mesitas y bares para tomar algo. Algo de este singular equívoco ya está en marcha, cuando en la recepción, en lugar de mandarnos al diablo (en realidad, sería lo mismo) nos ordenan que nos comuniquemos con computadoras dotadas para recibir todas las preguntas pero que no son capaces de ofrecernos todas las respuestas.

VI

Época de crisis. Todos quieren vender pero, incentivos ingeniosos otrora rendidores como Todo al costo, Nos vamos, Quemamos todo, Precio de locos, Estamos de remate, Festival de baratijas o el pretencioso Sale que le pasó por encima a Liquidación ya no resultan suficientes. Entonces, para ablandar la dureza de la calle hubo necesidad de redoblar (y hasta de triplicar) la apuesta promocional: nos cercan con apelaciones como Black Friday, Cyber Monday, Cyber Week. Estas ofertas ,en «modo Gran Imperio style», ¿serán para algunos aproximarse a un nivel elemental de inglés o significará cumplir el sueño del actual gobierno de «volver a insertarnos en el mundo»?. Atentos, damas, caballeros y por qué no niños, compatriotas todos, porque en cualquier momento se vienen el Boludo’s Day y el Pelotudo’s Final Week.

VII

Por alguna de estas cosas nos sentimos los visitantes en la Superliga de la vida de hoy. La superligamos y lo vemos cada vez más de afuera. Mientras tanto, los dueños de la pelota seguirán jugando de locales sin remordimientos y, por supuesto, sin Fútbol para Todos. Hay mucho más para decir pero recién podremos retomarlo después de la finalísima del 24 de noviembre y del G20. «